Capítulo VIII: Reflejo del amor.

6 2 0
                                    

 
La luna comenzaba a relucir cuando Momo entró en la habitación de Sana, encontrándola frente al espejo, ajustando la gran chaqueta de cuero que había elegido para esa noche. Sus botas negras e imponentes y su atuendo completamente negro. Su hija mayor, aunque todavía adolescente, tenía una presencia que llenaba la habitación. Con su estilo propio y ese aire despreocupado, parecía una versión joven de Momo, pero con una dureza más marcada. A pesar de todo,  siempre podía ver más allá, encontrando en Sana esa ternura oculta, especialmente cuando se trataba de Dahyun.

—¿Lista para la fiesta? —preguntó Momo, recostándose en el marco de la puerta, observando cómo Sana se giraba hacia ella con una leve sonrisa.

—Casi, mamá —respondió, dándose un último vistazo en el espejo antes de mirar hacia la guitarra que descansaba en la cama, envuelta con delicadeza. —¿Crees que le gustará?

Momo se acercó y colocó una mano en el hombro de su hija, apretándolo suavemente.

—Le va a encantar, Sana. Una guitarra no es solo un regalo; es algo muy personal. Y tú conoces bien a Dahyun. Sabes cuánto le apasiona la música.

La menor asintió, aunque sus ojos reflejaban un nerviosismo que no solía mostrar. Era raro verla así, tan vulnerable, pero Momo sabía que la relación con Dahyun era especial. Sana había pasado horas buscando la guitarra perfecta, eligiendo cada detalle con la misma precisión que mostraba en todo lo que le importaba.

—Solo… quiero que sea algo que le recuerde a mí, pero no demasiado —murmuró Sana, cogiendo la guitarra con cuidado. —No quiero que piense que es demasiado.

Momo sonrió, entendiendo perfectamente el dilema de su hija.

—Lo que le des será especial porque viene de ti, y lo mejor de todo es que a Dahyun no le importan esas cosas. Para ella, es el gesto lo que cuenta, y tú lo haces de corazón. Eso es lo único que interesa.

Sana dejó escapar una pequeña risa, su expresión asegurándose de que todo estuviera perfectamente acomodado, como si el regalo fuera un tesoro frágil que solo Dahyun podía recibir. Sana cerró el estuche con delicadeza, pero sus manos seguían algo temblorosas. Sabía que esa guitarra no era solo un regalo; era su forma de expresar sentimientos que, hasta ese momento, no había logrado verbalizar del todo.

Momo, observando cada uno de los movimientos de su hija, notó ese nerviosismo en los ojos de Sana. Como madre, lo entendía. Sana era fuerte por fuera, pero cuando se trataba de Dahyun, había una vulnerabilidad que siempre emergía. Momo dio un paso hacia ella, colocando su mano suavemente sobre la de su hija mayor.

—Respira profundo —susurró, dándole una sonrisa tranquilizadora—. Hoy no tienes que preocuparte por nada, Sana. Solo sé tú misma, y todo saldrá bien.

La pelirroja asintió, apretando con fuerza la mano de su madre antes de soltarla.

—Gracias, mamá —murmuró, permitiendo que una pequeña sonrisa se formara en sus labios. Momo siempre sabía qué decir para darle la confianza que necesitaba.

Cuando ambas bajaron las escaleras, el eco de sus pasos resonó en la casa silenciosa. Sus hermanas menores, Tzuyu y Chaeyoung ya estaban dormidas, y la quietud en el ambiente contrastaba con los pensamientos que revoloteaban en la mente de Sana. Cada paso hacia la puerta la acercaba más a esa noche que tanto había esperado, una noche que deseaba con el corazón, pero que también temía en secreto.

Su otra madre, Jihyo, se despidió con un beso en la coronilla. Y le pidió suavemente que se divirtiera. Le dió un abrazo prometiendo hacerlo.

Momo abrió la puerta principal y dejó que Sana pasara primero, el estuche de la guitarra colgado firmemente a su espalda. El aire nocturno era fresco, pero el corazón de Sana latía con fuerza, casi con la misma intensidad que cuando practicaba música. Mientras caminaban hacia el auto, Momo la miró de reojo, observando cómo su hija luchaba por mantener la compostura.

Una vez en el vehículo, la mayor ajustó los espejos y encendió el motor, pero no arrancó de inmediato. En cambio, se volvió hacia Sana, con esa expresión seria pero llena de cariño que solo una madre podría tener.

—Sana, quiero que recuerdes algo —dijo, su voz suave pero firme—. No importa lo que pase esta noche. Lo que importa es que estás siendo honesta contigo misma y con Dahyun. Eso es lo que la hará feliz.

Sana se quedó en silencio por unos segundos, procesando esas palabras. Momo siempre le había dicho que lo más importante en cualquier relación era la sinceridad, y en ese momento, esas palabras parecían más reales que nunca. Sana miró a su madre, asintiendo con determinación.

—Tienes razón —respondió con un poco más de convicción—. Ya es hora de que ella lo sepa.

Momo sonrió, y con una última mirada de apoyo, arrancó el auto, dirigiéndose hacia la casa de Dahyun. Mientras conducían por las calles iluminadas por las luces de la ciudad, Sana se sumergió en sus pensamientos. El estuche de la guitarra en el asiento trasero parecía pesar más de lo normal, como si los sentimientos que había contenido durante tanto tiempo hubieran encontrado su lugar allí.

Al llegar a la casa de los Kim, la fachada estaba iluminada con suaves luces, y desde dentro se escuchaba la música y las voces de los pocos invitados. El corazón de Sana latía cada vez más rápido, un tamborileo que resonaba en su pecho. Antes de que la ansiedad pudiera apoderarse de ella, Momo le ofreció una última sonrisa de aliento. Aunque esa expresión cálida la reconfortó, no logró disipar por completo sus nervios. La caja de cigarrillos en su bolsillo se convirtió en una tentación persistente, un eco de un mal hábito del que aún luchaba por desprenderse.

—Suerte, Sana —dijo Momo, dándole un apretón firme en el hombro—. Recuerda que estaré aquí cuando me necesites.

Sana asintió, sintiendo la mezcla de ansiedad y determinación. Con un profundo suspiro, salió del auto con la guitarra a cuestas, deteniéndose un momento en el borde de la acera. Sin pensarlo, se lanzó hacia su madre en un abrazo repentino.

—Te amo, pero si le llegas a contar a Jihyo esto, estás acabada —le susurró, con una sonrisa nerviosa en los labios.

Antes de separarse, dejó en la mano de Momo la caja de cigarrillos, como un símbolo de su compromiso por dejar atrás ese mal hábito producto de su relación con Miyeon.

—Te irá bien, cariño. Recuerda que las japonesas son la debilidad de las coreanas —dijo Momo, guiñándole un ojo y arrancándole una risa nerviosa a su hija.

Con el ánimo un poco más elevado, Sana finalmente salió del auto. El sonido de sus botas resonó sobre el pavimento mientras avanzaba hacia la entrada del edificio. Era ahora o nunca. Cada paso que daba la acercaba a Dahyun, y esa idea era suficiente para que su corazón latiera aún más rápido, pero esta vez no solo por los nervios.

Con la guitarra al hombro y una mezcla de emoción y valentía en su interior, Sana cruzó el umbral, lista para enfrentar lo que el destino le tenía preparado.

Happy birthday. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora