Capítulo 1: "El show debe continuar"

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Lo conocí en el lugar y en el momento menos indicado

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Lo conocí en el lugar y en el momento menos indicado. Recuerdo correr de un lado a otro junto a mis compañeras intentando arreglar el desastre que había causado Delfina en su vestimenta diez minutos previos a salir al escenario. Su vestido de telas rosas se rajó por casualidad cuando quedó pillada en la puerta del baño, dejándolo sin uno de sus tirantes. Para su suerte, mi madre me había enseñado a mantener siempre un kit de emergencia en mi mochila para evitar que estos desastres arruinaran nuestras presentaciones, porque como decía nuestra maestra Abigail: el show siempre debía continuar.

Teníamos que salir en menos de cinco minutos y yo me encontraba tratando de enhebrar el hilo blanco en la aguja, pero la presión no dejaba que me concentrara, y los constantes apuros por parte de las otras cuatro chicas me estaban sacando de las casillas.

Apreté mi labio inferior con los dientes y luego suspiré frustrada por mis últimos intentos fallidos. Este inconveniente no iba a arruinar lo que se suponía que sería el mejor día de nuestras vidas.

Todo el año nos preparábamos para esto, el primer recital en el que participaríamos en el Teatro Colón, un lugar icónico que había sido testigo de innumerables actuaciones memorables. Hacíamos audiciones, practicábamos día y noche las coreografías, tratando de interpretar la esencia de los personajes como correspondía. Ahora, estábamos a punto de presentar una obra que tanto amábamos, y no podía permitir que un pequeño contratiempo lo arruinara.

—Dale, Mar. No puede ser tan difícil —escuché la voz de mi hermana Milagros, sacándome de mis pensamientos.

—¿Querés venir a intentarlo vos entonces? —pregunté frunciendo mis cejas cuando finalmente logré enhebrar la aguja, y relamí mis labios, que para entonces estaban secos—. ¡Ya está! Quedate tranquila, Delfi —le susurré mientras empezaba a coser el tirante al vestido que aún llevaba puesto, ya que no teníamos tiempo para que se desvistiera solo para que yo pudiera trabajar tranquila—. ¿Cuánto queda? —pregunté, cuando ya iba por la mitad, rompiendo el silencio tenso que se había formado en el camarín.

—Tres —respondió Agustina, repasando la coreografía con sus manos.

—Último llamado —nos avisó una chica, que traía un papel en su mano, mirándonos a través del marco de la puerta—. Les quedan dos minutos para salir, es ahora o nunca.

—¡Vayan! —les grité, cortando el hilo que quedaba con mis dientes.

Me obedecieron y salieron corriendo en dirección al escenario, junto a ellas, Delfina, agradeciéndome con la mirada antes de partir. Volví a suspirar, esta vez aliviada, y las seguí.

—¡Eu! —escuché que me llamaban, pero no volteé a ver de quién provenía la voz, pues no tenía ninguna intención de detenerme—. ¡Eu! —estaba a punto de llegar... —¡Solo necesito el baño! ¡Ya me meo!

Encontraría a otra persona que lo ayudaría, ¿o tal vez no? ¿Qué pasaba si se orinaba por mi culpa y pasaba la vergüenza de su vida en un teatro así de grande? Quizá tenía problemas con la vejiga.

love me not, Rodrigo CarreraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora