✝ 05. El cementerio ✝

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El cementerio

ADAM

La castaña de metro sesenta y cinco que saltó encima de él apenas atravesar la entrada al edificio de la escuela fue el balde de agua fría que necesitaba para convencerse de que no estaba soñando. Realmente llegó esa mañana con los Hedrik, bajó del asiento delantero del auto de Mort, e iba vestido con cosas más caras que todo su guardarropa junto.

A Jules no le pasó desapercibida su apariencia. Sabía que iba desaliñado, con el cabello revuelto, bolsas oscuras debajo de los ojos, uno que otro moretón visible en el cuello, por cortesía del primo loco de Mort, y dos dedos hinchados que a juzgar por el dolor que lo hacía querer gritar, debían estar fracturados.

En realidad, a Jules no se le escapaba nada, por lo que no se sorprendió cuando después de separarse de él, volteara a ver a los Hedrik. Medea entrelazó el brazo con su gemelo, y una Moira con el ceño fruncido los seguía de cerca. Al pasar junto a él, lo fulminó con la mirada y Adam estaba seguro de haberla escuchado gruñir, tal vez lo insultó, y lo empujó con su hombro antes de alcanzar a Mort y Medea.

—¿Es idea mía o te vi bajando del auto de Mort Hedrik hace dos minutos?

La pregunta de Jules lo atrajo hacia ella, sin querer se había quedado con los ojos puestos en la espalda de Mort. No le había vuelto a dirigir la palabra después de ordenarle que subiera al auto y luego que se pusiera el cinturón. Al final bastó con un pesado suspiro para que entendiera que tenía que bajarse del auto y comenzar a caminar cuando finalmente llegaron a la escuela.

—Adam... —Jules le rodeó el brazo y agitó una mano extendida frente a él—. Necesito contexto de lo que está pasando, he intentado comunicarme contigo desde anoche y... ¿qué te pasó en el cuello?

Intentó subirse la sudadera que Mort le dio para cubrir cualquier marca que Jules hubiera visto.

—No es nada —dijo con voz tranquila. De alguna manera tenía que mantener a Jules fuera de todo eso.

No podía decirle que los Hedrik lo secuestraron, que había visto a Manic asesinar a alguien y que si el cuerpo de Alina Walker aparecía bajo un puente el culpable también era Manic.

—No es nada —repitió ella y lo siguió, él había comenzado a avanzar hacia el pasillo de casilleros.

Jules, por supuesto, no aceptaría el silencio como respuesta. Volvió a tomarlo del brazo y se interpuso entre él y la puerta abierta de su casillero.

—¿Qué te pasó en la mano? —preguntó Jules, levantándole el brazo por el que lo tenía sujeto, el mismo con los dedos que aplastó con su propio cuerpo cuando Manic lo retuvo en esa habitación oscura—. ¿Por qué no estabas en casa esta mañana y apareces de la mano con los Hedrik vistiendo como uno de ellos?

Las reglas de los privilegiadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora