Los días siguieron transcurriendo en Karasuno, y la relación entre Tsukishima y Yamaguchi floreció de una manera que ninguno de los dos había anticipado. Al principio, la intimidad de su confesión se sentía como un secreto compartido, un mundo privado que ambos habían construido en torno a sus corazones.
Cada día después de los entrenamientos, se quedaban un poco más, hablando de todo y de nada. Tsukishima solía reírse de los chistes tontos de Yamaguchi, aunque nunca lo admitiría en voz alta. Yamaguchi, a su vez, descubrió un lado de Tsukishima que lo hacía brillar: su pasión por el voleibol, su deseo de mejorar y, sobre todo, su profunda inseguridad que pocas personas llegaban a ver.
Una tarde, mientras practicaban algunos movimientos en la cancha vacía, Tsukishima lanzó la pelota hacia Yamaguchi, quien la recibió con precisión. Después de una serie de intercambios, ambos se detuvieron, jadeando y sonriendo.
—Tadashi, realmente estás mejorando —dijo Tsukishima, con una sonrisa sincera que iluminaba su rostro.
—Gracias, pero creo que es por tu ayuda —respondió Yamaguchi, sintiéndose un poco tímido bajo la mirada de Tsukishima.
—No, en serio. He estado entrenando más porque me gusta jugar contigo. Eres el único que me motiva de esta manera —confesó Tsukishima, su voz un poco más suave.
Yamaguchi sintió que su corazón se derretía. Justo en ese momento, decidió arriesgarse un poco más.
—Kei… ¿te gustaría salir este fin de semana? Quiero decir, como una cita —preguntó, su voz temblando de nerviosismo.
Tsukishima lo miró, sorprendido. Había estado tan atrapado en sus sentimientos que no había pensado en dar ese paso. Sin embargo, la expresión en el rostro de Yamaguchi lo hizo reflexionar.
—Sí, me gustaría —respondió finalmente, sintiendo una mezcla de emoción y ansiedad.
El sábado llegó, y Yamaguchi se preparó meticulosamente, eligiendo su ropa con cuidado y revisando su peinado una y otra vez. Cuando finalmente se encontró con Tsukishima en la puerta de su casa, se sintió como si estuviera soñando. Tsukishima, vestido de manera casual pero elegante, le sonrió con una mezcla de confianza y nerviosismo.
Ambos decidieron ir a un pequeño café en el centro de la ciudad, uno que servía los mejores pasteles. Mientras estaban sentados en una mesa en la terraza, conversaron sobre sus intereses, anécdotas del equipo y sueños para el futuro. Tsukishima descubrió que Yamaguchi tenía una pasión por la fotografía, mientras que Yamaguchi aprendió sobre el amor de Tsukishima por los libros de misterio.
Después de un par de horas, Yamaguchi se sintió lo suficientemente valiente como para sacar su cámara y pedirle a Tsukishima que posara para una foto. Al principio, Tsukishima se mostró reacio, pero al ver la emoción en los ojos de Yamaguchi, decidió dejarse llevar.
—Está bien, pero solo una —dijo, con una sonrisa traviesa.
Yamaguchi se apresuró a capturar el momento. La imagen que resultó era perfecta: Tsukishima sonriendo, con una expresión genuina que reflejaba la luz del sol, y Yamaguchi sonriendo a su lado, lleno de alegría.
Mientras caminaban por el parque después de su cita, una suave brisa les acariciaba el rostro. Tsukishima se detuvo y miró a Yamaguchi, con una intensidad en sus ojos que lo hizo sentir nervioso.
—Tadashi, gracias por hoy. Nunca pensé que salir contigo sería tan… agradable —dijo, sus palabras sinceras.
Yamaguchi sintió que su corazón se llenaba de calidez. Sin pensarlo, tomó la mano de Tsukishima y la entrelazó con la suya.
—A mí me encantó —respondió—. Espero que podamos hacer esto de nuevo.
Tsukishima miró sus manos unidas y sonrió, sintiendo que, poco a poco, estaba dejando de lado sus miedos. En ese momento, comprendió que estar con Yamaguchi no solo lo hacía feliz, sino que también le daba la fuerza para ser más abierto y vulnerable.
—Definitivamente lo haremos —dijo Tsukishima, mientras sus miradas se encontraban. En sus corazones, ambos supieron que este era solo el comienzo de un nuevo capítulo juntos, uno lleno de amor, risas y muchos partidos de voleibol.