El tiempo pasó rápidamente después de esa cita, y la relación entre Tsukishima y Yamaguchi continuó fortaleciéndose. Cada día en la escuela, la complicidad entre ellos se hacía más evidente. A menudo, se intercambiaban miradas furtivas y sonrisas, como si tuvieran un idioma propio que solo ellos entendían. Sus compañeros de equipo empezaron a notar el cambio, especialmente Kageyama y Hinata, quienes bromeaban al respecto.
—Oye, Tsukishima, ¿cuándo vas a invitar a Yamaguchi a un entrenamiento privado? —dijo Hinata un día mientras todos se preparaban para la práctica.
Tsukishima, aunque siempre sarcástico, no pudo evitar sonrojarse levemente.
—Cállate, enano. No soy su entrenador —respondió, pero su tono no tenía la misma dureza que antes.
Yamaguchi, al escuchar a sus amigos, sintió una mezcla de vergüenza y felicidad. Era un sentimiento extraño, pero sabía que su relación con Tsukishima había florecido en algo especial y auténtico.
Un par de semanas después, el equipo de Karasuno comenzó a prepararse para el torneo de primavera. Las prácticas se volvían más intensas, y la presión aumentaba. Tsukishima, aunque siempre había sido competitivo, ahora sentía una responsabilidad adicional: no solo quería destacar como jugador, sino también demostrar que estaba creciendo, no solo por sí mismo, sino por Yamaguchi.
Un día, durante una práctica particularmente dura, Tsukishima sintió que se estaba frustrando. La presión de ser uno de los mejores bloqueadores y la carga de sus inseguridades comenzaron a pesarle. Después de un ejercicio fallido, pateó la pelota con frustración, y se sentó en el borde de la cancha.
—No puedo hacer esto —murmuró, sintiéndose derrotado.
Yamaguchi, que estaba cerca, se acercó con preocupación. Se arrodilló junto a él y lo miró a los ojos.
—Kei, sé que puedes hacerlo. Eres increíble. No tienes que ser perfecto —dijo, su voz llena de empatía.
Tsukishima se sintió abrumado por la dulzura de Yamaguchi. En ese momento, se dio cuenta de que había estado luchando con sus propios estándares, pero que su amigo siempre había estado a su lado, apoyándolo.
—Pero tengo miedo de fallar… —confesó Tsukishima, una sensación de vulnerabilidad que rara vez mostraba.
Yamaguchi le tomó la mano y lo miró fijamente.
—No tienes que tener miedo. Fallar es parte del proceso. Lo importante es que sigas adelante, y yo estaré aquí contigo, sin importar qué pase —aseguró Yamaguchi, su mirada llena de determinación.
La sinceridad de Yamaguchi tocó a Tsukishima. En ese instante, sintió que todas sus barreras comenzaban a desmoronarse. Se levantó, se secó las manos y volvió a la práctica con renovada determinación.
A medida que el torneo se acercaba, el equipo se volvió más unido. Yamaguchi y Tsukishima entrenaban juntos, trabajando en sus habilidades y estrategias. Tsukishima no solo se concentró en mejorar su juego, sino también en ser un mejor compañero para Yamaguchi, apoyándolo y dándole consejos durante los entrenamientos.
Finalmente, el día del torneo llegó. La atmósfera estaba llena de emoción y nerviosismo. Karasuno había llegado a la final, y la energía en la cancha era palpable. Cuando Tsukishima miró a su alrededor, vio a sus compañeros animándose unos a otros, y en el fondo, pudo ver a Yamaguchi, quien lo observaba con una sonrisa alentadora.
El partido comenzó, y ambos jugadores dieron lo mejor de sí. Tsukishima mostró su increíble habilidad en el bloqueo, mientras que Yamaguchi brilló en sus recepciones y ataques. En un momento crítico del partido, cuando el puntaje estaba empatado y la presión era abrumadora, Tsukishima recordó las palabras de Yamaguchi: "No tienes que ser perfecto". Se sintió más relajado, y eso lo ayudó a tomar decisiones más rápidas.
En el último punto, Tsukishima saltó para bloquear un poderoso ataque del equipo contrario. En lugar de enfocarse solo en el resultado, se recordó a sí mismo que lo estaba haciendo por su equipo y por Yamaguchi. En un movimiento casi instintivo, extendió su brazo y logró un bloqueo exitoso. La pelota se desvió, y Yamaguchi, que estaba listo, se lanzó a la red y remató el punto final.
El gimnasio estalló en vítores. Karasuno había ganado el torneo, y la emoción llenó el aire. Tsukishima y Yamaguchi se miraron, y una ola de alegría los invadió. Se abrazaron en medio de la multitud, y Tsukishima, por primera vez, no se preocupó por lo que pensaran los demás.
—¡Lo hicimos! —exclamó Yamaguchi, lleno de emoción.
—Sí, lo hicimos —respondió Tsukishima, sonriendo genuinamente.
En medio de la celebración, Yamaguchi miró a Tsukishima con una mezcla de admiración y felicidad.
—Kei, estoy muy orgulloso de ti —dijo, su voz suave pero firme.
—Yo también lo estoy, Tadashi. Gracias por estar a mi lado —respondió Tsukishima, sintiendo que su relación se había fortalecido aún más en ese momento de triunfo.
Mientras los compañeros de equipo los rodeaban, Tsukishima tomó la mano de Yamaguchi y la apretó suavemente. En el calor de la celebración, ambos supieron que habían encontrado algo más que una victoria en el torneo: habían encontrado el amor y el apoyo incondicional el uno del otro.
Así comenzó un nuevo capítulo en sus vidas, lleno de retos, triunfos y el profundo deseo de seguir creciendo juntos, tanto en el voleibol como en el amor.