-No es una historia de amor, Lissandra.
Pero podría serlo; ¿Por qué no vengarse de la corona o follarse al príncipe? ¡Mejor aún, elige las dos! No, espera, no respondas esa pregunta, carissima, pero ¿Por qué no enamorarse de tu verdugo?
La joya má...
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– Mierda, más rápido – su voz chillona casi gritó esas palabras tan, bueno... imprudentes– esto es importante para mí.
– ¡Me siento ridícula, parezco una pordiosera vestida así! – Gruñí asomando mi cabeza por un extremo de la puerta, el marco era dorado, estaba en su armario.
Su cuerpo giró sobre sus talones, revisó críticamente con sus ojos cada parte de mi. El vestido de seda vinotinto se ajustaba a mis curvas como una segunda piel, acentuando cada rincón de mi figura. El velo negro, que caía sobre mis hombros, contrastaba con el vibrante color del vestido, creando un efecto misterioso, el corset de encaje negro apretaba con fuerza hostigando mis pobres pulmones. Como una madre orgullosa puso una de sus manos en su boca, sonrió y me miró con destellos en sus ojos.
– Dios, si fueras una concubina, iría a tirar contigo todas las noches – exclamó la bella princesa.
– ¡Eliza! – La irá e incomodidad se reflejaba en mis ojos– ¿A qué clase de bar clandestino van a asistir ahora?
– Reinita, que falta de glamour – esa mirada traviesa y sonrisa, indicaban la gran posibilidad de una golpiza a futuro, esto no me gustaba– Es Domingo, iremos a la iglesia.
La miré desconcertada. Bajé la mirada hacia su atuendo. Un vestido azul cielo, de tela ligera y vuelo amplio, llegaba apenas a las rodillas. Sobre sus hombros,una pequeña capa intentaba en vano cubrir el escote, era demasiado pronunciado para una misa.
– ¿Qué clase de iglesia?
– Char, hoy en el castillo real se dará un baile en honor a las vírgenes de nuestro reino; este evento ocurre cada 8 años y está vez la inauguración se hará en el salón Real – habló con entusiasmo y efusión.
– La misa de las castas... pero aún no es invierno – ella asintió ante mis palabras.
– Mi Char, si no estuvieras pegada a ese diario maquiavélico, y leyeras sobre la nobleza, no te perderías en cada evento.
Nuestras ropas comenzaban a tomar sentido, por ello no usaríamos las máscaras el día de hoy. Está pequeña ceremonia se hacía con el fin de elegir a las hijas más codiciadas del reino, esto incluía a las plebeyas. Entre más inocente, el reto era mayor.
La corona admiraba la pureza sobre todo y creía con fidelidad que, si el honor era manchado, el desprecio de la sociedad podría recaer en la ex-virtuosa, pero fácilmente podría salir invicta. Claro, solo si el acto era consumado en presencia de la nobleza u otros integrantes de la clase alta. Sólo si la dama era un objeto de entretenimiento lascivo para su rey, se podría seguir considerando limpia, pura, sin importar la experiencia de sus caderas y manos al frotar. Lector, esto solo aplica para jovencitas desligadas al matrimonio, usted de seguro se salva. Esto... era un pequeño atisbo de libertad en un orgasmo fingido.
Elizabeth me jaló con urgencia fuera del armario, al salir me condujo lejos de su habitación, casi arrastrándome. Caminamos rápidamente hasta la puerta principal; en dirección al carruaje, nos escoltó un joven de cabello castaño, quien caballerosamente abrió la puerta y se hizo a un lado permitiendo nuestra entrada; el chaperón de Elizabeth, Hotz.