✝ 06. Nuestras reglas ✝

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Nuestras reglas

MORT

Antes de abrir la puerta de su auto, alcanzó a ver por el espejo al jefe de policía aproximarse. Medea lo esperaba dentro, impaciente. Se suponía que ya debían estar de camino a casa y aun no dejaban el cementerio.

Metió las manos dentro de sus bolsillos y giró sobre sus talones para encarar al hombre.

—Jefe Gray —saludó con una sonrisa y un leve asentimiento de la cabeza—. Si está buscando a mi abuelo, él ya se ha ido...

La mirada del hombre se dirigió de soslayo hacia el interior del auto, Medea se dio cuenta y lo saludó moviendo sus dedos.

—No —dijo, y volvió a centrar su atención en Mort—. Quería asegurarme de que ustedes estuvieran bien, vuelvan a casa, es tarde y el camino a la montaña es complicado por la noche.

Mort sacó una de sus manos del bolsillo y la estiró para estrechar la del jefe Gray, que le devolvió el apretón.

—No hay nada que temer si usted está de guardia —respondió.

El hombre asintió.

—Ve a casa con cuidado, hijo. —Tras decir eso, y echar un último vistazo hacia el interior del auto, el jefe Gray comenzó a alejarse hacia la camioneta de la estación de policía, donde su hijo esperaba en el asiento del copiloto, seguramente curioso por lo que su padre y Mort hablaban.

Quitó el seguro de las puertas y entró junto a Medea. Su gemela ya tenía puesto el cinturón.

—¿Qué fue todo eso? —preguntó, pero en realidad significaba «¿por qué no estamos ya de camino a casa?». La conocía bien.

Encendió el motor y las luces para ponerse en marcha antes de responder. Miró por el espejo retrovisor y dio vuelta sobre la calle despejada.

—El jefe Gray buscaba material de tortura en mi auto.

Pasaron junto a la camioneta donde Adam y la familia de su amiga esperaban al jefe de policía. Desaceleró a propósito y le hizo una seña de saludo militar a Adam antes de alejarse.

—Deja de bromear —demandó a su lado Medea—. ¿Por qué hablas con Adam Gray? Después de lo que pasó hoy...

Giraron en la esquina y salieron directo a la carretera que los llevaría a la propiedad de su familia.

—Necesitaba asegurarme de que no había entrado en una crisis de moralidad.

Medea soltó un bufido.

—Debiste dejarlo con Manic, no tendríamos que preocuparnos por él.

Mort suspiró.

—Sí, y entonces en lugar de sospechosos seríamos los innegables culpables de dos suicidios —sentenció con dureza—. Viste lo que Manic le hizo a esa chica.

Las reglas de los privilegiadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora