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La tensión en la sala del mausoleo se palpaba en el aire. Albus y Mysie se encontraban de pie, hombro con hombro, con sus varitas alzadas y listas para atacar. Gellert Grindelwald, con una sonrisa fría y calculadora, había atrapado a Regulus y Sirius en un hechizo paralizante. Ambos se encontraban, inmóviles e impotentes carcomidos por su furia interna al no poder proteger a su amiga de la maldad que poseía su propio padre y las injusticias y crueldades que este estaba siendo capaz de cometer contra ella.

—Siempre he admirado tu valentía, Mysie —dijo Gellert, con su voz suave como el terciopelo, pero como de costumbre, llena de una malicia, lo que hizo que la piel de Mysie se erizara. —Pero tu valentía no te salvará hoy.

Albus, aunque un poco debilitado por el intenso enfrentamiento previo, no estaba dispuesto a ceder. Sus ojos azules, normalmente serenos, brillaban con determinación.

—No te dejaremos ganar, Gellert —declaró, su voz firme—. Si tienes a Narcissa, no te permitiré que la uses como peón en tu juego.

Sin embargo, Mysie sintió que el miedo comenzaba a arrastrarla. El rostro de Narcissa aparecía en su mente, y la desesperación se intensificó al pensar que su vida podía estar en peligro. Con la adrenalina bombeando en su cuerpo, Mysie tomó una decisión audaz.

—¡Accio! —gritó, dirigiendo su hechizo hacia Gellert, con la esperanza de desarmarlo. Pero el hechizo voló desviado; Gellert, con un movimiento ágil de su varita, esquivó el hechizo con facilidad. La risa burlona de su padre retumbó en la sala.

—¿De verdad creías que eso funcionaría? —dijo Gellert, mientras sus ojos centelleaban con diversión. —¿Qué tal si intentas algo un poco más... interesante?

Con un gesto majestuoso, Gellert alzó su varita, y la sala pareció oscurecerse aún más si es que eso era posible. Una corriente de energía helada y oscura comenzó a girar a su alrededor, y Mysie sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Fue entonces cuando vio que el aire se distorsionaba, y ante sus ojos apareció la verdadera Narcissa, atada y desorientada.

Mysie se quedó sin aliento. El corazón le dio un vuelco al ver a su amada, tan vulnerable y atrapada. Gellert la sujetaba con fuerza, y, con un movimiento calculado, apoyó la punta de su varita en el cuello de Narcissa, amenazando su vida.

—Mira, querida —dijo Gellert, disfrutando de la angustia que le causaba a Mysie—. Esta es la recompensa por tu lealtad a Albus. La muerte de la mujer que amas.

—¡No! —gritó Mysie, su voz desgarradora resonando en la sala. Su determinación ardía, pero el miedo se estaba convirtiendo en una presión aplastante en su pecho. Albus, viendo el peligro inminente, se adelantó, su varita aún alzada.

—Gellert, ¡suéltala! —exigió Albus, su voz resonando con autoridad. Pero la mirada de Gellert era fría y despiadada.

—¿Y qué ganaré con eso? —preguntó Gellert, girando la varita lentamente en el cuello de Narcissa, que miraba a Mysie con ojos llenos de miedo pero también de amor y apoyo.

—Si la matas, no habrá salvación para ti —dijo Albus, su voz temblando ligeramente con la desesperación de la situación.

Gellert sonrió, una sonrisa que no alcanzó sus ojos.

—Te equivocas, Albus. Siempre hay salvación, pero para los que saben dónde buscarla. —Luego, su expresión se tornó más siniestra—. Y parece que tú no tienes opciones.

Mysie se sentía impotente, la rabia y el amor luchando en su interior. La imagen de Narcissa, vulnerable y al borde de la muerte, la impulsó a actuar. Con una determinación renovada, levantó su varita de nuevo, su corazón bombeando con fuerza.

—¡Déjala ir! —gritó, sintiendo la magia fluir a su alrededor. Pero Gellert, siempre un paso adelante, simplemente desvió su mirada hacia ella.

—¿Vas a arriesgarlo todo, incluso tu propia vida, por ella? —preguntó Gellert, disfrutando de la angustia que reflejaba en el rostro de Mysie.

La respuesta de Mysie estaba en su mirada. Estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario, pero no podía dejar que su amor por Narcissa nublara su juicio. Albus, percibiendo la desesperación en el aire, decidió que era el momento de actuar.

—Mysie, confía en mí —dijo Albus, dirigiéndose a ella con un tono tranquilizador —Debemos encontrar una forma de sacarla de aquí.

Gellert, sin embargo, no tenía intención de permitirles que se recuperaran. Con un gesto violento, alzó la varita nuevamente y conjuró un poderoso hechizo que hizo que el aire a su alrededor chisporroteara.

Mysie sintió el tiempo ralentizarse. Con cada segundo que pasaba, la vida de Narcissa pendía de un hilo, y Gellert estaba decidido a romperlo. Mientras su corazón latía con desesperación, Mysie miró a su alrededor, buscando cualquier oportunidad, cualquier manera de salvar a su amada.

—¡No voy a dejar que esto acabe así! —declaró, sintiendo que una chispa de magia se acumulaba en su interior.

—Entonces intenta, querida —dijo Gellert, con una sonrisa burlona, disfrutando de la inminente confrontación.

Con un grito de desafío, Mysie se preparó para luchar, dispuesta a arriesgarlo todo por el amor que sentía. Albus a su lado, ambos se alzaron, sabiendo que la batalla no solo era por sus vidas, sino por la vida de Narcissa y la luz que aún podría brillar en la oscuridad que Gellert había traído al mundo. El corazón de Mysie resonaba en su garganta mientras el rostro de Narcissa se grababa en su mente y la culpabilidad se apoderaba de todo su ser. Si Narcissa se encontraba en esa situación de peligro inminente era por ella, por quererla como lo hacía. Y aunque sabía que había intentado protegerla con todo su ser, no había sido suficiente y se trataba de su propio padre el que sería capaz de arrebatarle a la persona a la que más había querido.

La Grindelwald sentía que su juicio se están nublando y que tendría que concentrarse en lo verdaderamente importante para no tener que luchar contra su propia mente y perder un tiempo valioso para salvar la vida de Narcissa a cualquier costo.

OVER TIME (Narcissa Black)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora