¿soy un príncipe?

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Osvaldo Ovoranch, el príncipe mayor de la familia Ovoranch, caminaba agotado por los pasillos del castillo tras una extenuante sesión de entrenamiento con espada. Dos sirvientas lo seguían de cerca, con temor en sus miradas, conscientes de que un solo paso en falso podría arruinarles la vida o, quizás, mejorarla.

Al llegar al salón de cenas, Osvaldo saludó educadamente a su familia, especialmente a su padre, Grilodi Ovoranch, rey de Folikadia. La cena transcurría con aparente normalidad, hasta que de repente, Osvaldo sintió un fuerte dolor en la cabeza. Al llevarse la mano a la nariz, notó que sangraba profusamente. Los miembros de su familia, lejos de preocuparse por él, retrocedieron cautelosos, lanzando conjeturas absurdas.

—¿Un demonio lo está poseyendo?
—¿Deberíamos matarlo antes de que sea tarde?

Mientras Osvaldo perdía la conciencia, solo alcanzó a murmurar, confuso:
—¿Así que soy un príncipe...?

Sin embargo, nadie lo escuchó. Su padre, Grilodi, sin mostrar preocupación genuina, ordenó fríamente que lo llevaran a su habitación, un miembro de la familia su hermano Felix ovoranch por un breve momento lo miro de manera peligrosa sin que nadie lo notara.

Osvaldo despertó horas después, desorientado. Miró a su alrededor y recordó el lago de la reencarnación, la sopa morada que le había dado la anciana. Se miró las manos, procesando lentamente lo que había sucedido. El Osvaldo de esta vida era diferente a quien él solía ser. Reflexionó en silencio. ¿Es la personalidad realmente algo que depende de los recuerdos? Se dio cuenta de que, según los recuerdos de este nuevo cuerpo, el antiguo Osvaldo era sádico, cruel y manipulador, mientras que él siempre había sido sarcástico, arrogante, pero pacífico. Suspiró profundamente.

—¡Silvie, avísale a mi padre que ya me he recuperado! —llamó.

Una joven sirvienta de cabello negro entró en la habitación. Vestía el típico atuendo de sirvienta medieval: un delantal blanco sobre un vestido color miel oscuro, con zapatos negros. Tenía el cuello y los hombros marcados por moretones, vestigios de la violencia del antiguo Osvaldo, quien la golpeaba solo por diversión. Ella medía apenas 1,58 metros, y el anterior Osvaldo disfrutaba de su estatura para maltratarla. Sin embargo, el nuevo Osvaldo la miró con tristeza, lamentando el dolor que había soportado en esa vida. Con un suspiro, empezó a levantarse para vestirse, pero se cayo al suelo la chica con miedo se acerco cojeando y lo ayudo a levantarse, mientras ella lo ayudaba el pregunto reflexionando.

—¿Cuánto tiempo estuve inconsciente? —preguntó.

—Nueve horas, señor —respondió Silvie, con miedo justo antes de retirarse para informar al rey.

Osvaldo, ahora junto a la ventana abierta, observaba el exterior y murmuró:
—Oh, mierda... estoy en la Edad Media. La época con la mayor cantidad de muertos por enfermedad, hambre, y con una higiene deplorable, pensó antes de cerrar las ventanas por el hedor

Mientras caminaba hacia el salón para desayunar, vio a su hermano menor, Patrick Ovoranch, de trece años, golpeando a una sirvienta con un látigo mientras reía. A pesar de que la violencia hacia los sirvientes era mal vista, no era algo reprochable en esta sociedad. También notó a su hermana, Grecia Ovoranch, de quince años, sangrando por los dedos mientras tocaba el arpa. ¿Por qué lo hacía, si sus manos estaban tan lastimadas?  era su deber cumplir sus clases de formación instrumental, sin querer, la sangre de Grecia manchó la túnica de su otro hermano, Felix Ovoranch, de dieciséis años, quien la castigaba brutalmente con frecuencia, en especialmente en sus manos estaba cerca de ella, esperando que hiciera algún error, lo que acababa de ocurrir.

Osvaldo intentaba asimilar lo que veía. Claro, es la Edad Media... Reflexionó, sorprendido y molesto por lo que ocurría. Los herederos varones tenían todos los privilegios, mientras que las mujeres eran tratadas como poco más que objetos. Agradecía, aunque con cierto cinismo, haber nacido hombre y ser el primogénito. De no ser así, se habría suicidado para esperar la próxima reencarnación en el lago.

Llegando a la sala del trono, Osvaldo se inclinó ante su padre, algo que solo aria en esta vida. el arrodillado sobre una rodilla hablo con voz fría y resonante
—Padre, es un honor poder estar aquí hoy, recuperado.

Grilodi lo observaba con tres mujeres a su alrededor, acariciándolo y haciéndolo sentir poderoso. Entre ellas estaban la madre de Osvaldo y las madres de sus hermanos. Con una sonrisa orgullosa, Grilodi respondió con una carcajada:

—¡Jajaja! Sabía que te recuperarías, hijo. Dime, ¿Qué fue lo que te ocurrió?

Osvaldo sabía bien lo rudimentaria que era la medicina en esta época, y cómo creían que quemar heridas era la solución a todos los males. Así que optó por una mentira que sonaría convincente, en esta época y totalmente estúpida en el futuro.

—Padre, un demonio blanco y negro intentó poseer mi alma durante la cena. Luché con él durante siete horas y logré derrotarlo. Recuperé mi cuerpo tres horas después.

Grilodi lo miró con aprobación y orgullo.
—Sabía que era buena idea evitar que te mataran. Ahora, hijo, puedes retirarte.

Con una palmada en el trasero de la madre de osvaldo, el rey ordenó que las sirvientas lo acompañaran a la mesa para comer. Osvaldo las siguió sin más. Le sirvieron carne con verduras, pero al primer bocado, hizo una mueca. Sabía a... mierda. bueno al menos era mejor a la comida que recibía en su escuela, el sabia que en la edad media la comida era lavada con agua caliente y pero mas importante, un trapo sucio lo que lo hacia sentir peor, Según los recuerdos del antiguo Osvaldo, era una exquisitez que solo se comía una vez cada cuatro días, pero para él, un simple plato de arroz y huevos bien condimentado sería un manjar mucho mejor. No logró terminar la mitad de la comida, aunque no era tan mala la ensalada sabia rara dado que el aceite no era muy bueno, temiendo vomitar si comía más. busco una solución. Entonces vio a Silvie, y la llamó.

La sirvienta se acercó con temor, tocándose instintivamente los hombros marcados por los golpes del anterior Osvaldo, mientras caminaba cojeando.

—No tengo hambre. Come tú —le ordenó.

Silvie quedó atónita. El príncipe le estaba ofreciendo algo impensable. Empezó a comer, aunque no se sentó y cuando lo izo por insistencia de Osvaldo, fue con leves muecas posiblemente de moretones el trasero, continuo comiendo llorando de felicidad. Los sirvientes solo comían pan seco y agua, y en los mejores días, recibían las sobras de sus amos. El plato que tenía frente a ella era un auténtico banquete.

Osvaldo, mientras la observaba, le dio una ligera palmada en la cabeza y le dijo:
—Come más despacio, no te ahogues. Disfruta la comida.

Silvie asintió con timidez y sumisión desaceleró, comiendo con más calma. Osvaldo volvió a mirar al frente y relajado tener algo de autoridad se sentía bien y mal. vio algo que solo él podía ver: una pantalla holográfica dorada que flotaba frente a sus ojos. Sistema de armas enlazado al anfitrión. Suspiró con cansancio. Demasiadas cosas estaban ocurriendo, y no sabía cómo procesarlo todo.

¡oh mierda estoy en  la puta época medieval¡Donde viven las historias. Descúbrelo ahora