7 En el closet

15 4 53
                                    

—Isabel—

—¿Por qué no me dijiste que César estaría aquí? —reclamo al macaco en cuanto estamos solos en la cocina, viendo a todos desde el arco de la barra desayunadora, y susurro—: Mugre macaco.

—Ya güey, no creí que te importara. Como me dijiste "Me rindo, parece un buen chavo, pero nadie merece ser acosado de ninguna forma"

—¿Y con él aquí crees que no pensaría que tuve que ver? —pregunto, porque Cesar voltea a verme de vez en cuando y yo busco a mi papá. Es demasiado intuitivo y observador, que si lo cacha mirándome o al revés, va a empezar a hacer muchas preguntas.

—Nah, se lo aclaré. Él tampoco se esperaba tu presencia... —confiesa despreocupado, pero de pronto su tono cambia—, o quizá sí.

—Vaya sorpresa —menciono desanimada.

—¿Te desagrada que esté aquí?

—No, menso. Para nada me molesta, pero..., sería más agradable si él no pusiera una cúpula sobre él para que nadie se le acerque.

—Ya es mi compa —presume, y hago una mueca arremedándolo—, a lo mejor no quiere que se le acerquen las morras porque... —El macaco alarga las palabras esperando a que yo complete la frase, en un plan de que la que tiene que aprender a observar, soy yo. Alza sus cejas y me incita a hablar.

—¿Es... gay? —inquiero con duda, encogiéndome de hombros apenada. La cara de Leandro desencaja a modo de ofensa, y entonces dejo caer los hombros despreocupada—. ¡Claro que no lo es! Los vatos gays no tienen problemas con tener amigas... —Leandro asiente dándome la razón, y entonces caigo en cuenta y me pego en la frente con la palma de mi mano—. ¡Tiene novia!

Las manos de Leandro se extienden en mi dirección como diciendo «Ahí tienes» Me entristezco porque entonces se estaba esfumando lo que hablé con Luci.

—Ustedes dos sí que están hechos el uno para el otro, me cae —dice entre risas, y ahora sí ya no entiendo nada.

—¿Me explicas?

—No tiene novia, mensa. Eso creo, no se lo he preguntado, pero lo dudo.

—¿En serio?

—Sí, o sea... Podría tenerla y es por eso por lo que no se acerca a otras morras para no tener problemas con celos tóxicos y eso, pero puede que no la tenga. No lo sé, ¿por qué no se lo preguntas?

—¿Y hacer que termine yéndose de tu fiesta?

—Reunión —aclara—. Y no se va a ir. Deberías intentar una vez más acercarte a él, es buen pedo.

—¿Y si lo vuelvo a espantar?

—No creo que eso pase, mensa —Me ofrece una sonrisa sincera, como modo de apoyo, y pasa su brazo por mi cuello posando su cabeza con la mía—. Quiero contarte un secreto.

—¿A mí? —inquiero apartándome un poco de él.

—Sí —Me intriga lo que tenga qué decir, pero mi tía Samani nos interrumpe.

—¡La pizza llegó! —anuncia entrando a la casa con tres cajas de pizza en sus manos. Mi tío Alexis empieza a juntar tres botellas de cerveza que estuvo bebiendo, y mi papá me hace una señal con la mano para que me acerque a ellos.

—¿A qué hora van a regresar? —pregunto abrazando su torso, y como siempre, recibo un beso suyo en mi cabeza.

—No sé todavía, pero pórtate bien. Cuando Lu se vaya si quieres irte a dormir que te encaminen a la casa.

—Papá —protesto alargando la palabra, y mi mamá sujeta con sus manos mis mejillas para dejar ahora ella un beso en mi frente.

—Que te encaminen —coincide ella, apoyando a papá—. Cualquier cosa, lo que sea que necesites, nos marcas.

Al final del arcoíris | En procesoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora