Lignarion parpadeó con lentitud, como si sus párpados pesaran más que el escudo que apenas podía alzar en las sesiones de entrenamiento. Los últimos vestigios de un sueño espeso y confuso aún lo retenían, como si lo hubieran mantenido atrapado por siglos. Apenas era consciente del calor suave que irradiaba de la chimenea cercana, pero ese calor se extendía, envolviéndolo, forzándolo a reconocer su entorno. Su cuerpo, adolorido y débil, apenas respondía a su voluntad de moverse. Sentía que cada músculo protestaba ante el más mínimo intento de desplazarse. Sin embargo, su mente, lentamente, comenzó a despejarse.
La tenue luz de la mañana se filtraba por una pequeña ventana, iluminando un cuarto sencillo. Nada que ver con los techos altos y las alfombras de la mansión familiar. Aquí no había tapices ni candelabros; solo vigas de madera que crujían levemente, como si compartieran su cansancio. Aspiró profundamente el aroma a resina y hierbas medicinales. Ese olor no pertenecía a la capital, eso lo sabía con certeza. El aire tenía una pureza que solo se encontraba en los rincones olvidados del reino, donde los nobles no se atrevían a pisar... a menos que estuvieran escapando de algo.
Intentó moverse, tal como haría un caballero de verdad en una situación crítica, pero en lugar de incorporarse con dignidad, un dolor agudo le atravesó el costado, haciéndolo jadear y desplomarse nuevamente.
«¡Por la Deidad Inmortal! Ni siquiera puedo levantarme como un soldado debería», pensó.
Inhaló bruscamente, un jadeo que lo hizo desplomarse de nuevo sobre el lecho improvisado. Cerró los ojos un momento, esperando que el dolor cediera, cuando una sensación fría en la frente lo hizo abrirlos nuevamente. Fue entonces cuando la notó.
A su lado, una mujer, con la mirada tranquila y las manos firmes de quien ha lidiado con peores heridos que él, aplicaba un paño húmedo en su frente. Sus movimientos, precisos y seguros, le recordaron a las sirvientas de la mansión, aunque había en ella una fuerza distinta, algo más terrenal. Aquí no se trataba de cumplir con un deber, sino de sobrevivir, de hacer lo necesario para que la vida continuara.
—Descansa—dijo la mujer con una sonrisa breve pero llena de compasión—. Te caíste de ese caballo como un saco de piedras. Has estado fuera casi un día entero.
«Un saco de piedras.» La comparación resonó en su mente, y por un momento sintió que no había escapatoria de aquella imagen. Un noble, sí, pero un noble que se desmorona bajo la más leve brisa. Trató de recordar, y las imágenes llegaron en oleadas: el bosque, las enredaderas, la sensación de estar atrapado... y luego nada.
—El héroe me salvó, ¿verdad? —dijo, casi aferrándose a la idea—. Sir Thorn, el Vidente de las Sombras.
La mujer alzó una ceja, casi con un toque de burla, antes de que una sonrisa irónica curvara sus labios. Retiró el paño de su frente y dejó escapar un suspiro.
—¿Vidente de las Sombras? —repitió con la voz teñida de una mezcla de diversión e incredulidad—. Claro que conozco a ese insensato. —Guardó una breve pausa, disfrutando del desconcierto que causaba en el joven—. Ese tarado es mi esposo.
Lignarion se quedó sin palabras, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar. Miró fijamente a la mujer, buscando en su rostro algún indicio de que se tratara de una broma, pero no lo encontró. Tragó saliva.
—¿Y dónde está?
—Cortando leña, supongo —respondió ella, llevándose una mano al mentón con aire distraído—. O tal vez esquilando las ovejas... o cortando raíces, quién sabe. Ese idiota no sabe cuándo descansar. Siempre está haciendo algo, aunque no tenga ninguna necesidad de hacerlo.
Lignarion no pudo evitar que la perplejidad se reflejara en su rostro. El héroe que había salvado al reino, el legendario Vidente de las Sombras, reducido a un hombre que cortaba leña y cuidaba ovejas en un rincón olvidado del mundo. Era difícil reconciliar esa imagen con la figura gloriosa que él había admirado desde niño.
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Vidente de las Sombras
FantasyEl reino de Clyendor se encuentra al filo de derrumbarse. Silvanox, un ser oculto y cruel, ha surgido de las sombras para desatar el desorden, asesinando tanto a nobles como a campesinos, sin dejar huella. Ninguna persona puede frenar a este monstru...