9 Este dolor se olvidará

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—Cesar—

Ella se fue y ya no pude verla más. Me dijo Leandro que los domingos suelen ir a comer con su abuela, así que era un hecho que no la vería más.

—Abuela, ya llegué —aviso tras entrar a la casa, pero no se escucha a nadie. La busco en la cocina donde pasa casi todo su tiempo, pero no está.

Me encamino a su cuarto, pero me doy cuenta de que mi papá está echado en un sillón.

—¿Nomas tienes abuela o que pedo? —No suelo hablar mucho con él. Aprendí a quedarme callado cuando mis respuestas no eran lo que esperaba escuchar. Sobre todo, cuando hablaba con esa pesadez en la voz, porque es cuando está drogado.

—Ya llegué, papá.

—Ya te escuché, cabrón —responde enojado, incorporándose para sentarse—. ¿Dónde vergas estabas?

—Fui con unos amigos.

—¿Y quién chingados te dio permiso? ¿Te mandas solo o qué chingados? Porque a mí, no me lo pediste.

—Le avisé a mi abuela.

—¿Y yo estoy pintado o qué verga? —pregunta enojado, poniéndose de pie. Retrocedo un paso, pero él lo intuye y me golpea en la cabeza—. Te estoy hablando, cabrón. Aquí no avisas. Aquí pides permiso y me lo pides a mí.

La puerta abriéndose es mi salvación. Mi abuela y mi tío Eduardo entran con un par de bolsas en las manos.

—Cesarito, ¿cómo te fue? —saluda sin imaginar que aquí se avecina una tormenta.

—Bien abuela —Le quito las bolsas y me voy a la cocina seguido de mi tío, dejando atrás los reclamos de mi papá.

—¿Tú sabías que este cabrón iba a salir?

—Sí, quería ir con unos amigos...

—¡Me vale madres! ¿Quién te crees para darle permisos?

—Tío, no... —Se gira y me hace una señal de que me quede donde estoy.

—Hey, bájale de huevos, güey.

—Tú no te metas. No es tu pinche asunto.

—Dije que le bajes a tu pedo, cabrón. A la jefa la respetas —ordena mi tío, pero los tres sabemos que eso solo lo hará enojar más.

—Chinga tu madre —Me asomo y veo que mi papá le da un empujón a mi tío para provocarlo, él da unos pasos hacia mi papá, pero alcanzo a meterme entre ellos. No puedo solamente quedarme escondido en la cocina mientras ellos están a punto de darse de madrazos con mi abuela en un lado recibiendo golpes por querer separarlos.

—Ya tío —ruego por que entienda que es mejor no empeorar las cosas. Me mira, y sé que le cuesta, pero se contiene y asiente.

—Tienes una pinche suerte que no te mereces, cabrón. Pero un día le pese a quien le pese, vas a tener que pagar todas tus chingaderas —Niega con la cabeza, y se encamina a la puerta—. No te mereces el hijo que tienes, que afortunadamente no se parece en nada a ti.

—Sí, güey. Ya llégale, pinche metido —Mi tío se detiene antes de salir.

—No sabes como me arrepiento de haberte sacado de donde no debiste salir nunca, cabrón —Mi tío cierra la puerta, y aprieto los puños.

—¡¿Ya viste lo que causaste?! Pinche chamaco pendejo... —Las cosas empiezan a caer al suelo, algunos adornos se quiebran, y cuando veo a mi abuela caer al piso, lo empujo.

Una canción es lo que viene a mi cabeza.

Por algo pasan las desgracias que puedes contar. Te enseñan a vivir y apreciar a los demás. Te dicen: "Ves, sigues vivo y hasta este dolor se olvidará"

Esa estrofa en su voz que se ha quedado guardada en mi memoria me ayuda a calmar el ardor que queda después de sentir el cuero de su cinturón.

El verde me da fuerza. Lo acabo de descubrir, encogido desde el rincón donde me trato de refugiar. Hay un vaso de ese color en el piso, y siento que puedo aguantar un poco más.

[...]

—Abue, ya me voy a la escuela —Ella no me mira, y es porque tiene un pequeño corte en la ceja. Ella cree que no me di cuenta, pero claro que lo noté.

Cuando él se cansó de castigarme, se fue a la calle y vi que mi abuela estaba recogiendo todo lo que él tiró. Le ayudé en silencio, ninguno dijo nada.

Fue hasta que terminamos de limpiar, ella cabizbaja, con la voz entrecortada, me dio las buenas noches, dejó en mi cabeza un beso muy rápido y se fue.

La escuché llorar toda la noche, pero ¿qué más podía hacer yo? Mi papá siempre estaba armado, y mi abuela ya ha sufrido mucho como para que yo me ponga a pelear con él.

Me acosté y busqué el número de Isabel, Leandro lo agendó en mi celular, pero no me atreví a escribirle, y eso que era lo que más quería en ese momento, hablar con ella, aunque fueran mensajes.

Le doy un beso a mi viejita en la frente y salgo de la casa, fijándome que él no ande por aquí cerca.

Mi teléfono comienza a sonar, y por alguna razón es ella la que viene a mi cabeza, pero no sé si Leandro le dio también mi número.

—Bueno —contesto.

—Cesar, ¿están bien? —pregunta mi tío.

—Sí, tío. No te preocupes. Cuando te fuiste él se enojó, pero no pasó a mayores, se fue al cuarto y se encerró —No me gusta mentir, pero es la única forma que conozco hasta ahora para no agrandar los pedos, que luego ya no sé cómo parar.

—No dejes de ir a la escuela, cabrón. Eres el pinche orgullo de esta familia, ¿oíste?

—Sí, tío.

—Vas a llegar lejos, mi'jo. Nomás échale huevos y vas a ver que vas a triunfar. No hagas caso a lo que Edgar diga. Tienes talento, cabrón.

—Gracias, tío.

—Te voy a mandar un código al what's, para que retires del cajero.

—Aún tengo de lo que me diste la semana pasada.

—Guárdalos, ahorra lo que te dé, pero que no los encuentre ese parásito. Es para tu educación.

—Pero tío...

—No, güey. Tú nomás échale ganas, del resto yo me encargo. Ya me tengo que ir. Cuídate y cuida a mi viejita.

En cuanto cuelga, me apresuro a la fila que hay para subir al autobús. Nunca me había sentido tan ansioso por llegar a la escuela.

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¡Gracias por leer!

La justicia tiene que llegar en algún momento, y por muy difícil que se ponga la situación, no hay que darse pro vencidos, siempre hay una luz que de alguna forma llega a nuestras vidas y nos da la gasolina que necesitamos para arrancar con ganas.


Dejo un segundo capitulo <3 disfrutenlo



Al final del arcoíris | En procesoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora