NOTA: Recuerden que son minihistorias, cada capserá distinto... gracias por estar en esta aventura, espero les guste
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Santana llevaba toda la tarde en casa de Brittany. Primero haciendo los deberes, luego estudiando, más tarde merendando y finalmente besándose hasta que empezó a oscurecer, indicando que ya era hora de que la morena retornase a su propio hogar si no quería ganarse una reprimenda por parte de su madre por llegar tarde.
Sentadas sobre la cama, después de recolocarse la ropa y asegurarse de que no habían dejado ninguna prueba visible de su pequeño affaire, Santana comenzó a peinar a Brittany, recogiéndole el cabello en una coleta alta, como las que llevaban usualmente en el instituto. A la rubia le encantaba la sensación de los dedos de Santana rastrillándole el pelo con delicadeza, colocando en su sitio los mechones más rebeldes.
— ¿San?—la morena hizo un pequeño ruido a modo de afirmación— ¿Puedo hacerte una pregunta?
—Dispara.
— ¿Qué? ¿A quién?—exclamó la rubia, tomándose la expresión de manera completamente literal. Santana soltó una pequeña carcajada ante la inocencia de su mejor amiga, dando por finalizada su tarea de peluquería.
—Significa que puedes preguntar lo que quieras, Britt—aclaró mientras que se movía sobre la cama para poder sentarse frente a frente con la rubia.
—Oh... pues... yo... ¿para qué sirven las alianzas de boda?
Santana se quedó un tanto descolocada ante la repentina pregunta, aunque después de años de amistad ya estaba más que acostumbrada a las salidas de tono de la rubia. Frases sin sentido y respuestas disparatadas eran habituales en su rutina diaria, pero la latina adoraba todos y cada uno de esos pequeños y excéntricos detalles.
— ¿Por qué me preguntas eso?—inquirió Santana.
—Mis padres llevan anillos desde siempre, y el otro día me fijé en que tu madre también lo hace... y realmente no entiendo por qué...
La morena le dedicó una sonrisa cálida a su amiga, tomándose unos segundos para formular una respuesta en su cabeza, lo más sencilla posible, que pudiese satisfacer la curiosidad de Brittany.
—Los anillos son una manera que tienen las personas casadas de demostrarle a todo el mundo que lo están—Santana hizo una pequeña pausa—Como cuando nosotras llevamos nuestros uniformes para que todo el mundo sepa que estamos en las Cheerios, ¿entiendes?
Brittany se quedó en silencio unos segundos, meditando las palabras que acababa de escuchar. Desde hacía bastantes años, la rubia se había encasillado como la típica animadora estúpida y sin cerebro, hecho que no podía estar más alejado de la realidad, ya que la chica podía ser realmente inteligente cuando se lo proponía. Sin dejar nunca de vivir en su propio mundo de unicornios, gatos y duendes, por supuesto.
— ¿Y por qué no hay anillos de la amistad?—razonó finalmente, frunciendo el ceño—Así todo el mundo podría saber que somos mejores amigas.
—Pues... no tengo ni idea...—murmuró la latina, sin poder decir mucho más ante la lógica aplastante de su amiga.
Afortunadamente para ella, Brittany no solía ser capaz de concentrar su atención en un mismo tema durante demasiado tiempo, así que en cuestión de minutos la conversación de los anillos quedó completamente olvidada. Santana, sin embargo, siguió dándole vueltas al asunto incluso una vez que estuvo en su casa, metida en la cama tratando de conciliar el sueño.
Días más tarde Santana abordó a Brittany por los pasillos del instituto, arrastrándola hasta el vestuario de las animadoras, que en ese momento se encontraba completamente vacío por ser hora de clase. Tras rebuscar en su mochila durante unos segundos, la latina sacó un paquete que inmediatamente ocultó de la vista de la rubia, ocultándolo detrás de su espalda.
— ¿Qué pasa, San?—preguntó, visiblemente interesada en lo que su amiga estaba ocultando.
—Estuve pensando en lo que dijiste el otro día y creo que tienes razón así que...—la latina sacó finalmente el paquete y se lo entregó a Brittany, haciéndole una pequeña señal para que lo abriese—no es exactamente lo que habías pedido, pero espero que te guste.
Sin perder ni un solo segundo, la rubia arrancó el papel que envolvía el regalo, descubriendo que era una pequeña caja. Al abrirla pudo ver que en su interior había una pulsera de plata, con una medalla colgada. Los ojos de Brittany se iluminaron mientras que una sonrisa inmensa se dibujaba en su rostro, tomando la joya entre sus manos para poder examinarla mejor.
—Es preciosa San... pero, ¿por qué?—dijo la rubia, agradecida, pero sin entender el motivo del regalo.
Entonces Santana levantó su brazo izquierdo, dejando ver que de su muñeca colgaba una pulsera exactamente igual que la de Brittany.
—No es un anillo, pero espero que una pulsera también te sirva para demostrar nues-.
La latina no pudo ni terminar la frase, ya que la rubia se lanzó a sus brazos y enrolló sus piernas alrededor de su cintura, emitiendo un pequeño gritito de alegría. Santana soltó una sonora carcajada, abrazando a su amiga con fuerza mientras que enterraba su nariz en el hueco de su cuello.
—Te quiero—dijo Brittany, sin romper el abrazo. Una sonrisa completamente radiante, de esas que no se veían a menudo, se dibujo en el rostro de Santana.
—Y yo a ti.
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