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Consiguieron levantar a la chica entre todos, tumbándola en la camilla sin gran esfuerzo. 

Ante la atenta mirada de la madre, Lolo empezó a pegar unas pegatinas en el pecho de la joven, que servirían para apoyar los electrodos que Nata había preparado previamente. Tenían que hacer un electrocardiograma para comprobar su ritmo cardíaco, y una vez que los médicos dieran el visto bueno, la mantendrían monitorizada el tiempo que hiciera falta. 

Emy incorporó el cabecero de la camilla articulada, temiendo que la paciente vomitara en cualquier momento. 

—Jimi Hendrix murió así —dijo Gema, dando una palmada en el aire.

—¿Cómo? —preguntó Emy, desconcertada—. ¿Tomando cocaína?

—En su época estaba más de moda la heroína —dijo Charlie, sin apartar la vista del monitor—. Pero sí, murió ahogado en su propio vómito.

—No lo sabía —reconoció la enfermera, poniendo cara de asco—. ¡Qué muerte más horrible!

—Una leyenda del club de los 27 —añadió Lolo, sintiéndose orgulloso de poder aportar algo a la conversación.

—Dejémonos de mitos y leyendas del rock, por favor —pidió Nata, colocándole unas gafas nasales a Anne—. Sólo es una cría de 20 años, si muere por una sobredosis no saldrá en los periódicos. Ningún medio se hará eco de esta tragedia. Su muerte será un desperdicio, nada más.

—Tienes razón, perdona —dijo Gema, situándose al lado de Charlie para estudiar el monitor—. Está un poco taquicárdica, ¿no?

—Lo normal después de haberse metido cualquier porquería por la nariz —bufó el médico, contrariado—. Nunca entenderé que la gente haga estas cosas. ¿A quién se le ocurre?

—Si todos los chavales que se creen muy listos por tomar droga vieran esto —dijo su colega, levantando una ceja—, te aseguro que tendríamos menos trabajo. 

—Y también menos muertes innecesarias —protestó Emy, fijando un manguito para la tensión en uno de los brazos de la joven.

—Desde luego —reconoció Gema, bajando la vista hasta las manos de Anne, donde algo llamó su atención—. ¿Eso es un sello?

Sergio se acercó para examinar la mano de la paciente, que descansaba sobre la sábana blanca, al borde de la camilla. Un garabato hecho con tinta negra, y a medio borrar, resaltaba en la piel de la muchacha igual que una mancha de nacimiento. 

—¿Reconoces el sitio? —preguntó Charlie al vigilante, sabiendo que anteriormente había trabajado en la noche.

—Parece un sello de Drops —dijo Sergio, inspeccionando el borrón, con forma de gota.

—¿Qué discoteca es esa? —preguntó Gema, sorprendida—. Nunca he oído hablar de ella.

—No abre de noche —explicó Sergio, con cara de circunstancia.

—¿Quieres decir que es un after? —preguntó Lolo, extrañado.

—Sí —dijo Sergio, confirmando lo que todos sospechaban.

—Pero bueno, ¿qué hacían esta chiquilla y su madre en un puñetero after? —estalló Emy, apretando el manguito con rabia.

—Os avisé —dijo Gema, poniendo los ojos en blanco—. No se puede ayudar a quien está empeñado en destruirse. ¿Sus constantes están bien?

—Sí —dijo Charlie, explorando los ojos de la joven—. Tiene las pupilas normales, así que la cocaína queda descartada. Habrá que cogerle una vía para ponerle medicación, así evitaremos complicaciones. 

Nata purgó el sistema de suero antes de inclinarse sobre el brazo libre de la chica, buscando una vena que no se rompiera al primer intento. 

—¿Qué le quieres poner? —preguntó Lolo, dispuesto a preparar la medicación.

—No tenemos mucho donde elegir —contestó Charlie—. Sin saber qué sustancia tiene en la sangre no podemos administrarle el antídoto. 

De pie, alrededor de la joven, observaban cómo Nata había encontrado una vena por la que hidratarla y, con suerte, evitar que hiciera un Jimi Hendrix. 

Todavía no había cumplido los 21.




Turno de Urgencias. Bienvenidos al Box. Que no pare la fiesta.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora