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Dos meses atrás...


BETH

Giré la llave en la cerradura y empujé la puerta.

—Bueno, pues bienvenidos a mi humilde morada —anuncié, mientras accionaba el interruptor de la luz.

Amelia y Nils entraron detrás de mí, observando cada rincón. Tampoco es que hubiese mucho que ver. La casa tenía menos metros cuadrados que el baño de un hotel cinco estrellas, pero tenía un toque de mi personalidad: cortinas de terciopelo negro, paredes pintadas de un gris intenso y algunos cuadros con paisajes nocturnos.

La noche siempre me daba más paz que el día.

—¿Vives aquí? —preguntó Amelia, deteniéndose para examinar asombrada las paredes adornadas con vinilos, que estaban colgados en las paredes como piezas de arte.

—No exactamente. En realidad vivo en Toronto, pero mi primo me pidió que me mudara a Harpers Ferry para vigilar a su querida chica. Esa era la idea principal, pero al final encontré alquileres más económicos en Rosemont, así que decidí instalarme aquí por un tiempo.

—Todavía no me acostumbro a que Nolan y tú seáis familia —comentó Nils, inspeccionando con curiosidad una figura de resina de uno de mis ídolos musicales.

—¡Eh, cuidado con eso!

Nils dio un respingo y la dejó de nuevo donde estaba.

—Así que, ¿Nolan te envió aquí solo para que cuidaras a Jules? —inquirió Amelia, volviendo al tema de antes.

—Cuando Nolan se enteró de que lo iban a ingresar de nuevo al psiquiátrico, utilizó una llamada telefónica desde el hospital para ponerse en contacto conmigo. Al parecer, uno de los guardias se ofreció a darle su móvil. Estoy convencida de que fue Mike, sino no me explico quién querría ayudarlo.

—¿Quién es Mike? —preguntó Nils.

—Eso no importa. La cosa es que estaba desesperado, necesitaba a alguien de confianza cerca de Jules, alguien que pudiera mantener un ojo sobre ella sin que se diera cuenta. Y pensó que yo era la mejor opción.

—Vaya, eso sí que es amor —opinó Amelia.

Nils se aclaró la garganta.

—Bueno, ¿podemos empezar ya con el plan?

Hice un gesto con la cabeza hacia el pasillo.

—Seguidme.

Cruzamos el pasillo hacia la habitación que utilizaba como oficina. Al abrir la puerta, se quedaron unos instantes en el umbral, asimilando el caos que había dentro: un escritorio abarrotado de papeles, notas adhesivas en cada centímetro cuadrado de la pared y un gran corcho lleno de fotos y documentos unidos por hilos rojos que formaban una compleja red de conexiones.

—¿Esto es lo que has estado haciendo todo este tiempo? —preguntó Nils, entrando lentamente en la habitación.

—Llevo mucho tiempo investigando todos los secretos que podría esconder el hospital psiquiátrico Henninger. Al principio, solo sabía lo que Nolan me había contado, pero entrar ahí fue lo mejor que pude hacer. Ya no solo para vigilar de cerca a Jules, sino porque pude presenciar de cerca lo que hacían ahí dentro.

—¿Y cómo lograste salir? —preguntó Nils.

—Me dieron la baja.

—¿Cómo es posible? No llevabas mucho tiempo allí.

Con una media sonrisa, respondí:

—Porque logré engañarlos.


Me arrepentí de haber abierto los ojos en cuanto una luz fluorescente me recibió sobre mí.

En la Sombra del Olvido ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora