Capítulo 5

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Día uno del secuestro

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Día uno del secuestro

    Miedo. Siento cómo me invade esa sensación. Mis manos tiemblan. Me falla el pulso. Mi corazón se descontrola. El oxígeno parece escapar de mis pulmones. En cualquier momento, me voy a desplomar. Las piernas no me funcionan; permanezco estancada en mi lugar. Inmóvil.

    Estoy sentada. Mi vista va y viene frenéticamente. No reconozco el lugar. No reconozco las sábanas rosas. No reconozco el empapelado de corazones en las paredes. Ni la mesa de luz color caoba a juego con el tocador. No hay ventana por donde mirar al exterior. No hay nada familiar.

    Hay una puerta. Permanece cerrada justo delante de mis ojos, desafiándome. Algo en mí se retuerce con la urgencia de abrirla. Quiero saber qué hay detrás. Quién me trajo aquí y cómo lo hizo.

    «Beatrice». Mi nombre está escrito en un papel sobre la mesa de luz. Sin embargo, no quiero leerlo. Lo sé. Todas las cosas malas comienzan así, como la carta que recibí a mis quince años, titulada «Querida Beatrice». Aquella que conozco de memoria, cada palabra, cada curvatura de la tinta, y hasta la inclinación temblorosa de algunas letras.

    Fue la primera vez que oí su voz. Un grito desgarrador. Un llamado de auxilio. Un sonido que sigue resonando en mi mente como un eco persistente. Me decidí. Me levanté sobre mis pies temblorosos y abalancé mi cuerpo contra la puerta metálica. Salí a un pasillo angosto con muchas puertas iguales, cada una idéntica a la anterior. Me lancé contra la puerta de la cual provenían los ruidos.

    Me encuentro en una habitación que huele a canela y pan recién horneado, pero no hay nada de eso aquí. Hay una chica, de rodillas. No puedo ver su cara, ya que una melena colorada me lo oculta, pero sé que es ella quien ha gritado y ahora llora desesperadamente. Está sobre una cama con frazada de flores y frente a ella hay un gran piano. La chica parece no notar mi presencia; no es hasta que la puerta se abre de nuevo que ella levanta la cabeza, mirando con ojos vidriosos.

    Ahora somos tres. La chica que acaba de entrar es muy distinta a nosotras; no es ni castaña, como yo, ni colorada. Es rubia. Su cabello está ordenado en dos trenzas. Su piel es pálida y su rostro muestra la misma preocupación desesperada que yo siento.

    —¿Quién ha gritado? —preguntó la rubia, su voz temblando con una mezcla de ansiedad y curiosidad.

    Miré a la pelirroja, respondiéndole con una mirada cargada de angustia. Observé una carta idéntica a la que se encontraba en la mesa de luz de la habitación en la que desperté; la única diferencia es el nombre: «April».

    —¿Alguna sabe cómo hemos llegado acá?

    Ninguna responde mi pregunta. La atmósfera se vuelve opresiva; el silencio es asfixiante. Ninguna sabe qué está pasando y no es hasta que la puerta se abre nuevamente que notamos que no somos las únicas.

    En el marco de la puerta se encuentra otra chica, la más alta de nosotras. Su piel es de color canela y su cabello parece una larga cascada de chocolate amargo. Hay algo en ella que resulta inquietante; a diferencia de las demás, que parecemos ciervos asustados, ella parece un depredador. Se nota en sus ojos marrones, en su mirada felina. Ella no tiene miedo.

    —Espero que alguna tenga la respuesta a esa pregunta, porque si no me volveré loca —agregó la morena, sus palabras cargadas de un tono amenazante mientras nos miraba con intensidad.

    —No, pero estoy segura de que dentro de poco lo sabremos —respondió una última voz proveniente de detrás de la morena.

    La chica sin aparente miedo se volvió, dejándonos ver a otra rubia, pero que, a diferencia de la de trenzas, está posee una mirada llena de determinación. Nos analiza a las demás con una frialdad calculadora. Hay una superioridad en su mirada. Sus ojos son de un azul hipnotizante que contrasta intensamente con su leve bronceado y el rubio albino de su pelo.

    Y con ella somos cinco.

    La asustada colorada, April, la chica de las trenzas rubias, la depredadora morena, la ególatra albina y yo, Beatrice.

    Una voz masculina llamó nuestra atención. Provenía del parlante colocado en la esquina derecha de la habitación, justo al lado de una cámara que nos apuntaba directamente. El tono de su voz era frío y distante, amplificando la desesperación que sentía.

    —¡Bienvenidas! Espero que se encuentren cómodas. Me he tomado el tiempo de fabricar espacios donde cada una se sienta como en casa. Créanme, este será su hogar por un tiempo bastante largo, hasta que me decida. O me aburra... —soltó una risa que sonó cruel y despectiva. Luego retomó con calma—. Veo que ya se conocieron. ¡No pongas esa cara, Sophia! No seas amargada.

    Mis ojos se deslizaron por las distintas caras en la habitación, buscando cuál sería la nombrada. Rápidamente di con la única que no se veía pasmada. La albina miraba directamente hacia la cámara con una expresión de puro odio.

    —Ustedes no me conocen, pero yo sé perfectamente quién es cada una de ustedes, chicas. Y me fascinan, cada parte de ustedes. Lo que ocultan, lo que deciden mostrar. Todo.

    Una sensación escalofriante me recorrió la figura. Me sentía ultrajada, expuesta. Totalmente desnuda y observada, sin control de la situación. Mi cuerpo estaba tenso, mi mandíbula apretada hasta el límite. Mis manos se volvieron puños, intentando contener el miedo que se arremolinaba en mi pecho.

    —Viviremos juntos durante muuucho tiempo, así que espero que se porten bien. No soy alguien paciente —declaró con firmeza, su voz resonando con una amenaza velada—. Y cuando me decida a cuál de ustedes quiero más, las otras serán libres de irse.

    ¿A cuál de ustedes quiero más...?

    Mi vista se nubló y las lágrimas amenazaron con rodar por mis mejillas. Cada palabra que escuchaba resonaba en mis oídos como un eco aterrador.

    Nos miramos unas a otras. Y por primera vez, tuve una certeza abrumadora. Me olvidé de aquella carta titulada «Querida Beatrice». Me olvidé de mis notas perfectas o mi anhelo por encontrar el amor verdadero. Me olvidé de las constantes peleas con mi hermano mellizo.

    Solamente éramos nosotras cinco e íbamos a salir de ahí para contarlo. Todo.


Nuevo capitulo de CUATRO DE NOSOTRAS y estoy muy feliz de mostrarles la perspectiva de Bea, a quien considero mi niña querida y consentida

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Nuevo capitulo de CUATRO DE NOSOTRAS y estoy muy feliz de mostrarles la perspectiva de Bea, a quien considero mi niña querida y consentida. 

Por primera vez tenemos un vistazo de lo ocurrido en el secuestro, lo cual fue muy complicado de escribir, queria plasmar sentinentos negativos pero sin perder la narrativa de los suesos y este fue el resultado, espero lo disfruten.

Recuerde apoyar la historia y nos vemos en proximas actualizaciones.

byeee.

CUATRO DE NOSOTRAS ©  [SAGA: LAS CHICAS DE CHELSEA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora