Capítulo 2

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Cristian se revolvió en la cama del hospital por enésima vez, sintiendo que las paredes se cerraban sobre él. Odiaba estar quieto, odiaba el silencio, odiaba la monotonía de aquel lugar. Se levantó y comenzó a caminar por la habitación, pero pronto se dio cuenta de que no había nada que hacer.

Prendió el televisor, pero ninguna de las opciones le llamó la atención. Lo apagó y se dejó caer en la cama, suspirando profundamente. Estar en un lugar donde los murmullos y el olor a desinfectante llenaban el aire, le parecía un infierno.

Se levantó de nuevo y comenzó a buscar algo que hacer. Miró su reloj por décima vez, contó los cuadros en la pared, incluso intentó escuchar la conversación de los pacientes en la habitación de al lado. Pero nada parecía saciar su inquietud.

Finalmente, decidió que ya había tenido suficiente. Llamó al doctor y le pidió el alta médica, con la condición de que le diera una orden para estar en reposo por unos días. Solo quería salir de allí.

Al salir de la habitación, se encontró con una pequeña niña de cabellos ondulados tratando de escapar por el largo pasillo dando saltos en un solo pie. Pero lo que más le llamó la atención fue la remera que portaba con el número 13.

—No sabía que los duendes salían a esta hora —pensó en voz alta, niña o no, nunca hay que perder la oportunidad de molestar—.

La señalada dejó de brincar y se dio vuelta furiosa. La niña pasó de un rostro iracundo a uno sorprendido, sus ojos llegaron a brillar de la emoción. Si la niña no tuviera una imagen que mantener, hubiera llorado; frente suyo se hallaba su máximo ídolo.

—Cuti —dijo, su voz apenas audible.

El nombrado sonrió al notar que retomó los diminutos saltos para acercarse a su lado, así que decidió acortar la distancia y ayudarla.

—¿Y vos sos? —preguntó.

—Hwan —respondió la niña.

—Un gusto, señorita H... One —dijo Cuti, sonriendo—. Por nada del mundo intentaría pronunciar eso, vaya a saber qué demonio podía invocar— Cristian Romero

Hwan ocultó su sonrisa con ambas manos porque el mayor no supo pronunciar bien su nombre.

—Es divertido burlarse de mí, pero haber deci "Supercalifragilísticoespialidoso" —la desafió como si se tratara de otro niño con la misma edad mental.

—Supleclasificodioso —respondió Hwan, sin dudar.

La carcajada de Cuti llenó el silencio. Se estaba portando como un cretino al aprovecharse de la corta edad de la niña para divertirse un rato.

—¿Jin-jja? (¿De verdad?) —preguntó Hwan, sorprendida.

—¡Perdón! ¡Perdón! —dijo Cuti, limpiando una lágrima imaginaria mientras se disculpaba sin sentirlo de verdad—. Ahora... ¿Por qué andabas saltando de forma graciosa?

—Eso... —comenzó a responder Hwan.

—¿También quiero saber lo mismo? —los interrumpió una tercera voz, que se oía bastante molesta.

Tanto Cuti como la pequeña giraron espantados. En un movimiento rápido, Hwan se aferró al pantalón de Cuti, escondiendo su rostro detrás de él. Su cuerpo se puso rígido, como si tratara de hacerse invisible.

Cuti, sin entender por qué la niña se comportaba de esa manera, extendió su brazo para protegerla, cubriendo su cuerpo con el suyo

—Son —lo saludó porque no tenía otra opción.

—Romero —respondió Heung-min, su tono igual de hostil.

—¡Papi! —Hwan decidió intervenir, pero sin alejarse de la protección de su ídolo.

TARJETA ROJADonde viven las historias. Descúbrelo ahora