historia 4 🍩Dulzura Compartida🍉

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El sol apenas empezaba a asomarse por el horizonte, tiñendo la ciudad de un suave tono anaranjado, cuando Tom se ajustó la chaqueta de su uniforme y se preparó para salir al trabajo. Antes de salir, lanzó una mirada al reloj de la pared: las seis de la mañana. Era temprano, pero como cada día, tenía una parada obligada antes de dirigirse a la comisaría.

Tom cerró la puerta de su apartamento y caminó un par de cuadras, hasta llegar a una pequeña pastelería. El cartel sobre la puerta decía "La Dulzura de Miriam", y el olor a masa horneada y azúcar se esparcía por la calle. Tom respiró profundamente, disfrutando de ese aroma que siempre le recordaba a Jake, su pareja.

Cuando empujó la puerta de la pastelería, la campanita tintineó, anunciando su llegada. Al otro lado del mostrador, Jake, con su cabello azul recogido en una coleta y un delantal lleno de harina, levantó la vista y sonrió. "Buenos días, oficial Tom. ¿Lo de siempre?" bromeó, aunque ya tenía preparada una caja con una docena de donas glaseadas, las favoritas de Tom.

"Buenos días, pastelero estrella", respondió Tom, devolviéndole la sonrisa mientras se acercaba al mostrador. Jake siempre tenía una manera de iluminar sus mañanas, incluso antes de que el café hiciera efecto. Tom se inclinó sobre el mostrador y le dio un beso rápido. "Y sí, lo de siempre. Las mejores donas de la ciudad."

Jake se rió suavemente, sus ojos brillando de orgullo. "Me alegra que pienses eso. Aunque creo que a veces vienes más por la compañía que por las donas." Tom hizo un gesto de sorpresa fingida. "¿Cómo lo descubriste? Pero, en serio, ¿quién puede resistirse a tus donas? Y bueno, a ti tampoco."

Ambos rieron, y por unos minutos, el resto del mundo dejó de importar. Jake sabía que Tom tenía un día largo por delante en la comisaría, y Tom sabía que Jake pasaría horas en la cocina, horneando pasteles, galletas y, por supuesto, las donas que él tanto amaba. Pero ese pequeño momento juntos, cada mañana, les recordaba lo importante que era cuidar de esos instantes compartidos.

"Voy a extrañar tenerte aquí toda la mañana, pero supongo que el deber te llama", dijo Jake con un tono ligeramente dramático, apoyando la barbilla en la mano y fingiendo una expresión melancólica. Tom soltó una carcajada y le dio un suave golpe en la mano. "El deber me llama, pero tú me esperas. Eso es lo que me da fuerzas para lidiar con todo lo demás."

Jake sonrió, asintiendo. "Y yo estaré aquí cuando vuelvas, con una nueva receta para que pruebes. ¿Qué te parece un pastel de queso con frutos rojos?"

"Suena perfecto. Aunque ya sabes que no hay nada que me guste más que tus donas", respondió Tom, guiñándole un ojo antes de tomar la caja que Jake le había preparado. "Nos vemos esta noche, amor."

Jake le observó salir, con una sonrisa en los labios y la calidez de esa breve despedida llenándole el pecho. Sabía que Tom enfrentaba peligros en su trabajo, pero le daba tranquilidad saber que cada noche, volvería a casa para compartir una taza de té y los últimos pasteles que quedaran del día.

Horas más tarde, en la comisaría...

La jornada en la comisaría había sido más complicada de lo esperado. Tom y su compañera Lucía habían tenido que encargarse de un par de altercados en un barrio conflictivo, y aunque todo había terminado sin incidentes graves, Tom se sentía agotado. Estaba sentado en su escritorio, repasando un informe, cuando Lucía se acercó con una sonrisa pícara y le lanzó una mirada al cajón inferior de su escritorio.

"¿Ya te has comido todas las donas, Tom? Eres un caso perdido", bromeó ella. Tom se rió, abriendo el cajón para mostrar la caja, ahora con solo una dona restante. "Deja algo para la cena, ¿no?", replicó, aunque ambos sabían que esa última dona no duraría mucho más.

"Jake hace magia con esas donas. Deberías traerlas más seguido", dijo Lucía mientras se alejaba con una sonrisa. Tom asintió, sabiendo que su colega tenía razón. Jake no solo era el mejor pastelero, sino también el motivo por el que cada día parecía un poco más dulce, incluso en los peores momentos.

De vuelta en la pastelería...

La tarde había sido ajetreada para Jake y Miriam. Los clientes no dejaban de entrar, atraídos por el olor a pastel de manzana y galletas de chocolate recién horneadas. Miriam, con su sabiduría y su actitud tranquila, se encargaba de atender a los clientes mientras Jake supervisaba el horno y preparaba una nueva tanda de pasteles.

Al llegar la noche, cuando el último cliente salió y cerraron las puertas, Jake se apoyó en el mostrador, limpiándose la frente con el dorso de la mano. Miriam, siempre observadora, sonrió y le dio una palmadita en la espalda. "¿Esperando que Tom venga pronto? Siempre veo cómo miras la puerta a esta hora", le dijo con una sonrisa cómplice.

Jake rió, encogiéndose de hombros. "Sí, abuela. Es que siempre es bueno verlo llegar después de un día largo. Sé que él hace que mis días sean más dulces, pero me gusta pensar que yo también le endulzo los suyos."

Miriam asintió, sus ojos llenos de comprensión. "Ustedes dos son como el azúcar y la masa: juntos, hacen algo maravilloso. Ahora, ve a preparar un poco de té para cuando llegue. Apuesto a que te agradecerá ese pastel de queso."

Al caer la noche...

La puerta de la pastelería se abrió, y el tintineo de la campanita anunció la llegada de Tom, con el cabello un poco despeinado y los hombros ligeramente tensos. Pero en cuanto vio a Jake esperándolo junto a una mesa, con una taza de té y una rebanada de pastel de queso con frutos rojos, todo el cansancio pareció desvanecerse.

"Pensé que podrías necesitar un poco de dulce después de tu día", dijo Jake mientras Tom se dejaba caer en la silla frente a él. Gabs, la gatita que solía merodear por la pastelería, se acercó y se acomodó junto a los pies de Tom, ronroneando suavemente.

Tom sonrió y tomó un bocado del pastel. "Esto es lo mejor que me ha pasado hoy, aparte de verte, claro", dijo, haciendo que Jake soltara una risa ligera. "No me hagas sonrojar, oficial."

Tom se inclinó sobre la mesa, tomando la mano de Jake y entrelazando sus dedos. "En serio, Jake. Me encanta este momento. Tú, yo, y algo dulce para compartir. Hace que todo el esfuerzo valga la pena."

Jake le devolvió la sonrisa, apretando su mano suavemente. "Y a mí me encanta que lo disfrutes. Ahora, termina ese pastel antes de que Gabs decida que es suyo."

Entre risas y conversaciones, la noche continuó para ellos, recordándoles que, a veces, la dulzura no solo se encuentra en el azúcar de las donas, sino en los momentos compartidos y en la compañía de quienes amamos.






                                                                     FIN

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