- Lo haré bien -

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No suelo llegar tarde a ningún sitio, y la biblioteca es el último lugar donde quiero que me vean apurado o sin control. Por eso, cuando llegué cinco minutos antes de las cinco, me permití un suspiro de alivio. Al menos, hasta que me di cuenta de que él no estaba allí.

La biblioteca estaba tranquila, como siempre a esa hora. Los pocos estudiantes que se encontraban allí estaban inmersos en sus libros, en silencio absoluto. Elegí una mesa cerca de la ventana, donde la luz del sol aún se colaba, y saqué mi cuaderno y el portátil. Esperé.

Cinco minutos. Diez minutos. Quince.

Esto no puede estar pasando. Ya había anticipado que Sea no iba a tomarse el proyecto en serio, pero ni siquiera aparecer... Eso era demasiado. Mi paciencia se estaba agotando. Lo único que quería era mantener mi promedio, pasar desapercibido, y ahora tenía que lidiar con este desastre. Sea no iba a arruinar mis planes.

Justo cuando estaba a punto de escribirle un mensaje, lo vi entrar. Chaqueta de cuero, sonrisa despreocupada, y esa manera de caminar como si el tiempo no existiera para él. Por un segundo, quise levantarme y gritarle, pero no lo hice. Mantuve la compostura, aunque mi mano estaba crispada sobre el bolígrafo.

—Perdón por la demora, jefe —dijo Sea, dejándose caer en la silla frente a mí. Me dedicó una mirada divertida y se inclinó hacia atrás—. ¿Te hice esperar mucho?

—Media hora —respondí seco, sin levantar la vista de mi portátil—. Si vamos a trabajar juntos, necesitas ser puntual.

—Oh, ¿vas en serio con esto? —preguntó con una risa ligera, mientras sacaba un cuaderno arrugado de su mochila—. Creí que podíamos relajarnos un poco.

Sentí un nudo en el estómago. Era claro que Sea no se tomaba nada en serio. Aún así, mantuve la calma. No iba a dejar que me desquiciara tan fácilmente.

—No tengo tiempo para relajarme —dije, con los ojos aún fijos en la pantalla—. Si tú no quieres hacer esto, lo entiendo, pero no arruines mi trabajo.

—Oh, qué dramático —murmuró, pero había algo en su tono que me hizo mirarlo por primera vez desde que había llegado.

Sea me observaba con una intensidad que no esperaba, sus ojos oscuros estaban fijos en los míos, y por un segundo, pareció que toda esa actitud despreocupada desaparecía. Su mirada se sentía... extraña, como si intentara descifrarme. No sabía cómo reaccionar, así que volví a mirar mi pantalla, incómodo por lo que acababa de sentir.

—Vamos a empezar de una vez —dije para romper el momento—. Tenemos que hacer un análisis de la revolución francesa y...

—Claro, como quieras, cerebrito —interrumpió, con ese apodo que empezaba a molestarme más de lo que debería. Pero antes de que pudiera replicar, continuó—. Aunque me pregunto algo... ¿Siempre eres tan serio?

Lo miré de nuevo, desconcertado. No estaba seguro de a dónde quería llegar.

—¿A qué te refieres? —pregunté, manteniendo el tono neutro.

—No sé... —Se encogió de hombros—. Pareces siempre... tan controlado. Como si todo lo que hicieras estuviera planeado. Debe ser agotador. Nunca te relajas, ¿verdad?

Mi primer impulso fue negarlo, decirle que estaba equivocado, pero algo me detuvo. Tal vez porque, en el fondo, sabía que tenía razón. Siempre había sido así: control, rutina, seguridad. Y aunque odiaba admitirlo, Sea había captado algo que pocos notaban.

—Lo que hago no es asunto tuyo —respondí, quizá más frío de lo que pretendía.

Él sonrió, una de esas sonrisas de lado, casi burlonas, que me hacían sentir como si estuviera perdiendo una batalla que ni siquiera sabía que había comenzado.

—Relájate, Jimmy. No es para tanto. Solo quería saber si debajo de todo eso hay alguien... diferente.

Algo en su tono me hizo tensar los hombros. No me gustaba la dirección que estaba tomando la conversación. Estábamos aquí para hacer un proyecto, no para... ¿qué era esto exactamente? ¿Un juego para ver cuántas veces podía hacerme perder la paciencia?

—Si no te importa, prefiero concentrarme en el trabajo —dije, cerrando la conversación. O al menos, intentándolo.

Sea suspiró y por fin, después de lo que me pareció una eternidad, dejó de provocarme y se inclinó hacia adelante, mirando los apuntes en mi portátil. Pasamos las siguientes dos horas discutiendo sobre fechas, eventos y personajes históricos. Para mi sorpresa, Sea tenía más conocimientos de los que esperaba. Aún así, cada vez que sus ojos se desviaban de la pantalla para mirarme, sentía una extraña incomodidad, como si estuviera observando algo más que el proyecto.

Cuando finalmente terminamos de planear el esquema general, ya eran las ocho de la noche. Cerré mi portátil, sintiéndome agotado, no tanto por el trabajo, sino por la tensión constante de estar cerca de Sea.

—Bueno, esto no estuvo tan mal, ¿no? —comentó él, estirándose en su silla—. Podría acostumbrarme a esto.

No respondí. Me limité a levantarme y guardar mis cosas. Pero cuando estaba a punto de irme, sentí su mano en mi muñeca. Fue un toque suave, apenas una presión, pero lo suficiente para detenerme.

—Espera, Jimmy.

Lo miré, sorprendido, y lo encontré más serio que de costumbre. No había rastro de esa sonrisa arrogante que siempre llevaba consigo.

—¿Qué? —pregunté, tratando de ignorar el calor que sentí en la piel donde me había tocado.

—No quiero que pienses que no me importa el proyecto —dijo, su voz más baja de lo habitual—. Puedo ser un idiota a veces, pero... lo haré bien, ¿de acuerdo?

No supe qué responder. Había algo en su mirada, en su tono, que me desarmaba. No era el Sea despreocupado, el que siempre jugaba con los límites. Esta vez parecía... genuino.

Finalmente, solo asentí.

—Está bien. Nos vemos mañana a la misma hora.

Él me soltó la muñeca, y yo salí de la biblioteca, el corazón latiéndome con fuerza en el pecho. Mientras caminaba hacia la salida, no pude evitar preguntarme qué diablos acababa de pasar. Porque por mucho que intentara mantener el control, había algo en Sea que me hacía sentir todo lo contrario. Y eso me asustaba más de lo que estaba dispuesto a admitir.

Entre libros y señales rojas | JimmySeaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora