Cap. 3

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Madre mía.

Se pone de pié y avanza hasta mí para estrecharme la
mano.

- Aristóteles Osorio.

Es él, el chico con el que hice escala, el que no me pidió el
número. Me quedo mirándolo. Se me ha frito el cerebro.
No me lo puedo creer. ¿Él es el jefazo?

- Temo, háblale de tí al señor Osorio - me insta Paty.

- Ah - musito, distraído, y le estrecho la mano -. Me
llamo Cuaúctemoc López.

Su mano es fuerte y cálida, y al instante recuerdo cómo me
tocó. Aparto la mía cómo si me hubiera dado un calambre.
Me mira a los ojos con picardía, pero su rostro no trasluce
emoción alguna.

- Bienvenido a Osorio's Media - dice con calma.

- Gracias - murmuro con voz ronca.

Miro a Paty. Madre mía, ¿sabrá que soy un loco con
la boca sucia que se tiró al jefe de nuestro jefe?

- Me encargo yo a partir de aquí. Temo saldrá en un
momento - anuncia el señor Osorio.

Paty frunce el ceño y me mira.

- Pero...

- Espera fuera - ordena.

Mierda.

- Sí, señor. - Se vá zumbando hacía la puerta.

Nada más cerrarla, vuelvo mi atención a él.

Es alto, moreno y no existe una persona a quién le siente
mejor un traje que a él. Sus ojos cafés no abandonan los
míos.

- Hola, Temo.

Nervioso, retuerzo los dedos delante de mí.

- Hola.

«No te pidió el número. Mándalo a la mierda».

Alzo el mentón en actitud desafiante. Tampoco quería que
me llamase.

Le brillan los ojos. Se sienta en el escritorio y cruza los
pies. Le miro los zapatos. Recuerdo esos zapatos ostentosos y caros.

- ¿Le has hecho un chupetón a algún pobre incauto que
has conocido en un avión últimamente? - pregunta.

¡Madre santa! Se acuerda. Noto que me estoy
poniendo rojo. No puedo creer que hiciera eso. Mierda,
mierda, mierda.

- Sí, anoche, precisamente. - Hago una pausa dramática
- En el vuelo a la CDMX.

Aprieta la mandíbula y enarca una ceja. No parece
impresionado.

- Entonces, ¿no eres Ari? - pregunto.

- Para algunas personas soy Ari.

- Para tus locuras de una noche, querrás decir.

Se cruza de brazos cómo si estuviera molesto.

- ¿A qué viene eso?

- ¿A qué viene qué? - replico.

Vuelve a arquear la ceja. Me dan ganas de cachetearlo.

Echo un vistazo a su lujoso y sofisticado despacho. Es
excesivo. Desde aquí se vé toda la CDMX. En la sala de
estar hay una barra llena hasta los topes, taburetes de cuero alineados delante y una mesa para reuniones. Un pasillo conduce a un baño privado y, más al fondo, se notan otras salas.

Se toquetea el labio inferior mientras me evalúa, y es cómo
si me tocase de arriba abajo. Madre mía, qué guapo es.

Durante éste último año he pensado en él a menudo.

LA ESCALA 《ADAPTACIÓN ARISTEMO》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora