𝕾𝖊𝖎𝖘

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𝟭𝟭𝟲 𝗗. 𝗖 𝗞𝗶𝗻𝗴'𝘀 𝗟𝗮𝗻𝗱𝗶𝗻𝗴

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El anochecer descendía lentamente sobre Desembarco del Rey, envolviendo la ciudad en una penumbra que parecía respirar con el peso de los secretos que albergaba. Las antorchas comenzaban a iluminar las calles y corredores, proyectando sombras largas y sinuosas que parecían cobrar vida con cada susurro en los rincones oscuros. Afuera del Salón del Consejo, Ceryse caminaba en círculos, su mente atrapada en un torbellino de pensamientos y emociones que no podía dominar del todo. El viento fresco de la noche agitaba sus cabellos oscuros y despeinaba los pliegues de su vestido, pero ella apenas lo notaba. Su mirada estaba fija en la puerta cerrada, aquella que custodiaba los destinos de los hombres dentro.

Al otro lado de esa gruesa puerta de madera, la conversación entre el rey Viserys, su padre Otto, y las furias desatadas por un solo rumor se desarrollaban. Las paredes de ese salón, normalmente silenciosas y frías, parecían latir con el eco de palabras duras y acusaciones veladas. Ceryse sabía lo que se estaba discutiendo allí dentro, lo que su padre había traído ante el rey como si fuera un tesoro envenenado: las habladurías sobre Rhaenyra y Daemon. Esos rumores que habían estallado como fuego salvaje en las calles, como una peste que nadie podía detener.

Ceryse apretó los labios al recordar la frialdad con la que Otto había compartido esa información con Viserys. Su padre, siempre tan calculador, tan seguro de sus movimientos en el tablero político, parecía haber medido mal esta vez. Y dentro de esa habitación, la decisión que se tomaba no era solo sobre Rhaenyra y Daemon, sino sobre el propio Otto Hightower. La Mano del Rey.

De repente, el leve sonido de un sollozo la sacó de sus pensamientos. Giró la cabeza y allí estaba Alicent, apoyada contra una de las paredes, sus ojos húmedos y llenos de una desesperación contenida que Ceryse rara vez había visto en ella. Alicent, la reina, la esposa devota, la hija leal... ahora, su mundo se desmoronaba frente a ella y no podía hacer nada para detenerlo. Los delicados dedos de Alicent jugueteaban nerviosamente con los pliegues de su vestido, mientras intentaba controlar las lágrimas que amenazaban con caer.

Ceryse sintió un nudo en la garganta al ver a su hermana mayor así, tan vulnerable y rota. Quería acercarse, ofrecerle consuelo, pero sabía que cualquier palabra en ese momento sería insuficiente. El destino de su padre estaba en juego, y si las puertas de ese salón se abrían con malas noticias, nada de lo que dijeran podría cambiar lo inevitable.

Finalmente, tras lo que pareció una eternidad, las puertas del salón se abrieron con un crujido pesado, y el aire del anochecer pareció volverse más denso. Otto Hightower apareció en el umbral, su rostro endurecido, marcado por la furia contenida y el orgullo herido. No había necesidad de palabras. La verdad era evidente en su expresión. Viserys le había quitado la insignia de la Mano del Rey.

Ceryse sintió que el tiempo se detenía por un momento. La figura de su padre, siempre tan imponente, parecía haberse encogido bajo el peso de esa derrota. Otto no se detuvo frente a sus hijas de inmediato. Dio unos pasos hacia adelante, su capa ondeando a su paso, y cuando llegó ante ellas, su voz resonó con una frialdad cortante.

"El rey me ha quitado la insignia de la Mano" dijo, sin ningún adorno en sus palabras. No hubo rastro de compasión, ni para sí mismo ni para ellas. "Partiré hacia Antigua al amanecer"

Las palabras cayeron sobre Alicent como un martillo. Las lágrimas, antes contenidas, ahora fluían libremente por su rostro. Su padre, su protector, su aliado más cercano, el hombre que había manejado los hilos de su vida desde que ella podía recordar, estaba siendo arrancado de la corte. En un instante, el mundo que Alicent había conocido se desmoronaba, y ahora tendría que enfrentar ese vacío sin su guía.

𝒖𝒍𝒕𝒓𝒂𝒗𝒊𝒐𝒍𝒆𝒏𝒄𝒆 | ᴄᴇʀʏꜱᴇ ʜɪɢʜᴛᴏᴡᴇʀ  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora