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Fue cuestión de segundos que Chema, el celador de Urgencias, hiciera acto de presencia por la puerta del box. 

—Policía avisada —dijo con voz neutra—. Dicen que un coche patrulla llegará en un par de minutos.

—¡Qué rapidez! —se sorprendió Gema— ¿Cómo es posible que tarden tan poco? 

—Se han desviado a la vuelta de otro aviso —explicó Chema—. El hospital les queda cerca.

Echó un vistazo rápido al interior de la consulta, parándose en las dos personas que no conocía.

—Estas son la madre y la hija, ¿verdad? —preguntó—. Les cogí los datos en la puerta. Sabía que darían problemas. No hay más que verlas.

—Gracias por tu ayuda —lo interrumpió Lolo, molesto con el tono condescendiente del celador—. Si no te importa, la consulta está abarrotada. ¿Serías tan amable de salir?

Chema hizo oídos sordos a la petición del enfermero. No se llevaban bien. El resto de compañeros tenían la hipótesis de que rivalizaban por ver quién llevaba la voz cantante, algo totalmente absurdo, teniendo en cuenta que ni siquiera realizaban las mismas tareas. 

Lolo, por su parte, tenía la manía de opinar de todo, pues se erigía como el portavoz de la universidad de la vida, que era como llamaba a las juergas que se había corrido de joven. Además, habiendo sacado el título de enfermero, se creía poseedor de la verdad absoluta. Aunque de trato fácil y considerado un buen profesional, dejaba que desear cuando no permitía a los médicos hacer su trabajo. Entorpeciendo la toma de decisiones, así como cuestionando órdenes, hacía que el ambiente se enrareciera. 

Chema, celador, sin más pretensiones que registrar los datos personales de los pacientes que entraban por la puerta de Urgencias, disfrutaba recreándose en lo que escondía cada persona que veía al otro lado del mostrador. Le gustaba inventar una historia para cada una, haciendo de su trabajo una experiencia muy estimulante. 

Esa misma mañana, al ver a las dos mujeres cruzar el umbral, pidió a Sergio que permaneciera alerta, ya que estaba convencido de que ocultaban algo. En definitiva, no le extrañó tener que avisar a la Policía. Lo había hecho innumerables veces desde que trabajaba en la puerta de Urgencias. 

—¿Sabéis algo nuevo? —se interesó, sin moverse de donde estaba.

—No —respondió Gema, cruzada de brazos—. Estamos siguiendo el protocolo, a la espera de los resultados. La chica está estable, y la madre se comporta como si nada fuera con ella. 

—Es raro que se le haya pasado el colocón, ¿no creéis? —preguntó Nata—. Vino muy perjudicada y ahora está ahí sentada, como si nada. 

—Tendrá más tolerancia a lo que sea que se hayan metido —explicó Charlie, acercándose a la cabecera de la camilla, reexplorando a la joven—. No creo que la hija continúe mucho tiempo así.

—¿A qué te refieres? —preguntó Lolo, desviando su atención de Chema.

—Volverá en sí antes de lo que creemos —dijo Charlie, convencido—. Responde a estímulos, y no debemos olvidar que entró por su propio pie a Urgencias. Está teniendo un mal viaje, como se suele decir.

—Pero, está inconsciente —dijo Sergio, sin atreverse a decir más.

—Tiene el nivel de consciencia disminuido —intervino Gema—, pero Charlie tiene razón. Entró caminando con su madre y se encuentra estable. Ya le hemos puesto medicación para evitar complicaciones y la estamos hidratando con suero, eso permitirá que la droga se diluya en su sangre, disminuyendo los daños que pueda causar en su cuerpo.

—¿Y un lavado gástrico? —se aventuró a preguntar Emy, que había vuelto tras poner a Chema sobre aviso—. ¿Por qué no lo intentamos?

—No tiene sentido, al igual que el carbón activo —explicó Charlie, contemplando la cara de Anne, en paz—. Si no ha consumido pastillas ni ningún otro medicamento, el beneficio es bajo. Podemos intentar colocarle una sonda nasogástrica, pero se resistirá y no servirá de nada.

Apostado en el quicio de la puerta, sin decidirse a entrar, aunque dispuesto a no darse por vencido, Chema jugó la carta que había tenido guardada todo ese tiempo.

—¿Qué me decís de la droga de moda? —preguntó, alzando ligeramente la barbilla.

—¿Cuál? —preguntó Gema.

—¿No habéis oído hablar del fentanilo? —dijo Chema, henchido de orgullo.

Turno de Urgencias. Bienvenidos al Box. Que no pare la fiesta.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora