CAPÍTULO 2

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El viento que bajaba de las colinas traía consigo el eco lejano de un cuerno.

Thorn alzó la cabeza interrumpiendo su trabajo al borde del campo. No era el cuerno del pueblo; era más agudo, más alto, y traía consigo la misma mala espina que un cielo nublado antes de la tormenta. Frunció el ceño, apartando con la pala las enredaderas que amenazaban con apoderarse de su parcela de tierra. El dolor constante en su espalda lo obligó a enderezarse con dificultad. Un cuerno extraño en Brumaalta nunca era buen augurio.

—¡Viene un hombre con el blasón real! —gritó uno de los vigías desde la torre de madera en el extremo este del pueblo.

Thorn se tensó al escuchar las palabras, sintiendo una punzada de incomodidad en el estómago. Un hombre de la capital. ¿Ahora que querían? ¿Impuestos? ¿Reclutas para otra guerra? Siempre llegaban justo cuando las cosechas eran escasas o cuando las espaldas ya no aguantaban más trabajo. La última vez que los emisarios del gran señor habían llegado a Brumaalta, se llevaron más de lo que el pueblo podía permitirse perder.

Y desde entonces, todo había sido arar sin descanso, sin tregua, como una mula atada al arado.

Los aldeanos comenzaron a agruparse cerca del camino principal, curiosos y preocupados. Entre ellos, Thorn distinguió la figura del alcalde Valran, cuya piel grisácea y cabello fibroso, tan comunes en Brumaalta, parecían un reflejo de la tierra misma. El hombre tenía una expresión preocupada.

Thorn dejó la pala apoyada contra la cerca y avanzó hacia la entrada del pueblo, donde las voces se alzaban en murmullos nerviosos. No podía evitar sentir una marga anticipación, como si ya supiera que lo que venía no era nada bueno.

«No es más que un recaudador», pensó.

Pero cuando vio la figura que se acercaba, tambaleándose sobre un caballo, su corazón se detuvo un segundo. No era un recaudador. El hombre parecía un cadáver cubierto de polvo, con ropas desgarradas y el emblema real apenas visible entre manchas de sangre seca. Parecía más un campesino que un noble o un soldado.

Thorn entrecerró los ojos, tratando de enfocar mejor la figura que se acercaba. El jinete apenas se mantenía erguido, y el pobre animal se arrastraba con la misma fatiga. Las enredaderas a los lados del sendero se agitaban inquietas, como si percibieran la debilidad del hombre y del animal.

—¿Qué espinas le ha pasado? —murmuró Thorn con la mandíbula apretada.

No era de los que se lanzaban a resolver los problemas de los demás, y menos cuando esos problemas llevaban el blasón del reino. Los años le habían enseñado que era mejor dejar que cada cual cosechara lo que había sembrado. Pero algo en el tambaleo del hombre, en la fragilidad de esa figura, lo inquietaba. Las enredaderas ya se movían a su alrededor, como serpientes listas para atacar. Aquel hombre había hecho algo estúpido: había salido del sendero seguro. Thorn chasqueó la lengua con disgusto.

«¿Qué clase de idiota se mete entre las raíces voraces?»

Los murmullos crecieron entre los aldeanos, pero ninguno daba un paso adelante. Todos sabían lo que significaba ver a alguien con el emblema real en esas condiciones. Ninguno quería meterse en un asunto que no les concernía. Habían aprendido a dejar que las desgracias pasaran de largo, como una tormenta que arrasa, pero no se puede detener.

—Parece más muerto que vivo —dijo Olin, quien se había colocado a su lado. Tenía la cara tan arrugada como la corteza de un viejo árbol—. Sea lo que sea lo que lo persiguió, ya lo ha atrapado.

Thorn sintió un escalofrío en la espalda, más frío que el viento de las colinas. Olin tenía razón. Aquel hombre probablemente había enfrentado a criaturas simbióticas y, aunque había sobrevivido, había quedado impregnado con parte de su esencia, lo que provocaba que la naturaleza a su alrededor se volviera más salvaje y descontrolada. Y las enredaderas no eran lo único a temer en aquel bosque: flores carnívoras que acechaban entre las sombras, hiedras paralizantes que se escondían entre los árboles, y raíces cazadoras que esperaban bajo tierra, listas para atrapar a cualquiera.

Vidente de las SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora