Cap. 2

17 5 2
                                    











— No te emociones tanto — dice con una sonrisita.
— Ari… — tartamudeo. A ver cómo se lo digo — No soy
la clase de chico que…

Y ahí lo dejo.

— ¿Que folla en la primera cita? — acaba por mí.

— Exacto. — La crudeza de esa afirmación me dá
escalofríos — No quiero que pienses…

— Lo sé. Por supuesto, ni se me ocurriría —repone —. No
lo pienso.

— Vale — digo, aliviado —. Si he coqueteado contigo ha
sido porque pensaba que una vez que aterrisemos, no nos
volveríamos a ver.

— Vale. — Sonríe cómo si algo le hiciese gracia.

— No es que no me gustes. Porque si fuese esa clase de
chico, estaría cómo loco por tí. Follaríamos cómo …Me callo mientras trato de dar con un sinonimo acorde.

— ¿Conejos? — propone él.

— Exacto.

Levanta las manos.

— Entiendo; sólo ha sido algo platónico.

Sonrío de oreja a oreja.

— Me alegro de que lo entiendas.













•☪•─────────•❀•─────────•☪













7 horas después 🔞🔞🔞🔞









Me estampa contra la pared mientras se esfuerza por subirme la camisa y se centra en mi cuello.

— La puerta — digo jadeando —. Abre la puerta.

Madre mía, nunca he sentido ésta química con nadie.

Hemos bailado, nos hemos reído y nos hemos besado en
Puebla, y, por alguna razón, estoy a gusto con él. Es cómo si
hiciera éstas cosas todos los días, cómo si fuese lo más natural del mundo. Lo raro es que parece que estamos haciendo lo correcto. Que la situación sea tan espontánea me envalentona.

Éste hombre es ingenioso, divertido y está más salido que el
pico de una mesa, y, en mi opinión — que quizás esté afectado por el consumo de alcohol —, vale la pena correr el riesgo porque sé que jamás volveré a tener la oportunidad de estar con un hombre cómo él.

He muerto y he ido al cielo de los chicos malos.

Ari introduce la llave con torpeza y entramos a
trompicones en mi habitación. Me tira encima de la cama.
Mi pecho sube y baja mientras nos miramos. El aire se
carga de electricidad.

— No soy esa clase de chico — le recuerdo.

— Lo sé — susurra —. No quisiera corromperte.

— Pero hay una sequía… — musito —. Una sequía que ya
duró mucho tiempo.

Levanta las cejas y jadeamos al unísono.

— Eso es cierto.

Lo miro un instante mientras intento que la excitación no
me nuble la mente. Me palpita la entrepierna, que pide a gritos que me haga suyo.

— Sería una pena que…

Y lo dejo ahí.

— Lo sé — dice, y se humedece los labios en señal de
gratitud mientras me dá un repaso de arriba a abajo —. Una pena.

LA ESCALA 《ADAPTACIÓN ARISTEMO》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora