Cuando no sabes quién eres, es fácil vivir en un mundo lleno de... mentiras. Pero es peor amar a alguien que no sabe quién es, ni lo que quiere. A través del dolor aprendes que los cambios no solo deben ocurrir en la mente, o en el corazón. También...
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Por fin damos inicio a esta historia 😌. Sin embargo hay cosas a tener en cuenta.
📍La primera, publicaré uno o dos capítulos por semana ya que no cuento con demasiado tiempo libre para escribir;
📍La segunda, que está historia es un borrador sujeto a cambios futuros.
📍La tercera es que sucederán cosas extrañas que los harán decir "¿Qué carajo? ¿Y esta autora qué se fumó?" Jajaja Les juro, está historia es un capricho y con el tiempo entenderán por qué lo digo. Je.
A pesar de no ser la primera vez que se metía en la piel de aquel personaje; en esta ocasión tener el cabello rubio le resultaba chocante, tanto como sus ojos verdes y los tatuajes que decoraban sus brazos y parte de su cuello.
Adoptar una nueva identidad no había sido un problema en mucho tiempo. Era una de las razones por las que se había convertido en un buen agente. Deslizarse tras una máscara llegó a ser un alivio, casi como tomar un respiro en el que podía olvidarse de su vida real y centrarse en problemas fabricados para los que tenía más de una solución. Pero había algo diferente esta vez.
No lo entendía. Desde que volvió a Nueva York haciéndose pasar por un hombre resentido que quería vengarse de la familia Hollander, todo lo que había deseado era poder escudarse tras una identidad falsa. Y ahora que por fin tenía lo que quería, no se sentía cómodo.
Está bien, en el fondo sí que sabía la razón por la que su trabajo como agente encubierto estaba siendo tan inconveniente. Era por su hermano, por la promesa de una vida más estable que él representaba. Era porque cuando empezaba a permitirse pensar en la posibilidad de tener una vida, simple y llanamente, su jefe, Alaric Cornell, había vuelto para sacudir su mundo enviándolo hasta la otra punta del país.
No tuvo espacio para decir que no.
Se salpicó un poco de agua en la cara antes de dejar el baño y moverse hacia la cocina en donde estaba el otro ocupante de aquel apartamento.
La sola visión de él le causaba más inquietud.
—Come— Matvey Petrov empujó un plato con dos rodajas de pan tostado, huevos y tocino, frente a él.
—Sí, mamá.
El ruso se detuvo dándole una mirada plana antes de servirse su propio plato y sentarse en la mesa pequeña que funcionaba como comedor.
Era raro verlo usando un atuendo tan informal; desde que lo conoció tantos años atrás, Matvey solía usar ropa formal, pantalones de traje, camisas de botones, con o sin chaqueta. Era eso o ropa deportiva durante sus entrenamientos en conjunto. Lo que tenía frente a él era un tanto desconcertante.
