Un año luego del secuestro
Mi madre y yo nunca nos hemos llevado. Ni bien ni mal, nunca nos hemos llevado siquiera. Su presencia en mi vida es casi invisible. Por ello, cada vez que veo a Helem involucrada en los problemas de Sophia, o a Suzanne preocupándose por Drea, algo en mí se altera. Hasta cuando veo a Liry cumplir el rol de madre en Bea, aunque no sea su obligación. Es extraño.
Siempre hemos sido mi abuela y yo. Tengo muchos primos, más de los que puedo contar con los dedos de las manos, pero su presencia siempre ha sido menguante. Nunca permanecen en el mismo lugar, siempre mudándose.
Poseo el apellido de un hombre al que nunca le he visto la cara y el nombre escogido por un personaje de una serie que nunca vi. Según mi abuela, mi madre era fan de los dramas románticos de vampiros. Eso cuando no estaba borracha, claro.
Salí de la clase justo cuando el profesor anunció el final de esta. Le sonreí a mis compañeros al pasar por sus lados y, con una dulzura fingida, les deseé un buen fin de semana. Nunca me han costado los actos de educación social, se me da bien soltar las palabras adecuadas para cada situación, saber leer la habitación con tan sólo poner un pie dentro de ella, pero hoy realmente no poseía ganas.
Quería meterme entre mis sábanas y fingir que las cosas no me estaban pasando a mí. Quería volver a casa de mi abuela, a ver telenovelas malas y comer su comida casera. Quería ser cualquier persona menos Catherine Wallace, una de las cuatro halladas en Chelsea.
Estudiaba administración de empresas y finanzas para algún día poder llevar mi propio imperio. Para que mi nombre estuviese en todas partes y ahora, que mi nombre parecía llenar cada diario y noticia, la idea me disgustaba. Quería ser conocida por otros motivos.
Llegué a mi departamento pasada las tres de la tarde. Varios mensajes de Sophia llenaban mi tablero de notificaciones. Sin duda, la albina era con quien mejor me llevaba de todo el grupo. Las amaba a todas, pero con la estudiante de medicina era con quien compartía más ámbitos de mi vida.
«SOPHIA:
Holaa
¿Café y estudio a las cuatro?
Se me canceló una clase
¿Notas rara a Beatrice o soy sólo yo?»Sonreí y acepté su invitación. También contesté afirmativamente a su última pregunta. Realmente Bea había adquirido un comportamiento bastante raro alrededor de nosotras. No era algo común que discutiera con la albina y mucho menos que le costara mentir. Sonará raro lo que digo, ya que no suele destacarse aquello como una buena cualidad en las personas, pero en ella sí. Realmente, nos ha salvado en muchas situaciones. Antes de conocerla, creía que los mejores mentirosos eran aquellos que no sentían nada y no tenían reparo para mentir a su conveniencia, pero al conocerla entendí que era al contrario: los mejores mentirosos son aquellos que sienten mucho, aquellos que poseen una gran empatía y son capaces de percibir las emociones de los otros como propias. Y Beatrice Sprout era de aquellas personas, y no la juzgábamos, ninguna de nosotras. Todas teníamos una habilidad que en otras circunstancias sería mal vista, pero para la nuestra era un tesoro.
Preparé mis cuadernos y apuntes en el escritorio. Miré la pila de libros llenos de números y textos sobre economía y finanzas esperándome a un lateral de la mesa. Llevaba al día todas las asignaturas, pero siempre me motivaba para hacer más. Siempre impulsada por el rencor hacia aquellos que no habían creído en mí.
Mi abuela una vez me lo advirtió: el rencor y la venganza no me llevarían a nada más que a la desgracia. Y veme ahora, estudiando completamente becada en una prestigiosa universidad de Nueva York. Con los lentes puestos, la mirada en las hojas y las agujas del reloj corriendo, me sentí totalmente desconectada del mundo. Mis dedos inocentemente fueron a mi computadora e hice lo que muchas veces hacía hace seis meses. Entré a Instagram y puse en el buscador: «aprilvaloor». Rápidamente di con la cuenta de ella, una que ya conocía muy bien. En ella se observan muchas fotos en colores pasteles. Cada una mostraba muy bien la personalidad de la pelirroja. Había fotos de clases de cerámica, de tiernas tazas hechas por ella con flores y corazones por doquier. De museos y galerías de arte. De ella cocinando muffins y con la cara sonriente llena de harina y crema tapando sus pecas. Videos tocando en el piano canciones de Taylor Swift. Fotos de flores y prados. De su gato, Sukie, apodado así por «Las chicas Gilmore». Historias de sus clases, con amigos, pasándola bien y riendo.
Era la cuenta de una persona real y una que ya no existía.
Era extraño, pero desde que había salido la noticia de su muerte, su cuenta no paraba de experimentar cambios. Nadie subía nada desde hacía casi dos años, pero los seguidores no paraban de aumentar entre gente que sabía de su desaparición, mas no de su repentina muerte, y los comentarios de personas tristes llenaban sus últimas fotos.
Ninguna de aquellas personas la había conocido. Ninguna la había escuchado reír o llorar de verdadero miedo. Ninguna la había visto llevar el sol en su mirada y portar las estrellas en su sonrisa, más allá de una foto tomada y editada para ser publicada y encajar en un rompecabezas de imágenes de colores pasteles, seleccionadas y editadas para combinar entre sí.
La cuenta de April gritaba ella en su máxima expresión, tenía su esencia, pero sin duda no era ella, y todos aquellos que pensaban conocerla solamente por ver aquellas fotos me irritaban.
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CUATRO DE NOSOTRAS © [SAGA: LAS CHICAS DE CHELSEA]
Подростковая литератураEn las profundidades de un oscuro sótano de West Side, cuatro jóvenes de Nueva York, Andrea, Beatrice, Catherine y Sophia, enfrentaron un trauma que las marcó para siempre. Tras ser rescatadas, sus nombres se convirtieron en titulares de noticias y...