✝ 04. Mirada gélida ✝

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Mirada gélida

ADAM

Mort fue muy claro cuando le advirtió:

—Ahora voy a desatarte. Tendrás diez minutos para decidir, cuando yo vuelva a entrar por esa puerta, me dirás si aceptas o no. Y no intentes hacerte el valiente, no tengo paciencia para tratar contigo.

Después, lo había dejado solo en la habitación. Le dolía cada parte del cuerpo. Lo primero que hizo fue levantarse de la silla y espiar por la ventana, no reconoció más que troncos de árboles y niebla entre la lluvia. Se sentó en el borde de la cama, las sábanas estaban frías, pero era mejor que el suelo.

Estaba en la casa de los Hedrik. Mort había dicho que no quería hacerle un mapa de su propia casa. Significaba que estaba en la propiedad de la montaña, tras los muros sobre la carretera que la bordeaban y el espeso bosque, al otro extremo de donde Adam y su padre vivían.

Mort no quería que intentara escapar, pero solo quería sonar más amenazador. No había manera de escapar de ese lugar sin que alguien lo viera. Debían ser las tres o cuatro de la mañana, a juzgar por la oscuridad en el exterior. Era difícil saberlo, ni siquiera el cielo era confiable en Hidenhel.

No sabía cuántos minutos llevaba. Esperaba escuchar los pasos de Mort aproximándose y que la decisión se aclarara en su mente cuando se abriera la puerta. En realidad, lo que quería era vivir, no por él ni porque le gustara la idea de que los Hedrik lo atormentaran por siempre, sino por su padre. Si moría, nada le garantizaba que Manic no cumpliría la amenaza de hacerle daño a su padre para evitar que investigara.

Y si algo le ocurría a Adam, su padre no se detendría nunca.

No entendía bien a lo que Mort se refería con unirse al juego. Mucho menos a que primero debía entrenar. ¿Practicaban los Hedrik algún deporte extremo y querían a un tonto para que probara los riesgos antes que ellos? ¿Algo así como un doble de acción?

Adam no era atlético, no les serviría mucho de todos modos, Mort estaba dándole la oportunidad de vivir a cambio de realmente nada. Y esperaba que no lo descubriera de inmediato, antes, Adam encontraría la manera de asegurar a su padre. Tal vez convenciéndolo de irse del pueblo.

Pero entonces quedaba Jules, ella también era cercana a él y Mort lo sabía.

Listo, tenía que enviar a su padre y a Jules lejos del pueblo.

Pero Jules tenía a su abuela. Y a Theo.

Tenía que sacar a su padre, a Jules, a la abuela y al hermano de Jules del pueblo.

Mejor aún, convencería a los diez mil habitantes de Hidenhel de irse del pueblo, Lejos de los Hedrik. Así nadie más resultaría herido.

Ellos eran el problema, su excentricidad y sus macabros secretos.

Las reglas de los privilegiadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora