𝖓𝖚𝖊𝖛𝖊

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𝟭𝟭𝟲 𝗗. 𝗖 𝗞𝗶𝗻𝗴'𝘀 𝗟𝗮𝗻𝗱𝗶𝗻𝗴

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Ceryse despertó entre sábanas ajenas, la textura suave bajo su piel desnuda le recordaba con un peso abrumador todo lo que había ocurrido la noche anterior. La habitación estaba bañada en una luz tenue, que apenas lograba desvanecer las sombras de sus recuerdos. Cada detalle volvía a ella con la claridad cruel que solo trae la vigilia: su boda, el festín, el rostro de Daemon, y la punzada de traición al verlo reír y coquetear con Laena, su amiga más cercana. Ceryse había estado callada, su orgullo forzándola a ocultar las lágrimas, pero la herida ardía, más profunda de lo que jamás hubiera imaginado.

Esa noche, cuando las puertas del salón se cerraron tras ellos, Ceryse lo había seguido en silencio, sus pasos resonando como un eco de su propio sufrimiento. Llegaron a sus aposentos, y fue entonces cuando Daemon la tomó entre sus brazos. El calor de su cuerpo la envolvió, y por un instante, en ese breve contacto, había sentido algo parecido al consuelo. Pero el vino había hablado por él más que su corazón. La alzó con facilidad, y antes de que pudiera comprender, la había colocado sobre la cama, despojándola con movimientos rápidos de la fina capa que la cubría.

El aire frío le rozó la piel, mientras las manos de Daemon, cálidas pero torpes, recorrían su cuerpo como si estuviera descubriéndolo por primera vez. Su boca se deslizó por su cuello, y cada beso que dejaba en su piel encendía una chispa nueva en ella, una sensación que jamás había experimentado. Era extraño, embriagador, pero no dejaba de sentir esa dualidad entre deseo y vacío, como si estuviera a punto de caer en un abismo del que no sabría cómo regresar.

Daemon la besaba con la suavidad de alguien que sabe lo que quiere, aunque sus manos, enredadas en su cabello y en su cintura, no podían disimular la embriaguez que lo dominaba. Ceryse se aferró a esa cercanía, esperando que, aunque fuera por un breve momento, él estuviera completamente con ella. Pero la fragancia a vino en su aliento le recordó que él no estaba del todo allí. Sus manos, que en algún momento parecieron descubrir nuevos placeres en su piel, comenzaron a volverse más erráticas, más pesadas, como si la realidad le fuera quedando distante.

Y entonces, cuando pensó que había encontrado un rincón de ese corazón rebelde, él pronunció ese maldito nombre: "Rhaenyra".

Ceryse sintió como si el mundo bajo ella se desmoronara. Su cuerpo, que apenas momentos antes había sentido una calidez ajena, ahora se enfriaba con la dureza de esa palabra. Apretó los labios para no gritar, no llorar, para no mostrar el dolor desgarrador que le había atravesado el pecho en ese instante. Rhaenyra. Siempre ella, la sombra que oscurecía cada rincón de su vida, cada esperanza que había albergado de que Daemon pudiera verla, realmente verla.

Ceryse recordaba la sensación de sus labios todavía en su piel, pero el calor que había sentido al principio pronto se había convertido en algo mucho más oscuro. Después de aquel susurro, de aquel nombre maldito, todo había cambiado. Daemon, que al principio la había tocado con una suavidad casi tierna, había empezado a moverse con más fuerza, más hambre, como si estuviera intentando borrar algo, quizás el mismo peso de su error. Sus manos, antes torpes pero gentiles, se volvieron demandantes, tomando posesión de cada parte de ella como si quisiera reclamarla por completo.

Ceryse apenas podía procesar lo que estaba ocurriendo. La manera en que la había sujetado, con una firmeza casi dolorosa, la había hecho estremecer. Daemon ya no era el príncipe encantador que la había besado con delicadeza, sino una fuerza imparable que la arrastraba hacia una intensidad que nunca había conocido. Su boca, que antes había dejado besos suaves en su cuello, ahora la devoraba con una urgencia que la asustaba, pero que también, de alguna manera inexplicable, la mantenía atrapada en el momento.

𝒖𝒍𝒕𝒓𝒂𝒗𝒊𝒐𝒍𝒆𝒏𝒄𝒆 | ᴄᴇʀʏꜱᴇ ʜɪɢʜᴛᴏᴡᴇʀ  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora