CAPÍTULO 10: La Justicia del último día

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Era el último día de clases, y aunque el día siguiente solo sería una fiesta de despedida, la emoción en el aire era palpable. Algunos profesores me habían pedido que grabara un video en inglés para promocionar al colegio. La idea me hizo sentir incómoda. ¿Cómo podía promover una institución que había permitido que me faltaran al respeto y me humillaran solo por ser mujer? ¿Cómo podía recomendar un lugar donde los hombres evadían disculpas solo porque eran hombres? La injusticia me llenaba de rabia, pero al mismo tiempo, pensaba en los beneficios académicos que podía obtener.

La verdad es que nunca me habían regalado ni una milésima de punto por ser buena estudiante. En cambio, a los "hermanos" que se creían más importantes, siempre les ofrecían beneficios adicionales. Por fin, era mi oportunidad de recibir algo, aunque fuera una pequeña ventaja. Entonces, con la mente agitada, decidí aceptar la propuesta.

El plan era grabar una escena en la que debía hablar en inglés y jugar un partido de ping pong. Cuando me preguntaron quién sería un buen rival, mencioné a Andrew Morgan. Aunque sabía que podía ser un desafío, me preguntaba si realmente había tomado la decisión correcta. Había mucha presión y no quería darles la satisfacción de verme fallar.

Cuando llegó el momento de grabar el video, fui a recoger mis raquetas, las cuales había prestado a algunos chicos. En ese instante, vi a Alexander Morgan, pero no le dejé tocar mis raquetas; él jugaba con una de otro amigo. La tensión era palpable y el ambiente se sentía pesado. No era fácil ignorar el pasado, las palabras hirientes y las humillaciones que había sufrido. A medida que los minutos pasaban, mi determinación crecía.

Al llegar la hora de grabar, Andrew no aparecía, y nadie parecía saber dónde estaba. La profesora, intentando mantener el ambiente ligero, sugirió:

— ¿Y si juegas contra Alexander Morgan?

El silencio se apoderó del grupo. Las miradas de mis compañeros se movieron entre Alexander y yo, como si esperaran una reacción explosiva de mi parte. La profesora volvió a preguntar:

— Camille, ¿quieres jugar contra Alexander Morgan?

Recorrí en mi mente aquel día fatídico en el que me obligó el inspector a disculparme con él. La humillación de tener que enfrentar a esos chicos nuevamente era insoportable. Con determinación, respondí:

—  No, no quiero jugar con Alexander Morgan.

Las miradas atónitas de mis compañeros me hicieron sentir más fuerte. La profesora, visiblemente confundida, dijo:

— ¿Pero por qué no? Camille, siempre juegas con todos.

Mantuve la mirada fija en Alexander, que estaba a un lado, nervioso y claramente incómodo por la atención que le estaba prestando. Noté que trataba de evadir el momento, pero esta vez no iba a dejar que me dominara el miedo. En un intento por desviar la situación, Alexander tartamudeó:

— Yo... Yo estoy jugando fútbol.

Mientras se alejaba, me sentí satisfecha de haber dejado claro mi desinterés. En ese preciso instante, Andrew Morgan apareció. Parecía despreocupado y le preguntó a la profesora:

— ¿Qué hago, me saco la chompa o me la dejo puesta?

La respuesta de la profesora dejó a todos atónitos.

— Tú no vas a salir en el video -dijo-. Solo serás la pared contra la que Camille jugará, nada más. La única que me interesa aquí es Camille.

Andrew se quedó en silencio, atónito. La burla que había intentado propiciar se volvió contra él, y los demás chicos comenzaron a reírse a carcajadas. En ese momento, una oleada de satisfacción me recorrió. Era una pequeña venganza, una manera de devolverles lo que me habían hecho sentir tantas veces.

Finalmente, era mi momento de brillar. Me preparé para jugar, sintiendo la adrenalina fluir a través de mí. Era más que un simple juego; era una reafirmación de mi valor y de mi resistencia. Mientras me colocaba en la mesa, noté que muchos de mis compañeros se habían reunido para observar el partido. La presión aumentaba, pero en lugar de abrumarme, me impulsaba a dar lo mejor de mí.

Con la cabeza en alto y el corazón latiendo con fuerza, me preparé para enfrentar a quien fuera necesario. El ambiente era tenso y la multitud expectante, ansiosa por ver cómo se desarrollaría el partido. Andrew, que se había sentido menospreciado, trató de hacer una broma para aliviar la tensión, pero su intento fue en vano. La atmósfera estaba cargada de anticipación.

Comenzamos a jugar, y el primer saque fue mío. La pelota voló sobre la mesa, golpeando la raqueta de Andrew. Su rostro mostraba una mezcla de sorpresa y concentración. En un instante, el miedo y la inseguridad que había sentido antes desaparecieron. La adrenalina y la determinación se apoderaron de mí. Sabía que cada golpe, cada punto que ganara, representaba una victoria sobre el dolor del pasado.

Andrew comenzó a sudar, y a medida que avanzaba el partido, su nerviosismo se hacía más evidente. Cada vez que anotaba un punto, el orgullo crecía dentro de mí. No solo estaba jugando para ganar, sino para demostrar que no había lugar para la humillación en mi vida. Era mi momento de demostrar que había superado las adversidades, y que el poder de mi perseverancia era más fuerte que cualquier ataque que hubiera recibido.

A medida que el juego avanzaba, los comentarios de los demás se volvieron más fuertes, como si estuvieran apoyando mi lucha. La energía en el aire era electrizante. Comencé a notar a algunos de mis compañeros animando y vitoreando, lo que me llenó de confianza. Cada vez que Andrew fallaba, sentía que recuperaba un pedazo de mi dignidad. Era un sentimiento extraordinario.

Finalmente, después de un intenso intercambio de golpes, el partido llegó a su fin. La multitud estalló en vítores mientras yo levantaba la mano en señal de victoria. No solo había ganado un partido, había ganado un enfrentamiento con mi pasado, con todos aquellos que me habían hecho sentir menos. En ese instante, comprendí que la verdadera victoria no estaba en el marcador, sino en el poder de decir "no" y en el coraje de enfrentar a mis enemigos con la cabeza en alto.

Mientras mis compañeros celebraban, sentí que había creado una nueva imagen de mí misma. Ya no era la chica que había sido humillada; era una competidora, una mujer fuerte que había encontrado su voz. Miré hacia el grupo de los Morgan, quienes ahora parecían más pequeños, más vulnerables. La justicia, aunque pequeña, finalmente estaba de mi lado.















Les agradezco por el simple hecho de leer esto.

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Twin Crowns, One FlameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora