Thorn levantó la pala y volvió a hundirla en la tierra húmeda, mientras el frío de lamañana se filtraba entre sus ropas, mordiendo su piel. Sintió una punzada en la parte baja de su espalda, pero apretó los dientes y continuó. El dolor ya era algo familiar, un recordatorio constante de que los años no perdonan, aunque el trabajo no dejara de exigirle. Brumaalta estaba cubierto por su habitual manto de niebla, ocultando las colinas que bordeaban el pequeño pueblo. Los aldeanos estaban ya en marcha, como cada día, trabajando para mantener las enredaderas y la flora bajo control. No había margen para la holgazanería; la naturaleza no daba tregua, y tampoco lo hacía el tiempo.
Las flores de custosyl que repelían a las plantas invasoras estaban casi agotadas, y hasta que pudieran conseguir más, todo dependía de la fuerza de los hombres y mujeres del pueblo. La tierra no se dejaba someter fácilmente, las raíces de las plantas luchaban contra cada golpe de la pala, y Thorn podía sentir cómo las enredaderas trataban de aferrarse a sus botas, como si intentaran reclamar lo que creían suyo.
A su alrededor, otros aldeanos trabajaban igual de duro. Los hombres jóvenes golpeaban la tierra con picos, arrancando las raíces con una facilidad que a Thorn ya se le escapaba, procurando eliminarlas antes de que pudieran extenderse demasiado. Thorn, por su parte, levantó otro montón de tierra, aunque ya sin la agilidad de antaño.
Las mujeres, con sus faldas recogidas, cargaban baldes llenos de agua o vigilaban las líneas de enredaderas que serpenteaban peligrosamente cerca del borde del pueblo. El humo de las cocinas se elevaba hacia el cielo cubierto de niebla, donde las chimeneas de piedra apenas asomaban por encima de las casas de tejados bajos. Brumaalta no era próspero, pero la gente sabía trabajar. Sabía resistir, aunque la naturaleza pareciera empeñada en matarlos de cansancio.
—Señor Thorn, agua fresca —dijo Elia, la niña más joven del pueblo, con una sonrisa inocente, ofreciéndole un balde de madera. Sus brazos pequeños estaban temblando y sus nudillos, blancos por el esfuerzo, delataban el peso, pero su expresión, aunque enrojecida, era firme.
En Brumaalta, incluso los más jóvenes sabían lo que era el trabajo duro.
Thorn tomó el balde y asintió, agradecido. Mientras bebía, observó el campo y los grupos de aldeanos trabajando, moviéndose entre la niebla como sombras en una danza coordinada. Se pasó la mano por la frente sudorosa, notando que el cansancio llegaba más rápido de lo que solía. Hace años, podría haber seguido cavando hasta que el sol cayera, pero ahora, apenas había pasado media mañana y ya sentía el peso del trabajo en cada músculo.
Los hombres más fuertes lidiaban con las raíces profundas; las mujeres cuidaban los cultivos de flores para mantener el equilibrio, y los ancianos, como él, hacían lo que podían para que el pueblo no sucumbiera.
—Thorn, el suelo está más denso que de costumbre—gruñó Olin, uno de los ancianos, desde el otro lado del campo. Era la voz de la experiencia, alguien que había visto cómo las raíces se volvían más voraces con los años.
—Lo sé —respondió Thorn, clavando la pala en la tierra—. Es como si la tierra supiera que estamos al límite. Sin las flores de custosyl, esto solo va a empeorar. Y la maldita naturaleza no nos va a dar tregua.
—El alcalde Valran ha dicho que ni no encontramos más pronto, pedirá ayuda a la capital.
Thorn gruñó por lo bajo, sin levantar la mirada.
—Siempre tan preocupado —respondió—, como si la capital fuera ayudar en algo.
Casi medio centenar de pasos al oeste, los hombres se arrodillaban en el pastizal, mientras las ovejas yacían de costado, y con cuchillos afilados les cuidaban las pezuñas. Intentaban mantenerse apartados lo más que podían de la vegetación, pero era difícil mantener a todo el rebaño en el interior del corral. No tenían otra opción que arriesgarse a que las raíces y enredaderas avanzaran, enraizándose en sus botas o arrastrándolos. Si eso ocurría, debían contar con la rapidez de sus hachas para cortar las ramas a tiempo, antes de quedar atrapados por la sofocante maraña de plantas.
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Vidente de las Sombras
FantasyEl reino de Clyendor se encuentra al filo de derrumbarse. Silvanox, un ser oculto y cruel, ha surgido de las sombras para desatar el desorden, asesinando tanto a nobles como a campesinos, sin dejar huella. Ninguna persona puede frenar a este monstru...