Capítulo 3

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La noche había descendido sobre la ciudad como un velo oscuro, dejando un rastro de luces de neón que titilaban entre el caos de una urbe que nunca dormía. Era un paisaje desbordado de deseo y pecado, donde la lujuria parecía bailar entre las sombras. Jungkook avanzaba por el angosto pasillo que conducía al rincón más oculto bajo la cantina, un santuario clandestino frecuentado por los rostros más oscuros y peligrosos de la ciudad. Las vibraciones de la música resonaban como ecos sordos en las paredes, mezclándose con carcajadas nerviosas y susurros impregnados de promesas huecas y traiciones a medio cumplir.

Con pasos firmes, Jungkook ingresó al antro. Los ojos vidriosos de los hombres que rodeaban a las mujeres danzantes se clavaron en él por un instante, pero él los ignoró. Cada movimiento, cada gesto en esa sala, le resultaba repulsivo: la simulada sensualidad de las mujeres, la opulencia decadente de los trajes que apenas disimulaban la podredumbre detrás de tanta ostentación. Aquella escena, bañada en una luz mortecina, no era más que una ilustración grotesca de la decadencia que la sociedad escondía bajo su apariencia pulida.

Se deslizó hasta la barra con una calma contenida, donde un hombre corpulento, cuyo rostro estaba surcado por cicatrices que contaban historias de violencia, servía tragos con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. Jungkook lo miró fijamente, su semblante pétreo, sin dejar traslucir emoción alguna.

—"¿Ha estado Park Jimin aquí esta noche?" —susurró con voz grave, aunque sus palabras cortaron el ruido del lugar con una precisión afilada.

El barman lo observó por un instante, reconociendo inmediatamente la presencia imponente de Jungkook. Sabía bien quién era y, más aún, sabía que no era prudente inmiscuirse en los asuntos de aquel hombre.

— "Lo vi hace un rato" —respondió, midiendo cada sílaba como quien juega con fuego.

Jungkook entrecerró los ojos, su mandíbula tensándose apenas mientras procesaba la respuesta. El aire en torno a él parecía vibrar con la misma intensidad que su impaciencia.

— "¿Está... aquí ahora?" —inquirió con una calma helada que sólo acentuaba el peligro en sus palabras.

El hombre asintió con una lentitud deliberada, como si cada movimiento fuera parte de un ritual que debía seguir para no desatar la tormenta latente en Jungkook.

— "Sí, está en su habitación" —murmuró finalmente, con la misma cautela que antes.

Sin perder más tiempo ni ofrecer una despedida, Jungkook giró sobre sus talones y se adentró más en aquel laberinto de pasillos oscuros, su mente fija en su objetivo. Las paredes, impregnadas de humo y pecado, parecían cerrar el espacio a su alrededor mientras avanzaba, hasta que llegó a una puerta marcada con el número 13. La cifra, tradicionalmente asociada con la mala fortuna, le pareció irónicamente adecuada para el hombre que estaba del otro lado.

Sin vacilación, empujó la puerta. El estrépito sordo del metal contra el marco rompió el murmullo distante de la música, y un silencio sepulcral se apoderó de la habitación. Allí, bajo la tenue luz que apenas alcanzaba para delinear las sombras, estaba Park Jimin. Sentado con un aire de indolencia calculada, cruzaba las piernas en una silla de cuero que parecía haber sido diseñada para un trono. Un vaso de cristal fino descansaba en su mano, reflejando el ámbar del licor en su interior.

La mirada de Jimin, serena pero afilada, se encontró con la de Jungkook. Ninguno de los dos dijo una palabra. Pero el silencio que se extendía entre ellos no era vacío: era una fuerza tangible, cargada de electricidad y emociones no dichas, como si el aire mismo se retorciera bajo el peso de su pasado compartido. La tensión en la sala era palpable, casi sofocante, mientras las luces bajas proyectaban sombras profundas que acentuaban la gravedad del momento. A lo lejos, la música seguía sonando, un contraste extraño y casi macabro ante la intensidad del reencuentro.

"Abyssus" | JikookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora