-No es una historia de amor, Lissandra.
Pero podría serlo; ¿Por qué no vengarse de la corona o follarse al príncipe? ¡Mejor aún, elige las dos! No, espera, no respondas esa pregunta, carissima, pero ¿Por qué no enamorarse de tu verdugo?
La joya má...
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''He vuelto para oscilar gustoso sobre tu cuerpo, otra vez. Aún cuando mi único remedio ante mi miembro erecto sea vigilar tu cuerpo sobre el edredón, Charlotte. Seguirás siendo mía.
Como la primera vez que ahogue tus gritos y te hice comer de mí. Recordarás mis manos en cada uno de ellos, porque, aunque el pasado me haya borrado, sigo aquí, detrás de ti.
Derribé la rendija y ahora, ni ella me abstendrá del poder contemplarte... te veo, bastarda''
No conseguía conciliar el sueño, aquella carta detonó mi desvelo y mancho mis ojeras de ceniza, aun cuando algunas pecas pintaban mis mejillas, seguía viéndome determinada y destrozada, obviamente; sentía temor, pero la rabia se apoderaba de mí, cada palabra sonaba a él, Amon.
Tan seguro de sí, con su ego hinchado y sus actos fuera de lugar, tan igual al resto. Podría convertirse en Rey al siguiente día, ¿pero eso le daba derecho a castigarme con esa carta? Amon era defectuoso, aún si vestía de paño o se ponía máscara de conejo, siempre sería la bestia.
– Estoy cansada de ser el borrego.
Admire mi reflejo mientras ponía mi collar, perlado con algunos cristales rojizos, rubíes. Decidía enfrentarlo, alzar la voz con desconcierto y si era posible golpear su lindo rostro. Parar con su juego, ese ridículo amague; debía dejar de ser soltada y tomada por sus manos cada vez que él quisiera, mi límite recae aquí, en él.
Tomé la máscara del zorro blanco, el pobre animal al que habían sacrificado por mi bien; mi madre me encubrió, Zarik alistó mi caballo y con apuro salí, no era un secreto que este mismo fuese el que había robado anteriormente, Amon ni siquiera lo había reclamado.
Al llegar cerca de los portones imperiales, bajé con cuidado, me dirigí a uno de los guardias con determinación.
– Solicito una audiencia, con el príncipe Amon – hablé fuerte, demandante.
– No es posible, Señorita – habló secamente el señor tras la armadura, una máscara de búfalo cubría enteramente su rostro.
– Es de carácter urgente.
– ¿Desde cuándo una mujer tiene algo urgente, o siquiera tiene un deber fuera de las puertas de su casa?
Esa voz, suave y de palabras filosas. Volví mi rostro en su dirección; su rostro era fino, su cabello dorado se ondeaba en las puntas y sus labios se veían jugosos tras relamerlos, sus ojos eran completamente desiguales, uno azul y el otro café.
Era un poco más alta que yo; me veía desde su posición con seriedad, sus ojos afilados pretendían cortar los míos y parecía impaciente por cómo su abanico cerrado se movía dando golpecitos en su palma. Colgando en uno de sus brazos había una canasta llena de rosas.
– ¿No tiene nada más importante que hacer? – preguntó encargando su ceja – ¿Desea formar un escándalo o ver a mi hermano? Ambas cosas son iguales, si me lo pregunta.