1 Fenomenal

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—Isabel—

No creo en las casualidades, pero sí en la rueda del destino. Todos estamos destinados a algo, ya está escrito. Si yo tuviera en mis manos el libro donde está escrita mi vida, estoy segura de que me encantaría leerlo, pero no su final. Es probable que la página al final esté en blanco y sea lo único que se nos permita escribir.

Mis padres dicen que su mejor época fue durante la primaria y la secundaria, pero para mí no lo fue. No tenía amigos o amigas, y todo porque no dejaba que las morras abusivas me pisotearan. Me decían el gallito de pelea, porque sí le entré a los madrazos más de una vez, pero me hice respetar.

Sé que las amistades sinceras existen, el pedo es encontrarlas y yo la verdad no gasto mi tiempo en eso, si ha de llegar alguien, pues llegará.

No me gusta madrugar, pero no hago una guerra por eso. Me despierto pensando en las cosas nuevas que me esperan hoy. Es decir, ¿qué pasará si falto a la escuela? ¿Y si llega de visita sorpresa alguna celebridad en mi ausencia? ¿imaginas perder ese mega evento? O ¿qué tal que la profe de mate no va? Ese era todo un suceso en la secundaria, la señorita López jamás faltaba, hasta creíamos que vivía escondida en la escuela y por eso era la primera en llegar al aula. No era normal. El resto de los profes llegaban después que nosotros y con una mueca de fastidio.

Aunque no todos eran así, el señor Rodríguez era buena onda, y daba consejos muy útiles.

En fin, no sabes qué te puedes perder del día por quedarte pegado a las cobijas.

Mi paso por la preparatoria tiene que ser espectacular, emocionante, inolvidable... En pocas palabras, chingón.

Merodeo en los pasillos buscando el casillero que se me asignó, porque sí, es México, pero en un colegio puedes tener ese lujo ya que tus padres pagan cuantiosas cantidades para darte una educación de calidad, y aunque mi madre siempre ha dicho que no es la escuela ni el docente, sino el estudiante, mi padre quiso que tuviera la estadía más segura, algo que no tienes en una escuela pública.

Por fin encuentro mi casillero, lo abro y empiezo a buscar en mi mochila una forma rápida de ordenar todo el caos que traigo dentro, para solamente llevarme lo que usaré en las primeras clases antes del receso. De pronto, escucho que un par de compañeros pasan comentando que ya van tarde tarde, así que me apresuro, pero un golpe en los casilleros vecinos al mío me hace detener.

—Hagamos esto en chinga, que no tenemos mucho tiempo, pinche fenómeno —dice alguien, y no puedo evitar fruncir las cejas indignada por el trato que los directivos presumieron a mis padres, era el mejor.

¿Cómo puede ser el mejor si los docentes permiten eso?

Asomo un poco por la orilla de la pequeña puerta, y me encuentro con un par de chavos molestando a un tercero que es de la misma estatura de uno de sus agresores, el otro es un poco bajo.

Pinches mamones, se ríen como si lo que estuvieran haciendo fuera gracioso, el otro chavo evita el contacto visual, mantiene la mirada en el piso.

Me apresuro a guardar los libros sin fijarme en cómo los apilo, y vuelvo a asomar un poco.

—No te hagas güey, aquí falta varo —dice el otro con unos billetes en su mano.

—No tengo más, neta que no pude conseguir más —responde con voz baja, pero no tanto como para que no lo escuchen.

¿Por qué se deja intimidar? Es igual de alto que el otro, y creo que la pubertad en él ya quedó atrás porque tiene una voz que no creo que vaya a cambiar más. Si me diera un regaño seguro me asusto.

—No te creo, pinche fenómeno. Esto no alcanza ni para dos días. Ya sabes la dinámica. Por ser el primer día, te lo pasamos, pero mañana tienes que traer lo que falta.

Al final del arcoíris | En procesoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora