«El misterio, la infamia y una gélida mirada bastaron para llevarlo a su perdición»
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En Hidenhel solo es importante una cosa; no hacer preguntas. En este pueblo tranquilo y cercano a las montañas no ocurren cosas interesantes. A menos que las histo...
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Sueños grisáceos
ADAM
La tierra bajo sus pies estaba húmeda, trozos de ramas y hojas se adherían a su piel. El viento era frío, sin embargo, él no podía sentir más calor, era el zumbido en su cabeza que le impedía escuchar algo más, tal vez el leve tarareo que lo seguía.
Le dolían las piernas, como si hubiera recorrido una gran distancia con ellas y no los pocos metros que lo separaban de la puerta trasera de su casa. La reconoció al instante, la única luz provenía de la ventana de la cocina, la silueta de su padre era visible a través de la cortina, se movía de un lado al otro. Preparaba macarrones con queso, su padre siempre los cocinaba, porque era su comida favorita.
Y en un parpadeo, la imagen de su casa se desvaneció, con la puerta trasera, la luz de la ventana y la sombra de su padre en la cortina.
Solo había troncos de pinos, tan altos que ningún humano vería jamás sus puntas desde el suelo, las ramas lo impedían. Sobre todo, durante la noche, cuando la oscuridad, las sombras de unas ramas se fundían con las de otras e impedían el paso de la luz de la luna.
En Hidenhel había siempre una sombra sobre sus cabezas, ya fuera de día o de noche, al menos a él siempre se lo pareció. Le hacía recordar a la pacífica vigilancia de un depredador a su presa. En ese momento, él era la presa, no podía moverse ni asomarse más allá de los troncos para buscar su casa, estaba adherido al tronco de un pino.
No, adherido no, clavado.
Por una flecha que le atrasaba el centro del estómago. Podía ver el chorro de sangre alrededor, su camiseta desgarrada de un hombro con una dislocación que creaba un extraño ángulo en su brazo. El sudor provocaba que le ardieran los rasguños en la cara, el cuello y las manos. A ese punto ya ni siquiera sentía las piernas.
El tarareo se hizo más fuerte, se acercaba por su derecha. Su izquierda. El frente. Por detrás. Estaba en todos lados, la tonada no se iba de su cabeza, y era más fuerte y tediosa de escuchar cada vez. Los ojos de la criatura lo miraron. Decía criatura porque no había otra forma de llamarlo, quizá monstruo, pero era demasiado dramático y él nunca hizo amago del drama para describir nada, ni emociones, ni acciones, ni escenas que presenciara. Las cosas eran lo que eran, no había razón para adornarlas con adjetivos exagerados.
Esa era una criatura, que lo asechaba y lo perseguía. Que además iba a matarlo. Lo supo en ese momento, cuando los ojos grises vacíos y el rostro inexpresivo estaban frente a él, lo supo también cuando la persecución en el bosque comenzó. Estaba clavado a ese árbol, inmóvil, inútil, indefenso, y a la criatura le agradó.
Lo percibió, estaba complacida.
El filo de la daga en su mano chirrió, ya la había usado antes para hacerle un corte en el costado. Su cuerpo se aferraba aún a la vida porque sus órganos vitales no habían sido dañados todavía, y la criatura cortó y rompió allá donde sabía que no le impediría continuar.