En una tarde de otoño, el sol teñía el cielo de tonos naranjas y dorados, mientras las hojas caían suavemente al suelo, cubriendo la entrada del gimnasio de Karasuno. Tsukishima Kei y Yamaguchi Tadashi, como cada día, terminaban de entrenar con el equipo de voleibol, pero hoy el ambiente se sentía diferente. El aire frío de la tarde comenzaba a acariciar sus rostros, y ambos, sin decir una palabra, caminaron juntos hacia el parque cercano.
Tsukishima, como de costumbre, se mantenía distante, con su mirada fría y su actitud despreocupada, mientras Yamaguchi lo seguía de cerca, su corazón latiendo con fuerza en el pecho. A lo largo de los años, Yamaguchi siempre había admirado a Tsukishima, no solo como jugador, sino como persona. Aunque muchos lo veían arrogante y distante, Yamaguchi sabía que detrás de esa fachada había alguien que se preocupaba, que luchaba consigo mismo, alguien a quien él quería entender.
Se sentaron en un banco, rodeados por los árboles cuyas hojas seguían cayendo como si el tiempo hubiera decidido ralentizarse solo para ellos. Yamaguchi rompió el silencio.
—Kei, ¿te has dado cuenta de que ya casi es nuestro último año en Karasuno? —preguntó, mirando el cielo mientras una hoja caía lentamente en su regazo.
Tsukishima asintió, sin mirar a su amigo. Pero había algo en su expresión que era diferente. Quizás un toque de melancolía, algo que Yamaguchi, quien lo conocía mejor que nadie, pudo notar.
—He estado pensando mucho en lo que ha pasado estos años… —continuó Yamaguchi, su voz suave pero con una nota de nerviosismo—. Y también en lo que… lo que siento.
Tsukishima levantó una ceja, aún sin mirarlo directamente. No estaba acostumbrado a conversaciones emocionales, y menos viniendo de Yamaguchi. Pero en lugar de soltar algún comentario sarcástico como lo haría normalmente, se mantuvo en silencio, esperando que Yamaguchi continuara.
—Siempre has sido alguien a quien admiro, Kei. Pero… no es solo eso. No es solo admiración —dijo Yamaguchi, bajando la mirada, nervioso—. Durante todo este tiempo, he estado… enamorado de ti.
El corazón de Tsukishima dio un vuelco. Las palabras de Yamaguchi eran directas, pero estaban cargadas de una sinceridad que no podía ignorar. El silencio entre ellos se hizo pesado, pero no incómodo. Tsukishima sintió cómo algo en su interior, algo que había mantenido bloqueado, comenzaba a liberarse.
—Tadashi —dijo Tsukishima finalmente, llamándolo por su nombre de pila, algo que raramente hacía—. ¿Por qué siempre estás a mi lado, incluso cuando soy un idiota? ¿Por qué te importa tanto?
Yamaguchi sonrió débilmente, aunque sus mejillas estaban sonrojadas por la confesión. Miró a Tsukishima, quien por primera vez parecía vulnerable.
—Porque siempre has estado ahí para mí. Y aunque a veces actúes como si no te importara nada, sé que te importa más de lo que dejas ver —respondió Yamaguchi—. Y eso… me hizo enamorarme de ti.
Tsukishima cerró los ojos por un momento, respirando hondo. Sabía que Yamaguchi tenía razón, pero también sabía que abrirse a alguien era complicado para él. Sin embargo, en ese momento, al ver la sinceridad en los ojos de su amigo, algo cambió dentro de él.
—Eres un tonto, Tadashi —dijo finalmente, pero había una suavidad en su voz, una que Yamaguchi nunca antes había escuchado—. Pero… supongo que yo también lo soy.
Sin decir más, Tsukishima se inclinó hacia adelante, tomando suavemente la mano de Yamaguchi, entrelazando sus dedos. Para Tsukishima, ese pequeño gesto significaba más que mil palabras, y para Yamaguchi, era todo lo que necesitaba en ese momento.
El viento siguió soplando, moviendo las hojas a su alrededor, pero en ese pequeño rincón del mundo, solo existían ellos dos.