2. El libro de firmas.

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Una vez llegué a casa a las cinco de la mañana me encerré en mi habitación y me quité los tacones. Lo próximo que hice fué mirar al vacío por unos minutos respirando profundamente, hasta que no pude más y me senté en una esquina a llorar en silencio, con las manos cubriendo mi rostro.

No habían sollozos. Sólo caían lágrimas mudas y se deslizaban por mi piel. Había esperado a mi papá todo el tiempo, pero nunca llegó. Muchas personas me afirmaron que me daría esa sorpresa, que después de cinco años sin poder verle por fin vendría. No sucedió.

Entendía a papá. Abuelo estaba tan viejo que no podía viajar a Italia a hacerse cargo de la empresa, así que le tocaba a él morder con esa responsabilidad. Después de haberse encontrado casi en la quiebra por una temporada, pisando los números rojos, por fin ha podido tomar un respiro. Este es un momento crucial para restaurar su economía, y por más que quiera no puede dejar la empresa hecha a un lado y sólo irse.

De tanto llorar me quedé dormida en el suelo como la basura que me sentía, porque sin mi padre no era nada. Mamá se había ido a dormir a casa de su esposo, y mi hermana se había quedado en el hotel con sus amigas, así que ellas no notarían que estaba mal.

Al amanecer me doy cuenta de que ya no estoy en el suelo, sino en mi cama, tapada incluso con una sábana. Mi abuela no puede cargarme, así que ese sin duda fué mi hermano.

Anoche tuve una recaída al pensar en mi papá ausentándose de mi cumpleaños, y me creí la persona más desdichada del mundo. Pero lo tengo vivo, con salud. Y, por si fuera poco, tengo a mi abuela ahora mismo abriendo la puerta con lentitud para no despertarme aún. Ella no sabe que la estoy viendo. Trae en sus manos un vaso de leche con chocolate y un pan con queso. Mmm, mis favoritos.

– Buenos días, cosita mía – me saluda con el tona de voz más dulce que tiene para ofrecerme. Es hora de actuar.

Me revuelco en la cama y finjo estirarme como lo hago cada que me despierto. Ella espera con mucha paciencia. ¿Hasta donde llega esa paz?. Ah, claro, hasta que mi cumpleaños termine.

– Buenos días, mimi – saludo para tomar el vaso humeante y soplar un poco. El pan también está demasiado caliente.

– ¿Descansaste? – me mira a los ojos y puedo ver en sus arrugas que sabe que estuve llorando, pero lo guarda para no incomodarme. Asiento sin mirarla a los ojos, no quiero hacerla sentir mal. Ella no tiene la culpa. Nadie la tiene.

– Dormí muy bien.

– Puedes dormir otro poco. Aún es temprano – afirma mirando el reloj en mi teléfono.

– ¿Que hora es?.

– Las diez y media.

– ¡Las diez y media! – exclamo levantándome de un tiro y, como era de esperarse, derramando un poco de leche en la cama –. Lo siento.

Le muestro mi sonrisa tímida esperando una reacción, pero ella quita la expresión furiosa y ríe.

– Ya mañana me enojaré contigo cuando quede la mancha, mas hoy no puedo. ¡Es tu cumpleaños! – y me abraza. Sigo derramando leche, esta vez sobre su hombro haciendo que pegue un brinco y de una vez por todas el vaso caiga al suelo.

– ¡Lo siento!

Suerte que es de plástico.








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Al llegar a casa de Ellie la abuela me recibe con su mejor rostro. Adoro a esta mujer, a pesar de los problemas que uno afronta día a día en el hogar me regala un cálido abrazo y una sonrisa acogedora siempre. Le correspondo amablemente y le pregunto donde está mi mejor amiga. Ella me dice que en su habitación y como me sé el camino de memoria sigo de largo hacia allá.

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⏰ Última actualización: Oct 13 ⏰

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