Con la victoria del torneo, la relación entre Tsukishima y Yamaguchi floreció aún más. La emoción del triunfo los unió, y su conexión se volvió más profunda. Ahora que su amor era evidente para todos, empezaron a disfrutar de su tiempo juntos de una manera diferente.
Después de la celebración en el gimnasio, el equipo decidió salir a cenar para festejar. En medio de risas y bromas, Tsukishima y Yamaguchi se sentaron uno al lado del otro, sus manos entrelazadas bajo la mesa. Hinata, Kageyama y el resto del equipo no perdieron la oportunidad de bromear con ellos, pero esta vez Tsukishima no se molestó. En cambio, disfrutó de las burlas, riéndose junto a su equipo mientras sentía la calidez de la mano de Yamaguchi.
A medida que pasaban los días, su relación se volvió una parte natural de sus vidas. Se ayudaban mutuamente a estudiar, y Yamaguchi le enseñaba a Tsukishima a apreciar los libros que tanto amaba. Una tarde, después de una larga sesión de estudio, Tsukishima se sorprendió al encontrar que realmente estaba disfrutando de la lectura.
—¿Sabes? Quizás deberías darle una oportunidad a la novela que te presté. No es tan mala —dijo Yamaguchi con una sonrisa.
—Lo intentaré. Si me aburro, no te lo diré —respondió Tsukishima, intentando sonar serio, pero no pudo evitar sonreír.
Los meses transcurrieron, y con la llegada de la primavera, el clima comenzó a cambiar. El equipo de Karasuno continuó entrenando con dedicación, pero también comenzaron a disfrutar de pequeñas escapadas fuera de la escuela. Un fin de semana, decidieron ir a un festival local, donde las luces brillantes y los puestos de comida llenaban el aire de un ambiente festivo.
Tsukishima y Yamaguchi se separaron brevemente del grupo para explorar. Pasearon entre las coloridas luces y los stands de comida, compartiendo risas y dulces. En uno de los puestos, Yamaguchi se sintió tentado por unos deliciosos dango, así que Tsukishima le compró un par, sonriendo al ver la felicidad en el rostro de su amigo.
—¿Ves? Te dije que vendría bien salir a disfrutar un poco —dijo Yamaguchi mientras saboreaba un dango.
Tsukishima lo miró con ternura. No solo disfrutaba de la comida, sino también de los momentos simples que compartían.
De repente, Yamaguchi se detuvo frente a un puesto de artesanías. Había una tienda que vendía pulseras de amistad. Sin pensarlo, se acercó y miró los diferentes diseños.
—Kei, ¿qué te parece si compramos una pulsera? Podríamos tener una como símbolo de nuestro… bueno, de nosotros —propuso Yamaguchi, sus mejillas ligeramente sonrojadas.
Tsukishima miró la pulsera. Era sencilla pero elegante, con una pequeña perla que reflejaba la luz.
—Está bien, me parece una buena idea —respondió, sonriendo—. Pero solo si prometes usarla también.
—¡Prometido! —exclamó Yamaguchi, emocionado.
Ambos compraron las pulseras y, mientras se las ponían, Tsukishima sintió una calidez en su pecho. Para él, esa pulsera simbolizaba algo más que amistad; era un recordatorio del amor y el apoyo que se ofrecían mutuamente.
Con el tiempo, la cercanía entre ellos se hizo evidente no solo en la cancha de voleibol, sino también en su vida cotidiana. Cada vez que se encontraban, compartían sonrisas y pequeños gestos de cariño. Los amigos del equipo los animaban, y aunque Tsukishima a menudo trataba de mantener su actitud fría, se sentía agradecido por tener a Yamaguchi a su lado.
Un día, después de un entrenamiento, Tsukishima se quedó un poco más para practicar sus saques. Cuando terminó, se dio cuenta de que Yamaguchi lo había estado observando desde la esquina de la cancha.
—Kei, lo hiciste genial —dijo Yamaguchi, acercándose con una sonrisa.
—Gracias, pero aún tengo que mejorar —respondió Tsukishima, intentando restarle importancia.
Yamaguchi se acercó más y, con una mirada seria, le dijo:
—No tienes que ser perfecto. Estoy aquí para apoyarte, sin importar lo que pase.
Esa declaración resonó en Tsukishima. Por un momento, todo el ruido del gimnasio se desvaneció, y solo existían ellos dos. Con el corazón latiendo fuertemente, Tsukishima sintió un impulso repentino.
—Tadashi, hay algo que quiero decirte —dijo, tomando aire—. No sé si siempre voy a ser el mejor jugador o la mejor persona, pero quiero que sepas que quiero seguir avanzando contigo a mi lado. Eres lo más importante para mí.
Yamaguchi se quedó sorprendido, sus ojos brillaban de felicidad.
—Kei… yo también quiero seguir contigo. No importa lo que pase en el futuro, estaré a tu lado.
Con esas palabras, Tsukishima sintió que un peso se levantaba de sus hombros. Había encontrado en Yamaguchi a alguien que lo comprendía y lo aceptaba tal como era, con todas sus inseguridades y fortalezas.
A medida que la primavera se convertía en verano, los días estaban llenos de entrenamientos, juegos y momentos compartidos. Tsukishima y Yamaguchi se convirtieron en una pareja inseparable, no solo dentro de la cancha, sino también en la vida. Habían aprendido a apoyarse mutuamente, a celebrarse en sus triunfos y a consolarse en sus derrotas.
El verano llegó con sus días soleados y noches estrelladas. El equipo de Karasuno se preparaba para un torneo importante, y la energía era palpable. Mientras Tsukishima se preparaba para el desafío, no podía evitar sentir que estaba listo para enfrentar cualquier obstáculo, sabiendo que Yamaguchi siempre estaría a su lado, animándolo y brindándole la fuerza que tanto necesitaba.
En una noche despejada, mientras paseaban por la playa después de un día de entrenamiento, Tsukishima miró hacia el horizonte, donde el sol se estaba poniendo. El cielo se iluminaba con tonos de rosa y naranja, y la brisa marina acariciaba sus rostros.
—¿Sabes, Tadashi? A veces me cuesta creer cuánto he cambiado desde que estamos juntos. No solo en el voleibol, sino en mi vida —confesó Tsukishima, mirando a Yamaguchi.
Yamaguchi se acercó un poco más, tomando la mano de Tsukishima.
—Yo también he cambiado. Y me alegra que estés a mi lado. No importa lo que pase, siempre estaré contigo —respondió, su voz llena de sinceridad.
En ese momento, Tsukishima supo que su amor por Yamaguchi solo seguiría creciendo. Se acercó un poco más y, en un impulso, lo besó suavemente. Fue un beso lleno de promesas, de esperanzas y de un futuro compartido.
Con el sonido de las olas de fondo y el cielo iluminado por las estrellas, ambos supieron que estaban en el camino correcto, listos para enfrentar lo que la vida les ofreciera, siempre juntos.