Capítulo 1

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—Otra vez este hijo de puta.

Romero se acomodó la cinta de capitán sin apartar la mirada de quien sería el encargado de arbitrar el partido. Desde que comenzó la temporada, les había tocado cinco veces consecutivas el mismo árbitro, y el balance no era favorable: 4 tarjetas amarillas y una roja en su debut como vicecapitán.

Su estilo de juego era cualquier cosa menos tranquilo; no medía fuerzas al despejar. "Es toda pelota", argumentaba cada vez que podía, aunque a veces funcionaba porque los jugadores exageraban las caídas buscando faltas, y otras veces el golpe era evidente.

Pero, pensó Cristian, ¿qué defensor no jugaba así? Cuando el único trabajo que ellos tenían era evitar de cierta manera que el delantero traspase el área de defensa.

—Hermano, no hables tan fuerte— murmuró Emerson sin dejar de mirar al árbitro—, con los chicos te dijimos que no te vayas de lengua larga.

Cubriendo la boca con su mano para que nadie pudiera entender lo que hablaba, respondió:

—Nadie me dijo que el puto habla español.

—¿Hubiera cambiado algo?

—No, lo hubiera puteado igual.

El actual campeón del mundo, junto con Maddison, fue nombrado capitán del club tras la salida de Harry Kane. En Argentina, el tema del brazalete no era relevante, pero en la Premier League, ser capitán era un título honorífico que se respetaba mucho. La figura del capitán debía ser un ejemplo dentro y fuera de la cancha.

A pesar de las críticas, la mayoría de los aficionados aceptaron el cambio, ya que Cristian personificaba los valores que se esperaban de un líder: actitud, esfuerzo y responsabilidad. Su capacidad para superar los desafíos en el campo era inspiradora.

Sin embargo, Cristian enfrentaba un reto adicional: la barrera del idioma. Afortunadamente, contaba con el apoyo y la guía de Maddison, su compañero de capitanía, quien ayudaba a facilitar su comunicación y liderazgo dentro del equipo.

La presentación oficial de Cristian como capitán del Tottenham Hotspur se llevó a cabo en el partido contra el Manchester City, un equipo invicto hasta ese momento.

Contar con Erling Haaland, la máquina goleadora, aseguraba una media de cinco goles por encuentro. Además, Guardiola tenía en sus filas a Julián Álvarez, otro delantero letal.

De cierta forma fue un alivio para el argentino, que la araña ese día estuviera en el banco. Conocía demasiado bien al pequeño hermano de la Scaloneta, era capaz de pasarte por encima con tal de anotar. Y el a pesar de que vivía y moría por la albiceleste, también se debía a su club.

Fue en ese dichoso partido donde conoció por primera vez al árbitro, Son Heung-Min, un hombre con un rostro particularmente llamativo, que si te lo llegabas a cruzar en la calle era seguro que voltearías a verlo por segunda o tercera vez. Pero no era por temor o respeto, sino por su sorprendente belleza. Varios de los jugadores no podían evitar reírse y bromear sobre su apariencia, comentando que parecía un ángel inocente, incapaz de hacer daño a una mosca.

Pronto descubrieron porque era mejor correr detrás de la pelotita y mantener la boca cerrada. Detrás de esa apariencia angelical se escondía un árbitro inflexible y firme, que no toleraría ninguna falta de respeto en la cancha.

Al comienzo del segundo tiempo, la "Anabella rubia" –apodo que el cordobés utilizaba para referirse al noruego– dejó entrever una actitud sospechosa y poco común dirigida a Cristian. La insistencia de provocarlo no pasó desapercibida para el DT; no había que ser un genio para darse cuenta lo que buscaba el delantero.

TARJETA ROJADonde viven las historias. Descúbrelo ahora