-No es una historia de amor, Lissandra.
Pero podría serlo; ¿Por qué no vengarse de la corona o follarse al príncipe? ¡Mejor aún, elige las dos! No, espera, no respondas esa pregunta, carissima, pero ¿Por qué no enamorarse de tu verdugo?
La joya má...
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Vivimos en la constante influencia de nuestro pasado y nos condenamos a repetir nuestras heridas. Por ello estoy aquí, nací en el reino de Urbyan, en contra de mi voluntad, claro. Un feto no puede decidir.
Los diamantes que adornaban mi cuello pesaban más que mis propios sueños. Vestidos de seda y encajes me envolvían en una prisión dorada. Fuimos moldeados desde la cuna para creer que nuestra sangre nos hacía superiores, que el mundo se dividía en aquellos que tenían y aquellos que solo podían mirar desde lejos. En este zoológico humano, las máscaras son nuestro pasaporte social. Un jaguar exótico te garantiza un lugar en la alta sociedad, mientras que un simple cerdo te relega a los márgenes. La ironía es que, mientras más feroz el animal, más respetado el individuo. ¿Quién necesita inteligencia cuando tienes una máscara de león? mi punto es, las apariencias importan y la gente superficial, sobrevive. Las personas diferentes son borradas del mapa.
Encajada en mi prisión de hueso y seda, me contemplaba en el espejo. Mi pequeño cuerpo, de contextura delgada, lucía tan frágil como el temperamento de la realeza; me veía en un espejo cuyo marco de oro demostraba las pocas veces que el duque había recordado su papel de padre..
- ¿Ha pensado lo hermoso que se vería su rostro sin esa máscara? - hable en un tono audible y directo, dirigí mi mirada a la mucama que ataba mi corset.
- No... - susurro mientras su mirada se perdió por un instante, rebuscaba palabras y de su miedo surgió una respuesta más elaborada- Señorita, Charlotte. Si lo hiciera, moriría en algún juego de la reina. No sería algo justo, nada lo es -con algo de recelo titubeó de nuevo- Amar no es una injusticia, y matan por ello.
- La reina no está aquí -respondí mientras apartaba mi mirada de ella tras el espejo - estoy yo.
No rechisto o hablo, me dio la espalda y fue por el vestido que yacía a unos pies de nosotras; mi querida, Zarik, con su máscara de cerdo, luchaba por ver. Sus ojos, apenas visibles tras aquellos agujeros, la trompa del cerdo cedía ante la gravedad y no había rastro de su rojiza cabellera.
De vuelta con el vestido, lo desplegó sobre mí con suavidad. Levanté los brazos, dejándome vestir como una muñeca inerte. Con dedos expertos, ajustó la cintura y luego, observó su reflejo en mis ojos.
- Señorita, Charlotte -Sonrió dulcemente y comenzó a tocar mi cabello- su padre tiene razón con las pelirrojas, cuan tigre enfadado, su cabello es igual de salvaje.
Reí suavemente ante su comentario, el duque solía ser ocurrente. Zarik desenredo y peino mi cabello, apenas y le hizo algunas trenzas, enredo aros dorados en ellas; permitió que mi cabello ondulado cayera suelto y luego sacó algunos polvos de la nochera al lado del espejo, con su dedo índice puso colorete en mis mejillas con delicadeza. Al terminar de arreglarme, me estire en mi puesto, le sonreí a Zarik en agradecimiento e hizo una leve reverencia mirando al suelo.