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Pero Él no me deja suicidarme.

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Astucia

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Uno. Dos. Tres. Cuatro.

Jensen contó los cadáveres de los nuevos policías que habían ido tras su búsqueda.

Cinco. Seis. Siete. Ocho.

Con cada muerte, con cada gota de sangre derramada, con cada pedazo de piel desgarrada, con cada cuerpo perforado, se sentía menos humano.

Nueve. Diez. Once. Doce.

Se llevó una pierna de un policía a la boca.

Trece.

Arrojó la pierna lejos, recobrando el control sobre su cuerpo. Respiró agitado, sudoroso, como si hubiera corrido una maratón. Aunque quizás no estaba tan alejado de su realidad.

Se levantó del césped. Ni siquiera recordaba cuando se había sentado. Se limpió la frente con el antebrazo y avanzó a trompicones. Sentía un hormigueo en su pierna derecha. Llevaba mucho tiempo sentado, definitivamente.

Cada vez le costaba más retomar el control sobre sí mismo. Pensó en Él, en la persona, o dios, o lo que sea que lo controlaba. Al principio, tan solo debía contar los cuatro cadáveres que había dejado al comienzo. Luego fueron cinco. Luego seis. Y una vez que comenzó, no pudo parar.

Odio vivir así pensaba de vez en cuando, sobre todo cuando miraba las nubes, nostálgico. Dejó que la naturaleza lo envolviera con su manto tranquilizador antes de dejar que Él retomara nuevamente el control de su cuerpo, su mente y su espíritu. Porque ahora, Jensen era un esclavo sin sentido de su propia estupidez.

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El cuchillo había caído al suelo, ensangrentado. Sus muñecas sangraban. Una herida, la más reciente de todas, estaba sin terminar. Porque aquella maldita pelirroja le tenía las muñecas, manchándose ella misma de sangre sus propias manos. 

Poco importaba. La habían descubierto. Los estúpidos ojos verde agua de ella la miraban con una furia y rabia contenidas que nunca había mostrado antes. Salvo, quizás, cuando aquella anciana la engañó en esa competencia.

Le gritó. La insultó. Ella bajó la cabeza. La otra seguía gritando. Seguía insultando. Se separaron. Una cachetada le dejó marcada la mejilla. Las lágrimas salieron luego de meses de aguantar. 

Se quedó sola de nuevo. Sin su cuchillo. Sin su flagelo. Con su dolor, ahora no solo físico, sino también emocional.

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Ally despertó sobresaltada de aquella pesadilla. Nunca había entrado Ellie en ellas, al menos no de forma tan evidente. Solo eran sombras, la mayor parte del tiempo. Esa ocasión, sin embargo, fue ella. De eso no le cabía duda. 

Sombras de lo que Fue (OU #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora