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Pequeñas batallas

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Pequeñas batallas

Estómago de Zeus

Metis había perdido la cuenta de los años que llevaba encerrada en las entrañas de Zeus y toda esperanza de ser liberada.

Otro nuevo día se abría paso tras el manto púrpura de Eos, de rosados dedos. Metis aprovechó que Zeus parecía estar dormido para reflexionar acerca de todas las conversaciones que había escuchado en los últimos meses. Él había hablado con sus hermanos Hades, Poseidón y todas sus preocupaciones se centraban en la hija de Atenea. No le costó deducir gracias a su poderosa intuición que una batalla de colosales magnitudes tendría lugar entre Zeus y la hija de Atenea. Si bien su situación no era la mejor, su corazón estaba henchido de orgullo por saber que su hija se había convertido en una diosa muy poderosa y que había engendrado a una hija fuerte cuyo destino era derrotar a Zeus.

***

Metis escuchó cómo Zeus ordenaba con cierta brusquedad que escanciaran néctar divino para él. Enseguida la petición del señor del Olimpo fue atendida y la titánide analizó el néctar ingerido por Zeus. En principio todo parecía ser igual pero de pronto Zeus sintió unas inmensas ganas de vomitar por lo que se agachó y vomitó con tanta fuerza que ella acabó saliendo de su estómago.

Él no podía creer en lo que veían sus ojos. La bella e inteligentísima Metis estaba delante de él, clavándole sus ojos grisáceos con gran severidad.

— Nunca pensé que volveríamos a vernos, Zeus— dijo la titánide rompiendo el silencio incómodo.

Él no contestó. Tan molesto estaba porque fue engañado de la misma manera que su padre Cronos que sólo pensaba en atrapar a Metis y devorarla de nuevo para que jamás volviera a ver el mundo exterior.

Metis decidió que no se quedaría a averiguar cuál sería el siguiente movimiento de Zeus, por lo que usando su habilidad de metamorfosis adoptó la forma de halcón peregrino y huyó de allí con gran velocidad.

Campamento de las diosas

Tras la liberación de Metis el ejército comandado por Palas se replegó en un pueblo próximo al Olimpo.

Ya había atardecido y todas descansaban a excepción de Metis, Atenea, Palas y el dios de las forjas, Hefesto, el cual seguía forjando armas para toda la contienda de la semidiosa.

— Mañana al alba atacaremos al ejército comandado por Zeus. Hemos pospuesto durante años esta batalla y el momento de enfrentarnos a él ya ha llegado— anunció con solemnidad la joven Palas.

— Bien, estoy de vuestro lado. Decidme con qué fuerzas contamos— pidió Metis.

Atenea tomó la palabra y explicó de manera detallada con qué fuerzas contaban.

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