la vida del segundo heredero

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La vida era extraña. A veces, sin hacer nada, te arrebatan privilegios. Ese era el pensamiento que rondaba la mente de Felix Ovoranch, de tan solo nueve años, cada vez que veía a su hermano Osvaldo, el primogénito, destinado a heredar el trono.

Pero también había momentos en los que, sin mover un dedo, los privilegios llegaban a ti. Esa era su segunda reflexión, mientras observaba cómo los sirvientes temblaban ante su padre, Grilodi Ovoranch, rey de Folikadia, amo de trece ciudades medianas y todas sus almas. Para Felix, Grilodi era mucho más que un rey: era su ídolo. Un hombre capaz de hacer lo que quisiera, siempre y cuando lo hiciera en secreto.

A los siete años, Felix fue enviado a una iglesia, por su padre, por lo que le dijo su padre, el era muy inteligente y pocos niños de su edad o incluso jóvenes de 14 años no tenían su mentalidad, donde pasó dos años aprendiendo las costumbres religiosas. Los sacerdotes recitaban evangelios y dirigían rezos, pero una escena en particular lo marcó para siempre. Un día, una familia llegó desesperada al templo: la hija estaba desnutrida, y los padres, cojeando de hambre, imploraban por comida y refugio. El sacerdote los miró con desprecio y dijo: —¡Herejes! ¡No siguen las normas de Dios y envidian al prójimo!— Los echaron sin remordimiento, y Felix, confundido, pensó: ¿No se suponía que había que ayudar al prójimo?

Su desilusión creció cuando descubrió que los monjes copistas —aquellos encargados de preservar el conocimiento antiguo mediante la transcripción de libros— no trabajaban por fe, sino por recompensas. Escribían para llenar las bibliotecas, pero su verdadera motivación era el oro que la iglesia les pagaba. Felix, que esperaba pureza en ese entorno, vio el reflejo de lo que ocurría en su propio castillo.

El golpe final vino cuando observó al obispo, su mentor, llevar a una niña de nueve años a un rincón oscuro, igual que lo hacía su padre cuando quería aprovecharse de las sirvientas. Algo se rompió en Felix. Se dio cuenta de que, incluso en un lugar santo, la gente se aprovechaba de su estatus social. Miró fuera de la iglesia, donde los rostros hambrientos de los plebeyos le recordaban que él no era como ellos. Ellos no pueden aprovecharse de mí. Yo soy el que puede aprovecharse de ellos.

A su regreso al castillo, Felix descubrió algo que cambiaría su vida: las indulgencias. Esos papeles que te compraban el perdón de Dios. Pronto comprendió que muchos las usaban para pecados menores, como robar o matar un animal, porque no tenían dinero. Pero él, como príncipe, tenía oro de sobra. Así que comenzó a comprar el perdón divino por cantidades desorbitadas: 3.000 monedas de oro, 3.500, hasta 5.000. Para él, las indulgencias eran la puerta para cometer atrocidades y mantenerlas en secreto, e incluso si salían a la luz gracias a su inteligencia los rumores eran vagos.

—Escuchaste sobre el segundo príncipe Felix?

—Se dice que por su culpa 2 sirvientas sufrieron.

—Me pregunto que les abra pasado, tu sabes?

—Yo saber algo? jaja como crees, pero tienes razón no se sabe que izo, talvez fue algo menor.

De vuelta en el castillo, Felix se unió a su hermano Osvaldo en sus juegos sádicos. Un día, decidió probar el arco. Ató a una pequeña sirvienta al blanco de tiro, y mientras veía cómo los otros sirvientes lo miraban con impotencia, sintió una euforia incontrolable. Sabía que lo odiaban, pero ¿qué importaba? Él era Felix Ovoranch, futuro noble y controlador de ciudades. El brazo y la pierna de la niña quedaron mutilados, pero no le importó. Puedo comprar el perdón de Dios, pensó.

Felix tenia un gran gusto por arruinar cosas bonitas, las manos  de su hermana era una de esas cosas, sus gustos eran bastante exigentes en ciertas cosas, y mantener sus atrocidades en secreto era una de ellas, pero también era amigable con 2 personas Osvaldo su hermano, y su hermano menor Patrick, Patrick nunca vio a su padre como el ni tampoco vio la corrupción de la iglesia, era puro de cierta forma, Patrick a diferencia de el... no golpeaba a las sirvientas por placer o algo asi, simplemente lo imitaba en sus acciones como las de Osvaldo, el sabia que Grecia manipulaba al pequeño, pero no le importo, ella realmente se preocupaba por el pequeño Patrick.

A veces, en los momentos de silencio, cuando no había sirvientas que golpear ni pecados que comprar, Felix se preguntaba si eso era todo. ¿Había algo más allá del poder? Si lo había, nunca lo había conseguido en sus años de vida.

Todo cambió una noche durante la cena, cuando Osvaldo se desmayó repentinamente. ¿Debería matarlo? pensó Felix. Sería el nuevo primogénito, el heredero del trono. Pero rechazó la idea. No quería apresurarse. Sin embargo, el cambio en su hermano fue notorio tras el incidente. Cuando Osvaldo despertó, le confesó que no podía seguir golpeando sirvientes, afirmando que un demonio había intentado poseerlo y que cualquier maltrato a los humanos le haría vulnerable a ese espíritu maligno.

—Lo entiendo, hermano —respondió Felix, aunque estaba profundamente confundido. ¿Demonios? ¿No eran solo invenciones de la iglesia para controlar a las masas? Pero la seriedad de Osvaldo lo desconcertó, y por primera vez, dudó.

Felix observaba a Osvaldo con una mezcla de curiosidad y desconfianza. Este nuevo hermano, tan distinto al que recordaba, le parecía un enigma. ¿Realmente había cambiado o solo estaba actuando para algún fin oculto.

Después de la partida de Osvaldo, Felix retomó su rutina, golpeando a la sirvienta, pero algo lo perturbaba. En la cena, se enteró de que la sirvienta Elisa se había suicidado. Furioso, decidió comprar otra indulgencia y arrastró a su hermano a la iglesia con él.

Durante el viaje, su mente buscaba una manera de distraerse. Vio a una niña desnutrida junto a sus padres en el camino, y sin pensarlo, ofreció 52 monedas de oro por ella. El padre, desesperado, aceptó la oferta. Para Felix, la transacción era insignificante, pero para la familia, representaba una semana de pan y carne.

De vuelta en el castillo, Felix ya planeaba cómo cambiar la vida de la niña, aunque sabía que no sería de una manera positiva.

¡oh mierda estoy en  la puta época medieval¡Donde viven las historias. Descúbrelo ahora