Cap. 9

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Salgo a toda prisa de su despacho, cruzo el pasillo y voy
directo al baño. Entro en uno de los cubículos con ímpetu, me siento y me llevo las manos a la cabeza.

Estoy profundamente avergonzado. He perdido el control y
me he puesto en evidencia.

«Qué imbécil soy».

Oigo cómo me late el corazón. Estoy tan enfadado que no
veo con claridad. Me vienen a la mente sus palabras: «Pero te lo has arruinado largándote cómo un bebé ésta noche».

Buf.

Me caen lágrimas de la rabia, pero me las limpio nada más
notarlas.

«No llores por él». Ni siquiera estoy molesto; estoy
enfadado. Tengo que bajar sin que nadie me vea.

¿Y porqué estoy llorando?

Sé por qué. Porque necesito dormir y merezco que me
traten mejor, por eso. Idiota. ¿Quién rayos se cree que es?

Cuánto más tiempo esté aquí, peor. Me preparo para pasar
por recepción: me lavo la cara, me seco los ojos y relajo los
hombros.

«Estoy bien, muy bien, perfectamente. Aristóteles Osorio no me afecta en absoluto».

Salgo del baño y veo a Emilio doblando la esquina. Se le descompone el gesto cuándo me vé.

- ¿Temo? - pregunta con el ceño fruncido -. ¿Estás bien?

- Claro.

Paso por su lado echando humo.

- Ha tenido un mal día - me grita mientras me alejo.

Se me vuelven a humedecer los ojos.

«Ya... Pues yo también».














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-¿Dónde estabas? - me pregunta Carlota cuándo vuelvo a mi mesa.

- He ido a ver a Michel - miento.

- A ver, ¿dónde te apetece ir ésta noche?

- Ah - Me estremezco. No se me ocurre nada pero - En
otra ocasión, chicos, lo siento. Necesito dormir.

- Pero queremos oír los detalles jugosos.

- Ah, eso... - Se me parte el alma. No quiero que sepan
que soy el mayor idiota del mundo - Al final no nos
vimos. Me dejó plantado.

- ¿Cómo? - pregunta Diego con los ojos cómo platos.

- Dá igual. Paso - digo, y me encojo de hombros cómo si
nada.

Ojalá no les hubiese hablado de él.

- Está bien , no pasa nada. Total, tengo que ahorrar - dice
Diego, que suspira mientras apaga el computador.

- ¿Vienes? - me pregunta Carlota.

- Tengo que acabar una cosa.

Enciendo otra vez el ordenador. Lo último que quiero es
darle motivos para que me despida. Acabo el trabajo y, por fin, 1 hora después, apago el computador y bajo.

Salgo por la entrada principal y veo la limusina negra
estacionada junto al bordillo.

Mierda.

Miro a mi alrededor, nervioso. ¿Estará dentro? Joder, no
quiero verlo. Cruzo la calle a toda prisa y me meto en mi
refugio: la cafetería. Pido una bebida y me siento junto a la
ventana.

LA ESCALA 《ADAPTACIÓN ARISTEMO》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora