Parte I. on the edge of death.

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Su parte gitana soñaba.

Adrian despertó con un sobresalto, su cuerpo empapado en sudor frío, y por un momento, no supo dónde estaba. El sueño lo había arrastrado de nuevo al lago. Siempre era el lago. No la guerra o la masacre. El agua, oscura y helada, se metía en su boca, llenaba su garganta, lo ahogaba. Sabía que estaba soñando, pero la sensación de la presión en sus pulmones era tan real que, aun despierto, jadeaba buscando aire. Su madre estaba en ese sueño, como siempre. Escuchaba su voz susurrante, pero nunca se giraba a mirarla. No quería ver su rostro.

El miedo lo atrapaba en esos momentos, el pavor de que lo que ella vio, lo que la empujó al borde de la locura, lo estuviera alcanzando a él. "El diablo te ama", susurraba su madre en el sueño. Las palabras resonaban en su cabeza, incluso cuando ya había abierto los ojos.

Se tambaleó al ponerse de pie, apoyándose en el bastón que descansaba junto a la cama, su pierna inutilizada por la guerra. Cojeando, se dirigió al baño, sintiendo todavía el agua en su boca, su garganta apretada. Encendió la luz, se miró al espejo. Se lavó la cara una y otra vez, como si eso pudiera borrar los rastros de locura que lo perseguían. Su reflejo lo observaba desde el espejo: la piel pálida, el cabello mojado pegado a su frente, los ojos amplios, como los de un niño aterrorizado. Su madre también se había visto así, justo antes de desaparecer en las aguas del lago.

Su parte sensata le decía que estaba volviéndose loco.

Adrian respiró hondo, intentando contener el pánico. El temor de volverse loco, como su madre, era un peso que siempre llevaba consigo. Comenzó a recitar en voz baja los detalles de su jornada: las reuniones, los informes, los documentos que debía revisar. El sonido familiar y controlado de su propia voz lo ayudaba a calmar el latido frenético en su pecho. Al cabo de unos minutos, estaba de nuevo en control. El caos que sentía por dentro se desvanecía, reemplazado por la eficiencia fría y profesional que le había permitido sobrevivir hasta ese momento.

Se vistió, eligiendo con precisión su traje, acomodando con cuidado el nudo de su corbata. El bastón descansaba en su mano derecha, su soporte constante. Esa pierna inútil lo había regresado a casa en ese entonces, de alguna forma extraña había llegado a amarla. Salió de su solitario departamento, listo para cumplir su rol en la máquina implacable que era la empresa Shelby.

Se miró una última vez en el espejo, y se preguntó si ese hombre podría ver la locura en su mirada esa mañana.

Adrian había recorrido el trayecto hasta la oficina con pasos cuidadosos, el bastón golpeando el suelo en un ritmo constante que resonaba en el pasillo vacío, como cada lunes de la semana. Las escaleras del edificio de los Shelby siempre eran una prueba de paciencia, un recordatorio físico de lo que su cuerpo había perdido en la guerra. Pero nunca se quejaba, su padre lo crío mejor. Sus músculos tensos soportaban la fatiga sin vacilar, y su rostro, como siempre, permanecía blanco. Pero esa mañana sentía el agua empapando sus pasos, y su pierna se siente pesada con cada escalón dejado atrás.

Le recordaría al señor shelby las renovaciones del edificio. No oirán de su boca quejas por un ascensor tampoco.

Al llegar al segundo piso, donde la oficina de Thomas Shelby lo esperaba, pasó por la recepción. Lizzie Stark estaba tras su escritorio, ojeando unos documentos. Levantó la vista cuando lo vio.

"Buenos días, señor MacLod," dijo con cortesía, aunque había una nota de distancia en su voz, la misma que todos en la organización Shelby adoptaban con él. Era un hombre reservado, meticuloso, y eso generaba respeto, pero también lo mantenía apartado de los demás. Agradeció la indiferencia de su padre una vez más.

on the edge of death • Thomas Shelby.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora