VIII

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Jin seguía en el pueblo. Después de aquella noche bajo la lluvia, había intentado regresar a la normalidad, pero la sensación de vacío lo devoraba lentamente. No se había ido a Seúl como tenía planeado, algo en él lo retenía, como si ese lugar estuviera impregnado de los recuerdos de Namjoon, de las emociones que intentaba sofocar. Había decidido quedarse una semana más, pero cada día que pasaba, se sentía más atrapado, más confundido.

Las mañanas eran especialmente difíciles. Cada vez que abría los ojos, recordaba la noche bajo la lluvia. Namjoon empapado, con la camiseta pegada a su piel, sus palabras sinceras e inesperadas: "Me gustas demasiado". Jin había huido, porque no podía permitirse enfrentar lo que aquello significaba, no cuando su vida en Seúl ya estaba escrita, planeada, establecida. Pero cada vez que recordaba el abrazo, la calidez del cuerpo de Namjoon contra el suyo, su corazón se encogía con un anhelo que no podía controlar.

Intentaba mantener su rutina, como si todo siguiera normal. Caminaba por el pueblo, recorría las mismas calles, veía a las mismas personas, pero algo en él había cambiado. El peso de sus pensamientos lo arrastraba hacia un lugar oscuro, donde cada decisión que había tomado comenzaba a perder sentido. Aquella vida que había construido en Seúl, el compromiso que había aceptado, todo se sentía ajeno, como si no le perteneciera realmente.

Una tarde, después de haber pasado el día encerrado en la pequeña casa donde se hospedaba, decidió salir. No soportaba más el encierro, y mucho menos la compañía de sus propios pensamientos. Caminó sin rumbo, dejando que sus pies lo llevaran. Y sin darse cuenta, llegó de nuevo al lago. Ese mismo lugar donde todo había comenzado.

El sol se estaba poniendo, tiñendo el cielo de tonos naranjas y violetas. Jin se acercó al borde del lago y se sentó en una roca, mirando el reflejo del atardecer en el agua. El viento soplaba suavemente, trayendo consigo la nostalgia de los momentos que había vivido allí. Cerró los ojos y dejó que los recuerdos lo invadieran.

Recordó el primer día que había visto a Namjoon, cómo se habían cruzado por casualidad. Recordó sus conversaciones, los paseos tranquilos, las miradas que hablaban más de lo que cualquiera de los dos estaba dispuesto a admitir. Jin se encontraba a sí mismo sonriendo ante esos recuerdos, pero esa sonrisa se desvaneció rápidamente cuando la realidad lo golpeó.

Sabía que tenía que regresar a Seúl. Sabía que su vida estaba allá, con su prometido, con las responsabilidades que había asumido. Pero, ¿era eso lo que realmente quería? ¿Era esa la vida que lo haría feliz? Las preguntas comenzaron a retumbar en su mente, cada vez más insistentes, cada vez más difíciles de ignorar.

Su compromiso le pesaba como una losa. Había sido una decisión práctica, lógica, casi impuesta por las expectativas de su familia y de la sociedad que lo rodeaba. Pero ahora, esa lógica se sentía vacía. Jin no podía dejar de preguntarse si estaba dispuesto a vivir una vida basada en lo que se esperaba de él, en lugar de lo que realmente deseaba.

Los recuerdos de Namjoon seguían apareciendo en su mente. Recordaba su risa, su voz suave, la forma en que sus ojos brillaban cuando hablaban. Y lo que más lo atormentaba era que, por más que intentara, no podía dejar de desearlo. Namjoon era un deseo silencioso, oculto bajo capas de obligación y culpa.  Namjoon era solo suyo en su mente, en esos momentos robados que compartieron, en los recuerdos que no podía borrar.

El viento comenzó a soplar más fuerte, levantando las hojas caídas a su alrededor. Jin se abrazó a sí mismo, sintiendo el frío que se colaba bajo su piel. El atardecer se desvanecía rápidamente, y pronto la oscuridad lo rodeó por completo. Era como si el paisaje reflejara su estado interno, una mezcla de belleza y tristeza, de anhelo y desesperación.

Se levantó lentamente, comenzando a caminar de regreso. No le importaba que la oscuridad cubriera el camino, ni que el cielo se empezara a nublar anunciando otra tormenta. Su mente estaba en otra parte, enredada en la maraña de sentimientos que no podía controlar. Y entonces, justo cuando el primer trueno retumbó en la distancia, empezó a llover.

Al principio, eran gotas suaves, pero pronto la lluvia se intensificó, empapándolo completamente. Pero a Jin no le importaba. De hecho, se dejó llevar por la sensación, permitiendo que la lluvia lavara las lágrimas que no se atrevía a derramar. Caminaba sin rumbo, sin prisa, como si el agua pudiera borrar todo lo que lo atormentaba. Pero la lluvia no podía hacer eso, y lo sabía. El dolor seguía allí, profundo, enterrado en su pecho.

El eco de las palabras de Namjoon seguía resonando en su mente. "Me gustas demasiado". Jin deseaba poder habérselas devuelto en ese momento. Deseaba haber tenido el valor de decirle lo que sentía, pero no lo había hecho. Y ahora, esa falta de valor lo consumía.

Mientras caminaba bajo la lluvia, su mente regresó al compromiso que lo esperaba en Seúl. ¿Era justo para su prometido? ¿Era justo para él mismo? Jin sabía que no podía seguir adelante con una vida que no lo hacía feliz, que no lo llenaba. Pero tampoco sabía si tenía el coraje de romper con todo, de arriesgarlo todo por un sentimiento que no estaba seguro de poder sostener.

Finalmente, cuando la lluvia empezó a disminuir, Jin llegó a la pequeña casa donde se hospedaba. Entró, empapado, y se dejó caer en la cama. Estaba exhausto, no solo físicamente, sino emocionalmente. Todo dentro de él estaba roto, dividido entre lo que debía hacer y lo que realmente deseaba.

Y allí, en la oscuridad de su habitación, dejó que las lágrimas fluyeran libremente. Porque aunque no quería admitirlo, estaba enamorado de Namjoon. Y eso lo aterrorizaba más que cualquier otra cosa.

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