Margot

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El timbre de la escuela sonó como una advertencia. Mi pecho estaba apretado, y el mundo parecía moverse en cámara lenta mientras me dirigía hacia el edificio. Hoy sería inevitable. Tendría que ver a Hazel. Lo sabía desde que me levanté de la cama, pero eso no hacía que el momento fuera más fácil. Caminé entre los grupos de estudiantes, esquivando miradas, con la mochila colgando pesadamente de mi hombro, como si fuera el único escudo que tenía contra todo lo que no quería enfrentar.

El pasillo estaba abarrotado de gente, pero aun así pude verla. Hazel, de pie frente a su aula, hablando con otra profesora. Mi estómago se revolvió al instante. Quería gritarle, pero sobre todo, quería evitarla. No estaba lista para enfrentar lo que me había ocultado. Ni siquiera sabía si alguna vez lo estaría.

Ella me vio. Lo sé porque sentí su mirada clavarse en mí, incluso antes de levantar la cabeza. Mi corazón dio un vuelco cuando nuestros ojos se encontraron. Hazel, con su expresión tranquila, me llamó con ese tono suave que siempre usaba conmigo.

—Margot, ven aquí, por favor —su voz sonaba como un eco en mi mente.

El nudo en mi garganta se hizo más grande, pero seguí caminando sin detenerme. La ignoré deliberadamente, aunque sabía que eso solo empeoraría las cosas más adelante. No podía hacerlo ahora. No podía enfrentarla.

Me escabullí en el aula y me dejé caer en mi asiento. Apenas respiraba, tratando de calmar mi corazón, que latía tan fuerte que dolía. Alondra se sentó a mi lado un par de minutos después, con su energía habitual, siempre perceptiva, siempre sabiendo cuándo había algo mal.

—¿Hablaste con ella? —preguntó sin rodeos, con su tono preocupado pero directo.

Sacudí la cabeza, evitando su mirada.

—No —murmuré, jugando con el borde de mi cuaderno. No había nada más que decir. Ni siquiera sabía por dónde empezar.

Alondra suspiró, como si hubiera estado esperando esa respuesta.

—¿Y qué vas a hacer? —preguntó—. ¿Van a seguir saliendo o… ya no?

Tragué saliva. La verdad era que no lo sabía. Hazel había sido tan importante para mí, pero ahora todo parecía diferente, roto de una manera que no sabía si podría arreglar.

—No lo sé —dije finalmente, con la voz quebrada. Ese era el núcleo de todo: no tenía idea de lo que pasaría después.

Alondra me dio un golpecito en la rodilla, una pequeña muestra de apoyo. Sabía cuándo presionar y cuándo quedarse en silencio, y ahora, por suerte, decidió no decir más. El resto de la mañana pasó en una especie de neblina. Las clases continuaban, los profesores explicaban temas que apenas escuchaba, y entre cada palabra y explicación, mis pensamientos volvían a Hazel, a lo que me había ocultado, a lo que eso significaba para nosotras.

Durante el recreo, mientras recogía mis cosas, vi a alguien más esperándome en la puerta. Esta vez era Michelle. Era raro que me buscara. Aunque trabajaban en la misma escuela, Michelle siempre había mantenido cierta distancia. Se parecía a Hazel en algunos aspectos, pero su presencia era más seria, más cautelosa, solo en ciertas ocasiones.

—Margot, ¿tienes un minuto?

Asentí, aunque una parte de mí estaba nerviosa. No sabía por qué Michelle quería hablar conmigo, pero algo en su mirada me hizo pensar que sabía más de lo que estaba dispuesta a decir. Alondra me lanzó una mirada de curiosidad, pero no dijo nada. La seguí por los pasillos hasta su oficina, tratando de mantener la calma.

Cuando llegamos, Michelle me hizo un gesto para que me sentara. El espacio era pequeño, lleno de libros y papeles organizados. Cerró la puerta tras de mí y se apoyó en el borde de su escritorio, cruzando los brazos.

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