Thorn se deslizaba entre las sombras de la capital, con los ojos clavados en la figura encapuchada que se movía por las callejuelas como un fantasma. Cuatro días de seguir pistas frías y rumores a media voz lo habían llevado hasta este punto, y su instinto le gritaba que estaba cerca de descubrir algo.
No era un experto en política ni conspiraciones. ¡Por la Deidad Inmortal, solo era un granjero! Había perdido más horas de las que quería admitir intentando entender las reglas de los nobles, pero seguía siendo confuso. Esto no es como encontrar al zorro que se llevó las gallinas. Allí al menos siempre hay plumas regadas; aquí, todo son palabras bonitas y mentiras enredadas. Pero un hombre tenía que hacer lo que debía hacer, y Thorn se encontraba aquí por su gente.
No podía fracasar.
Había rastreado conversaciones veladas, pequeños deslices de los nobles, y ahora estaba cerca. Muy cerca. No sabía si era el Silvanox, pero sentía en los huesos que había encontrado la clave. La condenada podredumbre espada no dejaba de vibrar, como si quisiera decirle: «Vas a morir, Thorn.»
«Bah, lo que me faltaba: que una espada me diera órdenes.»
La espada se sentía más pesada que de costumbre, y a Thorn le parecía que el frío de la hoja se filtraba en su piel. Cada vez que la tocaba, una parte de él se sentía más distante, más desconectada de sus emociones.
Tenía miedo del día que tuviera que desenfundarla, porque sabía que algo dentro de él se perdería.
Lo extraño era que, desde que había llegado, no había muerto nadie más. Y lo más inquietante, si cabía decir, era que nadie lo hubiera atacado. Quizá su reputación por fin servía para algo.
Eso solo lo ponía más nervioso.
Esa noche, Thorn había seguido a un noble que hablaba en voz baja sobre «El Abismo». Este hombre, un primo lejano de la Casa Vyrelis, era conocido en la corte por su habilidad para permanecer en los márgenes de las conspiraciones, siempre presente en el lugar adecuado, pero sin involucrarse directamente.
«No puede ser una coincidencia», pensó Thorn con el nombre de Lord Vyrelis resonando en su mente,
Desde su llegada a la capital, Thorn había escuchado rumores sobre la retirada de tropas de las rutas hacia Clyendor, dejándolas desprotegidas, y al mismo tiempo, el reporte de que fuerzas se acumulaban en la ciudad. Sin embargo, algo no cuadraba: las tropas no avanzaban, y no había señales de un ataque. Todo apuntaba a que la casa Vyrelis estaba esperando el momento adecuado, y ahora uno de sus hombres más cercanos estaba vinculado con lo que sea que fuera el abismo.
«Oh, Deidad Inmortal, no... No puede ser lo que creo que es», pensó Thorn, mientras un sudor frío le recorría la espalda.
El noble, un hombre de cabello canoso y mirada eternamente al borde del pánico, se movía con una urgencia que desmentía su edad. Sus pasos resonaron sobre las baldosas desgastadas mientras atravesaba un pequeño jardín interior, antes de desaparecer tras una puerta pesada de madera oscura. Thorn avanzó a hurtadillas. Se asomó apenas por la celosía de una ventana.
El aire dentro era opresivo. La sala, iluminada por antorchas parpadeantes, estaba abarrotada de figuras encapuchadas. Sus mantos oscuros se movían como sombras vivientes alrededor de una larga mesa de piedra. Los rostros de los congregados eran un desfile de máscaras grotescas, sus ojos ocultos tras agujeros vacíos que parecían mirar como cuencas vacías. Un murmullo grave, apenas audible, llenaba el espacio, como un cántico que Thorn no alcanzaba a comprender, pero cuyo eco parecía vibrar directamente en su pecho.
Su corazón latió con fuerza descontrolada. Retrocedió, apoyando la espalda contra la fría pared de piedra, y cubrió su boca con una mano para reprimir un grito.
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Vidente de las Sombras
FantasyEl reino de Clyendor se encuentra al filo de derrumbarse. Silvanox, un ser oculto y cruel, ha surgido de las sombras para desatar el desorden, asesinando tanto a nobles como a campesinos, sin dejar huella. Ninguna persona puede frenar a este monstru...