✝ 10. ¿Y si te cuento una historia? ✝

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¿Y si te cuento una historia?

ADAM

Los primeros segundos después de que Manic quedara inconsciente, consideró la posibilidad de dejarlo ahí. No lo hizo por varias razones, la primera, esa era su casa y si escapaba no tendría a dónde ir. Otra, si decidía ir a la estación, ¿qué iba a decirle a su padre? No podía llegar y soltar un "Hola, ¿Qué crees? Manic Hedrik murió sobre tu alfombra favorita" o "Estamos de suerte, un Hedrik entró a nuestra casa, la mala noticia es que ya no se encuentra entre nosotros".

Desde luego, llamar a una ambulancia pasó por su mente, era lo que cualquier persona normal, cuerda, decente, moralmente correcta, haría. Pero, si Manic quisiera ser atendido habría ido al hospital. Así que, sin otra alternativa, corrió a la cocina y buscó en las gavetas bajo el lavabo, ahí guardaban limpia pisos, detergente y jabón.

Regresó a las escaleras con el limpia pisos color azul, del olor que le gustaba a su padre. Antes de salir de la cocina, cerró y abrió los ojos varias veces. En una de ellas, si estaba de suerte tal vez Manic desaparecía.

Pero las manchas de sangre en la alfombra eran prueba suficiente. Tenía que hacerse a la idea. Manic estaba ahí, fue a buscarlo hasta su casa para pedirle ayuda. La pregunta era ¿ayuda para qué? ¿esconder un cadáver?

O, probablemente, evitar que muriera. Sí, eso tenía que ser.

Se sentó en un escalón y quitó la tapa de la botella. El olor a moras y flores silvestres emergió con intensidad. Si eso no daba resultado, aún podía huir y hacer lo que, ya que lo pensaba, debió hacer antes de que la situación con los Hedrik se saliera tanto de control; contarle todo a su padre.

Puso una mano bajo la cabeza de Manic y la levantó ligeramente. A esa distancia, con los ojos cerrados y sin su sonrisa macabra, parecía solo un chico normal. Pero Manic era todo excepto normal.

Le acercó la boquilla de la botella de limpia pisos a la nariz.

—Por favor, que funcione —murmuró—. Que no muera en mi casa.

Contó mentalmente hasta quince. Sin ningún resultado.

La cabeza de Manic pesaba y su brazo comenzó a protestar. Con sumo cuidado volvió a recostarlo. Dejó la botella en el suelo y se inclinó sobre el cuerpo de Manic, procurando no tocarlo, si de verdad moría, la policía extraería sus huellas de la ropa y se convertiría en asesino potencial.

Giró la cabeza y acercó la oreja a la altura del corazón, no quiso sentirle el pulso en la muñeca o el cuello, prefirió escuchar. Los latidos eran lentos, pero constantes. Según su vasto conocimiento, otorgado por novelas policíacas y detectivescas, eso quería decir que los signos vitales estaban bien, y solo necesitaba hacerlo reaccionar.

Las reglas de los privilegiadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora