Con el campeonato de otoño tras su éxito, el ambiente en Karasuno era de celebración y alegría. Los compañeros de equipo disfrutaban del triunfo, compartiendo risas y anécdotas sobre los momentos más destacados del torneo. Sin embargo, para Tsukishima y Yamaguchi, el verdadero triunfo iba más allá del voleibol; era la conexión que habían cultivado entre ellos.
Esa noche, después de la celebración en el gimnasio, Tsukishima y Yamaguchi decidieron dar un paseo por el parque cercano. Las luces parpadeantes del camino y el suave susurro del viento creaban un ambiente mágico. El aire fresco de la noche les envolvía mientras caminaban, riendo y recordando las jugadas que los llevaron a la victoria.
—¿Te acuerdas del momento en que bloqueaste ese remate en la final? Fue increíble —dijo Yamaguchi, su voz llena de emoción.
—Claro que lo recuerdo. No podría haberlo hecho sin tu increíble recepción. ¡Fue un trabajo en equipo! —respondió Tsukishima, sintiéndose orgulloso de lo que habían logrado juntos.
Ambos se detuvieron en un pequeño mirador que daba a un estanque iluminado por la luz de la luna. El lugar era tranquilo, y la atmósfera parecía propicia para compartir más que solo palabras. Tsukishima se sintió más valiente que nunca.
—Tadashi… —comenzó, su corazón latiendo con fuerza—. Hay algo que realmente quiero decirte.
Yamaguchi se volvió hacia él, con la curiosidad y la expectación reflejadas en sus ojos.
—¿Qué es, Kei? —preguntó, acercándose un poco más.
Tsukishima inhaló profundamente, sintiendo que el momento era perfecto.
—Desde que comenzamos a salir, he aprendido tanto sobre mí mismo. Tu apoyo y tu amistad han sido fundamentales. Me has mostrado que el amor no solo se trata de ganar en la cancha, sino de disfrutar del camino juntos —declaró, sintiendo cómo sus sentimientos fluían.
Yamaguchi se sonrojó, pero no apartó la mirada. La sinceridad de Tsukishima resonaba en su corazón.
—Yo siento lo mismo, Kei. Nunca había experimentado algo así antes. Estoy agradecido por cada momento que pasamos juntos, por cómo me haces sentir y por lo que hemos logrado —respondió Yamaguchi, su voz suave pero firme.
Las palabras flotaban en el aire, llenando el espacio entre ellos de una profunda conexión. Sin pensarlo, Tsukishima se acercó un poco más, sintiendo la calidez de la presencia de Yamaguchi.
—Entonces, ¿puedo…? —preguntó Tsukishima, dudando por un instante, pero sintiendo que el amor que compartían merecía ser expresado.
—Sí —respondió Yamaguchi, su voz un susurro lleno de emoción.
Tsukishima, sintiendo una oleada de valentía, inclinó la cabeza y, con cuidado, unió sus labios con los de Yamaguchi en un beso suave. Fue un beso que contenía todo lo que habían vivido juntos: la amistad, el apoyo mutuo y el amor que había crecido entre ellos. La sensación fue cálida y reconfortante, como un refugio en medio del mundo.
Cuando se separaron, ambos sonrieron, sintiendo que el momento había sellado un nuevo capítulo en su relación.
—Eso fue… increíble —dijo Yamaguchi, todavía con una sonrisa iluminando su rostro.
—Sí, lo fue —asintió Tsukishima, sintiéndose más ligero y feliz que nunca.
Con la luna brillando sobre ellos, continuaron su paseo por el parque, tomados de la mano. En sus corazones, sabían que estaban listos para enfrentar cualquier desafío juntos, y que su amor solo se fortalecería con cada experiencia compartida. Mientras caminaban, la noche se llenó de risas y sueños, un nuevo futuro esperándolos, lleno de promesas y momentos por descubrir.