-No es una historia de amor, Lissandra.
Pero podría serlo; ¿Por qué no vengarse de la corona o follarse al príncipe? ¡Mejor aún, elige las dos! No, espera, no respondas esa pregunta, carissima, pero ¿Por qué no enamorarse de tu verdugo?
La joya má...
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– ¿Cómo se siente un orgasmo? – susurré con miedo de ser escuchada, no por la sociedad impura dentro del salón, sino por él.
– Primero, ¿lo soportarías? Bastarda.
Me reto, la insinuación en sus palabras de mi blandura, sugiriendo grandeza aún en su postura, él era el gato y yo, bueno un ratón.
De manera abrupta la distancia aumentó, me tambaleé sobre mis talones y cuando recuperé la compostura. Chasqueó su lengua, movió su cabeza levemente en dirección a la puerta que daba con el salón, era un claro ''largo''. Solté un bufido, renegada y obediente, pisé con fuerza al caminar y me dirigí de nuevo al baile, no me aseguré de que me siguiera, sabía que lo haría o eso suponía. No obedecí, solo... huí, ¿vale?
La gente bailaba embriagada, la clase se perdía entre la banalidad del deseo; la correa estaba suelta, hoy la corona me pertenecería, Amon dejaría de ser intocable.
Caminé decidida hacia la mesa repleta de comida, tomé una pequeña copa carmesí, la bebí. El sabor a hierro se ocultaba gracias al alcohol, pero lo reconocía, no era tan desagradable a pesar de los coágulos que flotaban cercanos a la boquilla.
Mi mano fue tomada por una Elizabeth mustia, sonrió difícilmente y luego jaló de mi mano, caminamos por el salón, de grupo en grupo. La gente se besaba unas con otras, y de vez en cuando se unían a los lujuriosos sofás; hablaban de posiciones, insinuaban o directamente le pedían a alguno del grupo un desliz en algún rincón del sitio.
Plebeyos iban de un lado a otro, no portaban sus máscaras, pero si los cascos de caballos amarrados en sus cuellos por cabuyas deshilachadas, sus torsos eran descubiertos y se mojaban en perlas rojizas, casi frescas. Las bandejas de oro en sus manos ofrecían ambrosía pura; de la cual Elizabeth y yo abusamos, no era de extrañar. Después de todo, aquel castaño nos cuidaba.
Mi cuerpo fue inquieto trago tras trago, tambaleaba torpemente. No solo la vida me parecía plena en este estado. Las personas a mi alrededor, tan eufóricas y vivaces, contagiaban su deseo. La curiosidad resonó en mi mente, un orgasmo.
Mire a nuestro chaperón reír con Eliza, su sonrisa era lobuna, su cabello cubría parte de sus ojos y era un poco más alto que nosotras, agradable a la vista. La admiré por un momento, Elizabeth solía ser locuaz e impertinente, probablemente una romántica empedernida, pero reprimía lo que sentía y quería, al mínimo golpe de libertad, huía hasta de ella misma.
– Quiero decidir, si esta noche no define mi castidad... quiero elegir mal – los ojos de Eliza se iluminaron incrédulos, dió pequeños saltitos alegres frente a mí. Dirigí mis ojos hacia Hotz.
Por un momento no solo me sentí vista, sino que un roce de su piel disparó dopamina instantánea. Tome su mano, con amabilidad y su semblante cortés sonrió ante mi acción. Me condujó al centro del salón, donde algunos danzaban con delicadeza cada acorde del piano y violín.
Cuatro bailes, fácilmente podrían diferir que era un cortejo; pero no había nada más que conversaciones triviales respecto a la anatomía de las mujeres sobre los sofás; era cálida la manera en que las veía pero a su vez sus palabras eran admirativas, quizá respetuosas o pasivo-agresivas.
– Las mujeres son hermosas, hay algo en cada una que engancha a cada hombre – comentó complacido de la vista.
– ¿Qué tan difícil es complacer a un hombre?
– Señorita, los hombres viven insatisfechos, muy pocos nos fijamos en una sola mujer –explicó.
– ¿Usted es la excepción?
– Siempre lo he sido, crecí en una familia humilde, sé apreciar las cosas –analizó mi rostro y sonrió.
Pero las mujeres no eran objetos, ¿no? porque ahora me sentía así. El ritmo de la canción aumentó, nuestros cuerpos se alejaron por un momento, hasta que de un paso, ajustó mi cuerpo al suyo. Detalle sus labios gracias a la intrusiva cercanía, mi mente se fundió por el alcohol un momento. Al cabo de segundos quedamos estáticos, sus manos subieron por mis brazos desnudos, hasta llegar a mis mejillas, Hotz juntó su frente contra la mía, intenté alejar mi rostro con urgencia e incomodidad; ajustó su agarre dejando una de sus manos detrás de mi cuello.
– Quiero irme – susurré para mi misma.
Fuí escuchada por mi compañero y de igual manera, ignorada. La situación se volvió bochornosa en cuestión de segundos, Hotz ejerció presión, la angustia me invadió y giré mi rostro evitando el contacto; por el rabillo del ojo lo ví, no le bastó segundos para llegar a unos centímetros de nosotros. El cuerpo de Hotz volteó con fuerza, y de un momento a otro la sangre salpicó sobre mi rostro.
Fedric tras de Amon tomó su brazo e intentó detenerlo, pero era un hecho. La daga rasgaba desde el interior, inicialmente enterrada en el espacio entre su maxilar superior e inferior, y finalmente era exteriorizada, rajando toda su piel y parte de su lengua, chocando con sus molares. Un sonido gutural hizo presencia en completa aflicción, las miradas iban y venían mientras la sangre ahogaba a Hotz, quien se postraba en el suelo. Amon hizo frente al rubio, se miraron fijamente, se veían completamente opuestos. Fedric lo miraba casi suplicante, él no tenía tanto mandato, era el hijo del medio. Amon rodó sus ojos con pereza, ¿pereza? cínico de mierda.
Sus ojos se dirigieron a Eliza quien tenía cierto horror en su rostro, señaló con su cabeza en mi dirección, luego solo salió del lugar junto con su hermano, quien renegaba en su contra al causar alboroto. Con rapidez, mi amiga se acercó a mí y me jaló del brazo. Las miradas me seguían de manera crítica, hasta que la puerta cerró tras de mí, bloqueó la sensación de ser vista pero aumentó mi preocupación.
– Mierda, ¿no era Fedric el que te tiraba lingüística? – dijo Eliza llevándome a rastras al carruaje, rió para sí misma aún con una cara trágica, escéptica – Tienes suerte, Amon siempre hace lo que le sale de los huevos.
Mi vista se perdió en el velo de mi vestido, sentí un horrible vacío marcar la boca de mi estómago; alcé mi muñeca y con mi dorso limpié mis mejillas esparciendo la sangre. Cuando rocé mis labios con el líquido, el recuerdo fugaz de la taberna me atormentó; su mano en mi boca, acallando mi horror, sucio de vitalidad... pretendiendo salvarme.
El carruaje inició su huida del lugar, miré mi pequeño cuadernillo en uno de los asientos, sobre este había una cartita y por su estado podía decir que había sido escrita hace poco. La agarré y abrí, leí con detenimiento, asimismo, mi sangre dejó de fluir tras el choque emocional que me brindaba cada palabra.
Miré tras la ventanilla, el pasar de los árboles abrumados por la noche, mareaban mi cabeza y quizá entre aquellas sombras él aún zucumbia tras de mí. Mis manos se congelaron arrugando la carta, los escalofríos bailaron por mi espina dorsal arrasando con mi tranquilidad.